Forcadell porque yo lo valgo. Esta dama pisoteó a dos millones de votantes (los de PSC, comuns, PP y C's) el pasado miércoles en la cámara catalana y el jueves repitió la maniobra entrecortando su intensa mirada china con medias sonrisas. Le debe mucho a Oriol Junqueras y, en agradecimiento, está liquidando lo que queda del PDeCAT, el sumidero en el que muere el río emocional y político del nacionalismo rancio.
Es una señora circunspecta y antiempática, pero muy dotada para el dontancredismo y la conspiración, como demuestra su recusación al TC, presentada antes de empezar la bronca de esta semana, aunque el alto tribunal la acabó desestimando por “impertinente y abusiva”. Su presidente, Juan José González Rivas, dice que Forcadell carece de “sustantividad jurídica” y no es acreedora de una solución. Pues eso, pónganle un palabro y acertarán. Personalmente, la veo más como una Juana de Chantal diseccionada por el amor enfermizo a la patria y a la cruz, sumida en esta generación que busca cubrir el mapa de España con el ectoplasma del soberanismo. Dice así: lo propio es catalán y lo impropio, español; sitúa las meninges del pueblo en el bajo vientre de los ciudadanos y divide el mundo entre los míos y los contrarios. Un dechado de sectarismo.
'Carme Forcadell', por Pepe Farruqo
Ella dice que estamos ante un choque de soberanías: transitoriedad jurídica (catalana) frente a Constitución española, y pretende equipararlas. La Fiscalía General del Estado le presenta una querella que es la segunda, porque la primera, admitida a trámite el 24 de octubre de 2016, sigue en instrucción. Le caerá la del pulpo ya que el poder judicial es el único aparato de Estado que no negocia, aunque transaccione a oscuras. Cuando entra el ministerio público en una cámara legislativa, la política capota por definición.
Contra viento y marea, la Regenta de la política catalana sabe que resistir es vencer. Está entre Dios y el diablo. Emula a la de Clarín por su doble frente, espiritual y sentimental (platónico en la realidad). El primero, el de Oriol Junqueras, Fermín de Pas en la ficción, provisor de la catedral de Vetusta; y el segundo, de Artur Mas (Álvaro Mesía, sin el ropaje carnal de la novela). Ella, como Ana Ozores, es una mujer luchadora por sus sueños de inspiración. Lee indistintamente las Confesiones de San Agustín y las Memorias de Chateaubriand; está convencida de que, en esto de Cataluña, la gracia prevalecerá sobre la ley. Se cree bajo la protección de las tres deidades: la Virgen de Dante, la Venus de Lucrecio y la Isis de Apuleyo.
Cuando le ofrecieron la presidencia del Parlament, el mismo Francesc Homs le colocó con pericia a Lluís Corominas al lado, pero, al cabo de un tiempo, el fiel aliado tuvo que dejar el cargo para asumir la portavocía de JxSi que había dejado vacante Jordi Turull, actual consejero del Departamento de Presidencia. Con el horizonte puesto en un referéndum de autodeterminación, Forcadell garantizaba la testarudez a sus camaradas. Los legisladores más experimentados de su grupo contaban con la dificultad de su manejo en los plenarios broncos que se avecinaban. Y pudieron comprobarlo con el trágico balance de la maratoniana sesión del 6 de setiembre en la que la Mesa se dejó llevar por el filibusterismo parlamentario del hábil Carrizosa y del tosco García Albiol.
De 2003 a 2007, Forcadell fue concejal por ERC en el ayuntamiento de Sabadell, cargo que no pudo renovar al no lograr encabezar la lista en las siguientes elecciones municipales. Optó entonces por la sociedad civil, este concepto polisémico arrebatado por los indepes a la sobriedad misantrópica de los salones del Círculo Ecuestre o a las dulces sobrememas del Vía Veneto. Esbozó borradores en Òmnium Cultural, en la comisión de los Papeles de Salamanca y en la plataforma del Derecho a Decidir, embrión de la ANC, el soviet catalán de Petrogrado. Ya en 2015, fue la número dos de las autonómicas en la lista de JxSi, que encabezó Raül Romeva, el ideólogo profundo a la sombra de Kérenski, el jovial Carles Puigdemont. Ella vive de lleno el deporte de riesgo de la política territorial en un país disparatado y “algo ineficiente llamado España”, diría el poeta.
Forcadell pagará su dote al Tribunal de Cuentas con el fondo de reserva creado por las bases para socorrer los ahorros de los dirigentes empapelados, sin que medie ningún filtro entre los que tienen cuenta andorrana y los que viven solo del erario
Tiene bagaje o se lo pinta. Ha sometido a los juristas del Parlament y ha ninguneado al Consell de Garanties Estatutàries, una suerte de Constitucional a la catalana. Maestra de ceremonias en los plenarios que rompen filas de madrugada, Forcadell ha roto para siempre con la Comisión de Venecia, el organismo vinculado al Consejo de Europa que tantas veces invocó. Su golpe a la oposición y al calendario legislativo de un cambio de statu quo trascendental es algo más que un precedente grave. Pagará su dote al Tribunal de Cuentas con el fondo de reserva creado por las bases para socorrer los ahorros de los dirigentes empapelados, sin que medie ningún filtro entre los que tienen cuenta andorrana y los que viven solo del erario. (Adviertan que, mientras se programa este fundraising estelado, ya nadie habla de la pasta escamoteada por el nacionalismo, tras cuatro décadas de mando en el presupuesto público de la Generalitat).
Tocada por el tono normativo de su colectivo profesional (los lingüistas), Forcadell trata de centrar la sintaxis del pulso narrativo de su tiempo. Se ha metido en un lío ella sola y hora espera que la saquemos los demás, invocando bendiciones marianas o agazapados en la panza de un caballo de Troya. Pronto no sabrá donde meterse para evitar el escarnio; tal vez dirá, como la llorada cantaora pillada por Hacienda, aquello de “si me querei, irse’n degpaña, coññi”, según la versión sembrada de Wyoming.
Entre miércoles y jueves, los dos días que asombraron al mundo sin que estuviera John Reed, optó por el camino más corto de la democracia moderna: ante la negativa del secretario general del Parlament, Xavier Muro, de publicar en el boletín de la cámara las aprobaciones de las leyes de desconexión, ella ordenó a un bendito que las escribiera. También obvió un informe de Antoni Bayona, el letrado mayor, advirtiendo de la inconstitucionalidad de los hechos. Finalmente, Foracadell se despidió negándose leer este mismo informe ante los miembros de la Mesa.
El problema de los parlamentos es que acaba sabiéndose todo y, ante esta evidencia, es mejor el descaro: que te juzgue la plebe a la luz del día, como a los reyes babilónicos.