La semana pasada, en una comparecencia en la Comisión de Empleo y Seguridad Social del Congreso de los Diputados, la ministra Fátima Bañez declaró que “España vive una primavera del empleo”. El objetivo del presente artículo es verificar o refutar dicha afirmación en base a los datos disponibles.
En el análisis del mercado laboral español, es imprescindible diferenciar la cantidad de la calidad de la ocupación. Entre el primer trimestre de 2014 y el segundo de 2017, según la Encuesta de Población Activa, el número de puestos de trabajo creados fue de 1.678.100. El promedio anual de generación de empleo se situó en 479.457 y la tasa media en el 2,65%. Sin duda, una notable evolución.
No obstante, menos espectacular que la observada durante la última etapa expansiva comparable: 2004-2007. En ella, el crecimiento promedio del empleo alcanzó el 3,39%. Dicha diferencia cobra más importancia si se tiene en cuenta el impulso que sobre la creación de ocupación debía generar la reforma laboral de 2012. Al menos, así lo publicitó el Gobierno. Un estímulo que surgiría de la contención de los salarios, las mayores facilidades otorgadas a las empresas para cambiar las condiciones de trabajo de los empleados y la disminución de las indemnizaciones por despido.
Manifestar que las cifras demuestran que “los españoles hemos hecho historia”, tal y como indica el PP en un reciente vídeo, me parece una completa exageración
Por tanto, manifestar que dichas cifras demuestran que “los españoles hemos hecho historia”, tal y como indica el PP en un reciente vídeo, me parece una completa exageración. El máximo histórico de empleo tuvo lugar en el tercer trimestre de 2007 (20.753.400 ocupados). Dado el nivel actual, aún quedan 1.904.600 puestos de trabajo por recuperar.
A pesar de dichos datos, la ministra presume de que “la recuperación del empleo no ha dejado a nadie atrás”. Una simple cifra la desmiente por completo. En el segundo trimestre de 2007, el número de hogares con todos los miembros en paro era de 379.700, mientras que diez años después ascendía a 1.277.600. Es decir, más del triple.
En términos de calidad de la ocupación, el resultado es completamente opuesto. En dicha materia, el Gobierno se merece un rotundo suspenso. En primer lugar, porque en términos porcentuales el empleo temporal es la principal fuente de generación de nuevos puestos de trabajo. En el segundo trimestre de 2017, dicha ocupación creció a un ritmo anual del 7,67%, mientras que la de carácter indefinido solo lo hizo a una tasa del 1,8%.
Un aspecto que influye muy negativamente en la remuneración percibida por los nuevos ocupados. Así, en 2015, según datos proporcionados por la Encuesta de Estructura Salarial, un empleado fijo cobraba en promedio un 49,5% más que uno temporal. El salario anual del primero era de 24.651 €, quedándose el del segundo en 16.421 €.
En segundo lugar, por la escasa duración de los contratos realizados. Un aspecto que afecta negativamente a la productividad de los trabajadores, la remuneración percibida y genera inestabilidad laboral. En julio de 2017, el 23,8%, 37% y 52,3% de ellos tuvo una duración inferior a una semana, uno y tres meses, respectivamente. En dicho período, la anterior característica condujo a la necesidad de realizar 34,3 contratos para crear un puesto de trabajo neto.
La escasa duración de los contratos realizados afecta negativamente a la productividad de los trabajadores, a la remuneración percibida y genera inestabilidad laboral
En tercer lugar, por las características de muchos de los nuevos empleos. En la actual fase expansiva, posiblemente por el boom turístico existente, el principal puesto de trabajo creado es el de camarero. En 2007 suponía el 6,5% de los generados; en 2016 y el primer semestre de 2017 significaba el 12,5%. El principal problema no lo constituye la actividad desarrollada, sino el salario percibido. De todas las analizadas en la Encuesta de Estructura Salarial de 2015, la hostelería es la que menos paga a sus trabajadores (13.977 € anuales).
En cuarto lugar, debido a la elevada tasa de subempleo por insuficiencia de horas trabajadas. Un concepto que engloba a las personas que tienen un trabajo a tiempo parcial y les gustaría disfrutar de uno a jornada completa o, sin llegar a ella, realizar un mayor número de horas. Según Eurostat, en 2016 España era el segundo país con mayor tasa de subempleo de la Unión Europea (7,6% de los ocupados), únicamente superado por Chipre (9,1%). Un porcentaje notablemente superior al de la media del área (4,2%). En dicho período, la cifra de trabajadores subempleados era de 1.413.000, de los cuales el 66,9% eran mujeres.
A pesar de lo indicado, Fátima Bañez alardea de que “la calidad del empleo actual es mayor de la que se fue con la crisis”. Su argumento es que una década atrás el porcentaje de empleo temporal era del 31,84% y en el pasado junio únicamente ascendía al 26,81%. Es una comparación tramposa, pues la crisis redujo en mayor proporción los trabajadores eventuales que los fijos, al ser los primeros más baratos de despedir que los segundos. Así, en el primer trimestre de 2014, el período con menor número de ocupados desde que empezó la crisis, el porcentaje de empleo temporal se sitúo únicamente en el 23,1%.
En los próximos años, si el volumen de creación de empleo es satisfactorio, el ritmo de generación de ocupación temporal muy probablemente continúe siendo significativamente superior a la de carácter indefinido. Por tanto, el porcentaje que representará el empleo eventual volverá a ser igual o superior al que existía en 2007. Una situación que evidenciará el fracaso de la reforma laboral, pues uno de sus objetivos era reducir la dualidad del mercado de trabajo.
En definitiva, Fátima Bañez ha hecho populismo con las cifras de empleo y ha elaborado un discurso repleto de falsedades. En materia de creación de ocupación, España lleva velocidad de crucero. En cambio, en calidad del empleo, el país camina en la misma dirección que los cangrejos.