A estas alturas les supongo informados con todo lujo de detalles, aunque no sea para bien, de quién es Josep Abad, el autor del informe encargado por el Ayuntamiento de Sabadell para medir --científicamente-- el porcentaje exacto de españolismo que todavía pervive en el nomenclátor de la antigua capital industrial del Vallés. Un trabajo de riesgo, sin duda. En una guerra de identidades culturales, cualquier prevención es poca. Abad, miembro de la ANC y dirigente de la Plataforma per la Llengua, ha tenido los bemoles (nacionalistas) de escribir a cambio de un óbolo de 600 euros un diktat donde afirma --categórico-- que Antonio Machado, junto a Goya, Góngora, Quevedo, Larra y Lope de Vega deben ser depurados del callejero municipal por encarnar a personajes del modelo "pseudo-cultural franquista".
Shakespeare, sin duda, hubiera llamado a esta ilustre cofradía de notables de las letras band of brothers. Abad, no obstante, cree que son referencias prescindibles dado el extraordinario interés de la "cultura sabadellense, catalana y mundial" porque, según él, fueron "hostiles" al soberanismo a pesar de que cuando muchos caminaban por este mundo ni siquiera existía esta forma de delirio. En el caso de Machado, el inquisidor ha sido vehemente en su auto de fe: lo llama "españolista y anticatalanista". No debería extrañar: Abad también ha escrito que Cataluña es una colonia y que el constitucionalismo liberal, de vida efímera en España hasta 1978, está manchado por la "sangre" derramada en el siglo XVIII. La polémica, obviamente, era inevitable. De hecho, uno sospecha que es plenamente deseada.
Que Abad, que en el fondo no es nadie, haya lanzado una fatwa contra Machado no es trascendente. Lo relevante son los motivos de su conducta, la expresión desnuda de cómo es la mentalidad tribal que existe en buena parte de las filas soberanistas
Al calor del episodio hemos oído opiniones que nos recuerdan que Machado fue un republicano ejemplar y otras que glosan el amor del poeta por la cultura catalana. Estas últimas tienen un indudable valor documental, sobre todo porque muestran con hechos que los falsos reproches que Abad hace al poeta andaluz, como su "idea excluyente de la diversidad", pueden aplicársele a él mismo, partidario de una Cataluña monocorde y norcoreana donde sólo existiría una bandera, una ideología y una cultura oficial. Subvencionada, por supuesto. Que Abad, que en el fondo no es nadie, haya lanzado una fatwa contra Machado no es trascendente. Lo relevante son los motivos de su conducta, la expresión desnuda de cómo es la mentalidad tribal que existe en buena parte de las filas soberanistas. Llamarla sectaria sería tan inexacto como denominar historiador a Abad, cuyo sentido de esta disciplina tiene que ver con la mitología más que con los hechos. Machado es un símbolo cultural universal no por sus ideas --con las que se puede coincidir o discrepar-- sino por sus versos. Cualquiera que sepa qué es la cultura sabe que los valores literarios de un escritor son independientes de su pensamiento político. Los primeros nos pertenecen a todos; los segundos, únicamente a su persona. En su tarea de comisario político, el inquisidor de Sabadell parece haber descubierto ahora que el poeta escribió artículos y cartas, unos públicos y otros privados, como la famosa misiva a Guiomar, recelando del papel del catalanismo con respecto a la República.
¿Y qué? El supuesto pecado no es sino una virtud: libertad. Machado, como sabe todo el mundo menos Pedro Sánchez, que aún no ha decidido cuántas naciones hay en España, era sevillano. Un andaluz fascinado por lo que ocurría en la Europa de su tiempo --el París de la primera modernidad--, enamorado de Castilla y heredero de la Institución Libre de Enseñanza. Su idea de España es limpia, regeneracionista y honorable. Por eso creía que el Estatuto de 1932 era un "atraco" para la hacienda común y una agresión al sistema educativo, la herramienta para convertirnos en un país moderno. Discrepar de un modelo político no es ser hostil a un pueblo. Es tener criterio, capacidad de argumentación y una opinión propia. "Sólo la cultura puede borrar el caciquismo y la demagogia de España", escribió Unamuno. La regla es aplicable a la Cataluña actual. Los independentistas como Abad son incapaces de entender que la cuestión catalana no es más que la eterna cuestión española. Por eso reproducen, sonámbulos, la errante sombra de Caín sobre su propia tierra. Y la nuestra.