Mario Vargas Llosa explica que la novela son mentiras que acaban diciendo verdades. No lo cito por arrogancia sino por agradecimiento. Pero la novela es un género literario que no tiene nada que ver con la materia de la Historia que interpreta el pasado. Ni con la política que cuando es pasado cambia de género y se convierte en Historia.
En política las mentiras no se transforman en una verdad como explica el novelista peruano, sino al contrario: la mentira necesita una pizca de verdad para ser efectiva, para pasar de matute.
La política es necesaria. El problema de la política son los políticos. No porque todos sean corruptos, ni mucho menos. He conocido a decenas de ediles, media docena de consellers y tres ministros, a bote pronto, pero sólo a unos pocos corruptos. La corrupción no tiene nada que ver con la ideología sino con la persona. Empero, todos los políticos sin excepción usan una misma técnica: el sofismo. Con el que pretenden convencer de que sus propuestas son las mejores.
Todos los políticos emplean la misma táctica pero no todos tienen la retórica de Cicerón. O actualizando la metáfora: no todos son Messi o CR7... Vuelvo a la política: pocos contemporáneos superan a Barack Obama o Winston Churchill.
Actuar como sofista no es una táctica mala, lo es cuando se utiliza la mentira para conseguir los objetivos, y eso lo estamos viendo todos los días en los separatas de todo pelaje que, como los gatos por la noche, son pardos (pero no sólo ellos).
Estamos viendo todos los días a separatas de todo pelaje utilizar la mentira para conseguir sus objetivos
La radicalización de la política es que un viejo conocido como Jordi Turull, que me estás leyendo, hable igual que Anna Gabriel aunque vengan de universos opuestos porque o estoy loco o los antiguos convergentes no eran antisistema. Ahora lo parecen.
El problema no es lo que digan los sofistas de la mentira --repito, los hay de todos los colores políticos-- sino que se lo crean los que les votan. Lo creen a pies juntillas.
Este fin de semana un amigo aquejado de separatitis me enviaba un video de Òmnium Cultural en el que culpaba al Estado de la huelga de los seguratas de El Prat. Y así algunos creyentes de esta mentira iban al aeropuerto para convencer a los pacientes y sufridos pasajeros de que en una República catalana eso nunca pasaría.
Para que una mentira cuele se necesitan dos cosas: que el crédulo quiera creerlo, y que tenga alguna dosis de verdad. La dosis de verdad, imprescindible para que cuele la mentira, es que Aena dio la concesión de la seguridad de los vuelos en todos los aeropuertos españoles, incluido el de El Prat que gestiona la Generalitat, porque España tiene un Estado de las Autonomías cuasi federal... Es uno de los países más descentralizados del mundo.
Vuelvo a la metáfora del fútbol para ver que la mentira funciona: hace tres años, cuando CR7 cortó con la impresionante modelo rusa Irina Shayk, un amigo culé me enseñó una foto de Cristiano Ronaldo con un marroquí en Marrakech en una piscina de un hotel de cinco estrellas en posición comprometida. Que cada tarde se iba en un avión privado para estar con su amante. Creer es querer. Mi amigo estaba convencido de que no era un montaje sino que Cristiano era gay...