Se ha dicho y escrito mucho sobre los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils. Hay un amplio debate sobre aspectos como la coordinación policial, su actuación antes y después de los atentados, o la utilización política de la manifestación del sábado. Sin embargo, echo de menos reflexiones sobre la política migratoria de la Generalitat, sus consecuencias y el modelo de sociedad que queremos para Cataluña a medio y largo plazo. Con sus matices y diferencias, el problema es común a la mayoría de países occidentales, aunque en este artículo este dedicado al caso de Cataluña.
Cataluña es la comunidad autónoma española con un mayor número de musulmanes, más de 400.000, el doble aproximadamente que Madrid o Andalucía. Algunas proyecciones cifran en tres millones los musulmanes catalanes en 2050. Esta concentración de musulmanes ni es casual, ni obedece a razones económicas, sino que es el resultado de decisiones políticas con repercusión en materia de terrorismo pero, sobre todo, en el modelo de sociedad que queremos para Cataluña.
La llegada de musulmanes a Cataluña ha sido favorecida por las políticas migratorias de la Generalitat. Baste recordar, por si alguien duda de la veracidad de esta afirmación, las palabras de Jordi Pujol recogidas en un libro de Salvador Cot publicado en 2008: "Es más difícil de integrar a un latinoamericano que a un andaluz; [...] y más que a un marroquí, religión aparte". En realidad, como hemos visto estos días, la integración no es real a pesar de que hablen catalán y colaboren con organizaciones independentistas, como parece es el caso de alguno de los terroristas de la Cataluña profunda presuntos autores de los atentados. Algunas cifras. En 1998 había empadronados en Cataluña 38.000 marroquíes. En 2010, 241.000 (ilegales al margen). La razón de Pujol y sus subalternos para diseñar y mantener esta política migratoria es la de pensar que los marroquíes o paquistaníes no serían beligerantes contra la independencia algo que se presupone, aunque no siempre sea cierto, de los inmigrantes hispanos o, sencillamente, españoles.
Existe el peligro de desnaturalizar un modelo de sociedad basada en el laicismo, los derechos individuales, la igualdad de género y la democracia representativa que ha costado mucho implantar en occidente
No obstante, la realidad demuestra que en las zonas con más concentración de musulmanes y con más inmigración de segunda hay más riesgo de actividad terrorista. Los potenciales terroristas pasan desapercibidos en barrios con alta concentración de inmigrantes. Que vayan a la escuela y parezcan más o menos integrados no es más que una ilusión vana. El riesgo de radicalización aumenta cuando en la escuela se les bombardea con una ideología nacionalista e identitaria. Compran el discurso, pero para defender su identidad y no la de sus profesores. El terrorismo se encarga de inculcarlo los imanes salafistas entre jóvenes con cultura que reivindican su identidad siendo la religión un mero instrumento que refuerza su orgullo y les da una conciencia colectiva que no les da su país de origen. Los inmigrantes de primera generación están agradecidos a su lugar de acogida. Buscan mejorar su situación económica, una vida mejor, como hacen todos los inmigrantes. Algunos jóvenes, lo que no es nada sorprendente, no se conforman y son presa relativamente fácil de la radicalización ideológica. Los revolucionarios nunca han salido de los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
Pero incluso el riesgo de atentados terroristas me parece menos peligroso socialmente, a medio y largo plazo, que el peligro de desnaturalizar un modelo de sociedad basada en el laicismo, los derechos individuales, la igualdad de género y la democracia representativa que ha costado mucho implantar en occidente. No es un problema de razas, ni tan siquiera religioso. Me opondrá igual a que España volviera a ser un Estado confesional y al fundamentalismo cristiano, hoy marginal.
Respeto y admiro a muchos magrebíes, turcos, iraníes o paquistaníes que luchan contra el fundamentalismo islamista y son las primeras víctimas del mismo. Por ello deberíamos ayudarles a triunfar en sus países y no perjudicarles con guerras muchas veces injustificadas. Ha quedado grabado en mi memoria la desazón de una feminista argelina con la que viajé por el interior de su país, al estallar la primera guerra de Irak, lo que facilitaba a sus enemigos acusarla de colaborar con el enemigo por defender sus ideales de libertad e igualdad. Pero ignorar el peligro, aumentado por ideologías fundamentalistas nacionalistas o ultra izquierdistas , es un error gravísimo que pueden pagar muy caro las generaciones futuras. Por ello habrá que exigir a nuestros políticos que dedican la mayor parte de su tiempo a mezquinos intereses cortoplacistas, a que le dediquen atención a cuestiones trascendentales a medio y largo plazo como es el caso de las políticas migratorias. En nuestra sociedad caben todas las razas y religiones pero debemos ser capaces de defender y mantener sin complejos nuestro modelo de sociedad conquistado con sangre, sudor y lágrimas, al que muchos desprecian pero en el que todos quieren vivir.