Los movilizados por la causa del ahora o nunca y sus contrarios, los del nunca es jamás, comparten algo más que la fascinación propia del enfrentamiento inminente entre bandos convencidos de su razón, coinciden en su incomprensión por la equidistancia. En estos días de alistamiento forzoso, verdades incuestionables y excesos autojustificados, la persistencia de un espacio poblado de escépticos rompe con los discursos de la unanimidad en la ilusión o en la resistencia.

La equidistancia no es la tercera vía, ni tan solo la neutralidad ante un viejo conflicto territorial y nacional de causas perfectamente reales y conocidas, es sencillamente el ejercicio de la crítica ante un juego político de cartas marcadas. Los dirigentes de los dos campos enfrentados se apoyan en la fuerza (casi equilibrada) de sus seguidores (ilusionados y benévolos para con sus líderes) para defender posiciones muy legítimas (históricas y de futuro) utilizadas en beneficio de los intereses electorales (de todos los partidos) en el corto plazo. El juego se llama desobediencia democrática o legalidad democrática, según el lado de la mesa que esté hablando.

El 2 de octubre Cataluña no será un Estado independiente ni desaparecerá el movimiento independentista ni España quedará definitivamente consolidada como una unidad indestructible

El resultado es incierto, aunque pueda descartarse la consecución del objetivo manifiesto e irrenunciable de cada uno: el 2 de octubre Cataluña no será un Estado independiente ni desaparecerá el movimiento independentista ni España quedará definitivamente consolidada como una unidad indestructible. Lo razonable es pensar que votar se votará, porque nadie puede impedirlo al cien por cien, pero difícilmente la movilización de la jornada se podrá valorar como un referéndum, según los preceptos de la Comisión de Venecia (que tuvo sus días de gloria en el debate local, hasta que se demostró una incomodidad).

No hay que ser un adivino para ver que el resultado del conflicto del 1-O no será definitivo. Lo que vaya a pasar (algo pasará, sin duda, pero no sabemos la magnitud de la cosa) vendrá a reforzar o a debilitar las posiciones de cada bando; una batalla más de una larga secuencia de enfrentamiento (pacífico) sobre la que no es fácil aventurar el final. Estamos en la fase del desgaste. Los unos, más concentrados en la denuncia de la deriva preocupante del uso de la fuerza del Estado que en organizar debidamente el referéndum y, los otros, más pendientes de no excederse en las facultades otorgadas por la legalidad que en elaborar una propuesta para la futura negociación. Todo adornado de frases contundentes y estudiadas para transmitir confianza a sus respectivas bases, unas frases que sufrirán para resistir la realidad del día 2.

Quizás estos quince días de septiembre vayan a resultar suficientes para abrir los ojos y la mente del Estado para aceptar que el continuismo constitucional es una oferta pobre e inaceptable para dicha mayoría

Tal vez este episodio surrealista de choque de legalidades sea inevitable para acelerar el futuro de la ambición mayoritaria de los catalanes para fortalecer a la nación; quizás estos quince días de septiembre vayan a resultar suficientes para abrir los ojos y la mente del Estado para aceptar que el continuismo constitucional es una oferta pobre e inaceptable para dicha mayoría. Mucho condicional para poder explicar tanta exageración en las proclamas, en los desplantes institucionales, en las notificaciones judiciales y en los operativos policiales. Cualquier error en el ejercicio calculado de tanta exageración podría perjudicar gravemente las instituciones, la Generalitat y el propio Estado.

Lo extraño, ante este panorama, no es que la equidistancia exista, lo raro es que a estas alturas no sea ya mayoritaria. Sí, conozco y respeto el mensaje del riesgo imprescindible para hacer avanzar las propuestas políticas y de la inconveniencia de instalarse en la resignación ante el inmovilismo, aunque también intuyo, desde el soberanismo escéptico, la escasa eficacia de la fórmula de desafío elegida y los enormes peligros implícitos en la misma para dicha aspiración. No se me escapan los errores asombrosos y las tentaciones delicadas del Gobierno Rajoy en su legítima defensa del Estado de derecho. El choque de legitimidades no se va a resolver en un domingo de octubre (esperamos que soleado) con una movilización admirable de portadores de urnas y papeletas, amparados voluntariosamente en unas leyes suspendidas. Sospecho que el resultado de esta hoja de ruta no va a compensar el riesgo asumido. Aunque muchos de mis amigos de Japón me van a decir lo contrario. Lo sé.