El portavoz del Gobierno regional, Jordi Turull, estaba ayer pronunciando unas frases muy combativas en ese altar académico, de prestigio universal, que es la Universitat Catalana d’Estiu de Prada, de donde han salido tantos premios Nobel, cuando le llegó la noticia de la pavorosa matanza en Barcelona. Turull interrumpió el acto académico para regresar de inmediato a Barcelona, donde todos, en efecto, le reclamábamos, todos preguntábamos angustiados: "¿Pero dónde está Turull ahora que se le necesita? ¿Cómo es que no está Turull con nosotros?".
Su rápido regreso frustró el solemne acto de entrega --en el que Turull tenía una participación decisiva-- del Premi Canigó al diputado de Junts pel Sí Lluís Llach, que se lo ha ganado con creces. Pero Turull es un hombre que entiende cuáles son las prioridades y dónde estaban ayer las cámaras.
Igual que el presidente de la Generalitat, el Molt Honorable Puigdemont. El atentado le sorprendió, según informaciones que no se han podido confirmar, cuando se hallaba en Cadaqués, en la mansión de Pilar Rahola, gozando de la paella y la orgiástica festassa subsiguiente. No ha trascendido si le dio tiempo a hacerle los honores a la paella (se respeta el top secret sobre si también este año la ha guisado el señor Trapero, mayor de los Mossos, que se ve que las cocina de rechupete: el arroz siempre al punto, y opulencia de gambas); o si se arrancó de golpe la servilleta del cuello y salió volando para Barcelona, para pronunciar tras un atril, escoltado por Oriol Junqueras, que no pierde ocasión de chupar cámara, algunas solemnes banalidades sobre "nuestro modo de ser, forjado a lo largo de los siglos", y "la democracia", y "Cataluña".
Lo importante es que Puigdemont y Turull supieron reaccionar a la llamada del deber: saltaron sin vacilar de la dimensión prusesista y turulata de cada día a la cruda realidad de los problemas serios y los conflictos reales
Es significativo que mientras se desataba el infierno en Barcelona el uno estuviera lanzando bravatas contra España en Prada de Conflent y preparándose para condecorar a Llach, y el otro en Cadaqués, afinando el ukelele para cantar Let it be con otros destacados tunos. Algunos pensarán que las circunstancias en que les sorprendió la catástrofe eran muy elocuentes sobre la estofa de nuestras autoridades. Pero eso es lo de menos. Aquí lo importante es que supieron reaccionar a la llamada del deber: saltaron sin vacilar de la dimensión prusesista y turulata de cada día a la cruda realidad de los problemas serios y los conflictos reales.
Tiempo habrá para condecorar al autor de La gallineta una y cien veces, y para comerse la paella aunque sea recalentada. Eso es secundario. Aquí lo importante, como digo, es que sabiendo que dos personas tan competentes e inteligentes como Turull y Cocomocho estaban de vuelta en Barcelona, tuiteando sus trivialidades y presidiendo un gabinete de crisis de la Señorita Pepis, la ciudadanía respiró más tranquila.
Ojalá éstos sean los penúltimos servicios que tengan que rendir a la ciudadanía antes de ser desplazados, junto con todos sus amigos y cómplices, de la vida política.