Ada Colau fue pasto de los hiperventilados habituales de las redes por apoyar a Jordi Évole, que a su vez ya había sido crucificado por la equidistancia que él mismo se atribuía frente a la politización de los atentados yihadistas de Barcelona en un par de artículos.
Un periodista es muy libre de mantener la neutralidad frente a un hecho, incluso a veces está obligado a intentarlo, de la misma forma que en otras ocasiones debe tomar partido. Y no siempre es fácil: Évole confesaba que en los últimos tiempos se autocensura pensando en qué dirán quienes exigen a todo el mundo que se decante.
Es elogiable que la alcaldesa defienda la libertad de expresión, pero no se pronuncia en todos los casos en que ésta se vulnera; y es lógico, tampoco va a estar a todo lo que ocurre. No lo hizo, por ejemplo, cuando el conseller de Interior y el mando uniformado de los Mossos d’Escuadra acusaron a El Periódico de Catalunya de escribir al dictado de oscuros intereses. Más bien se ha puesto de perfil cuando ha sido requerida por esta cuestión.
Se siente concernida por la imparcialidad del director de Salvados porque es la misma actitud que su formación pretende mantener frente al procés. Pero es un error: un político no es un observador ni un analista. Los últimos embates del independentismo han forzado tanto las cosas que han roto las costuras del edificio de la democracia, como se ha visto esta semana en el Parlament. ¿Cabe la neutralidad en ese campo de batalla?
Catalunya en Comú, como Catalunya si que es Pot y Podem, están pillados en la misma trampa en que antes cayeron los socialistas: el complejo frente al nacionalismo y el deseo de no perder votos.
Los hechos han confirmado que los soberanistas nunca han defendido el derecho a decidir, era un eufemismo de la independencia
Los hechos han confirmado que los soberanistas nunca han defendido el derecho a decidir, era un eufemismo de la independencia. Quienes se abrazaron a ese principio se encuentran ahora frente a la realidad: ya no es decidir, sino saltarse la ley para construir un Estado más que cuestionable desde el punto de vista democrático.
En esa coyuntura, la izquierda popular catalana organiza en Santa Coloma de Gramenet una Diada en la que, bajo el lema del derecho a decidir --la soberanía de Cataluña--, intenta mantener un perfil propio de objetividad en este momento de enfrentamiento. Sus votantes no se merecen eso, sino un compromiso, una posición clara.
El independentismo ha terminado, efectivamente, con el sueño del equilibrio: o estás con ellos o no; o acatas la ley o no. Ya no basta con recordar a todas horas que el único culpable de todo esto es el PP y Mariano Rajoy. Por eso ha roto el grupo parlamentario de CSQP en la cámara catalana, un mal presagio para las expectativas que ha levantado la opción política que encabezan la alcaldesa y Xavier Domènech.