La ONU maneja una definición estricta de lo que es un genocidio y lo que no lo es. Tendrá que haber investigaciones, debates, expertos. A la espera de su veredicto, sin embargo, tenemos ojos para ver. Y sabemos ya que el calvario infligido al pueblo yazidí corresponde en todo punto a la definición del horror del genocidio: la voluntad de “destruir” total o parcialmente un grupo por razón de su origen.
Aquellos que se consideran perseguidos en Europa deberían comparar su suerte a la del pueblo yazidí bajo el imperio del Califato... raramente el racismo ha alcanzado un tal nivel de violencia, a la vez exterminadora, colonialista y esclavista.
Descendientes de una larga línea de ascendientes kurdos, los yazidíes siempre han rechazado convertirse al islam, incluso bajo el imperio otomano. Su determinación les ha costado caro: 73 pogromos e intentos de genocidio a lo largo de su historia. Los islamistas prefieren antes a los judíos que a los yazidís, a los que llaman “adoradores del diablo”. Simplemente porque rezan al Sol y veneran al Ángel del pavo real (Melek Taus), que algunos musulmanes identifican con Satán.
El calvario infligido al pueblo yazidí corresponde en todo punto a la definición del horror del genocidio: la voluntad de “destruir” total o parcialmente un grupo por razón de su origen
Inspirado por el culto de Mitra cruzado con influencias cristianas y sufíes, el yazidismo no tiene Libro, funciona todavía en casta y venera al Cheikh Adi, un oriental que renovó considerablemente su práctica en el siglo XII.
Su templo sagrado, situado al norte de Mosul, en una zona controlada por los peshmergas (milicianos kurdos), no ha sido profanado por los yihadistas. Allí se dirigen las que escapan de su control para purificarse: violadas y convertidas al islam a la fuerza, desfilan en procesión para volver a ser yazidíes.
En los últimos siglos, cuando las mujeres eran violadas por las tropas del Califato otomano, tenían que sufrir, además, el rechazo de su comunidad. No será así en esta ocasión. El líder espiritual de los yazidíes, Baba Cheikh, ha condenado a los que las culpen. Es un verdadero progreso, que desde luego no cura, pero que evita añadir sufrimiento al sufrimiento.
La pesadilla empezó hace tres años, casi exactos, en la triste mañana del 2 de agosto de 2014. El Estado Islámico (ISIS), que acababa de conquistar Mosul, lanzó a sus esbirros contra Sinjar y sus aldeas cercanas para capturar yazidíes. Los peshmergas desplegados en torno a las aldeas para protegerlos no esperaban un ataque de tal alcance. Se asustaron. Los lugareños se encontraron frente a frente con hordas de yihadistas, iraquíes y extranjeros. Después de engañarlos para despojarles de todos sus bienes, los mercenarios del Califato subieron a los hombres a camiones para ejecutarlos. Ahora se empiezan a encontrar las fosas comunes correspondientes. La suerte de las mujeres yazidíes es aún peor. En una sociedad tradicional, la muerte es más piadosa que la violación. Los salvajes de la yihad empezaron por separar a las ancianas de las más jóvenes, las adultas de las niñas, las madres de las vírgenes, antes de marcarlas y venderlas como si fueran animales. Hay imágenes que muestran columnas de mujeres vestidas de un velo integral negro, las manos encadenadas. Algunas fueron encerradas en silos de grano. Las más mayores eran encerradas en cuevas para servir de esposas temporales, en cadena. Cuando no bombeaban su sangre para hacer transfusiones a los yihadistas heridos...
Las más jóvenes eran seleccionadas y vendidas. En venta privada, una niña de nueve años se podía comprar por 150 euros
Las más jóvenes eran seleccionadas y vendidas. En venta privada, una niña de nueve años se podía comprar por 150 euros. Los precios podían subir hasta varios miles de dólares en una venta pública. Los VIP de ISIS y los combatientes extranjeros escogían los primeros. En un vídeo filmado por hombres del ISIS, la víspera de una venta de esclavas, un barbudo sobreexcitado grita: “¿Dónde está mi yazidí? ¡Quiero una con los ojos azules!”. Sus compinches se ríen obscenamente. Toda la bestialidad de la dominación masculina se lee en esa escena.
Cuando los compradores se cansaban o querían comprarse a otra mujer, las revendían a contrabandistas. Así es como diversas ONGs o el gobierno regional kurdo-iraquí han podido rescatarlas. Varios miles de ellas han conseguido salir del horror. Algunas han huido. Cientos han tomado las armas contra el ISIS. Otras siguen prisioneras en Raqqa.
En Canadá, una de las que consiguieron huir acaba de averiguar que su hijo Emad está vivo. Forma parte de los cautivos, hirsutos y esqueléticos, que fueron liberados por el Ejército iraquí en Mosul. Son numerosos los que se han movilizado para reunir lo antes posible a la madre con su hijo. Sin embargo, el infierno está lejos de terminar: seguirá ardiendo durante largo tiempo. Abrasando cuerpos, corazones y cabezas.
[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización]