En mi escrito del último miércoles llamó la atención esta frase: “Al margen de que España no lo permitirá [la independencia de Cataluña]. Aguantó casi mil muertos de ETA, que tenía el mismo objetivo”. La sangre vertida por los que defendían la unidad de esta vieja nación frente a la barbarie terrorista es un muro infranqueable.
La fuerza de la sangre es la fuerza de España. Cuando a Stalin sus generales le dijeron el poder que tenía la Iglesia católica les preguntó cáusticamente: “¿Cuántas divisiones tiene?”.
España tiene divisiones afectivas, no religiosas. No necesita la Brunete.
Hace un par de años, mi hijo estuvo el verano trabajando en Londres para acabar de completar el aprendizaje del inglés. Conoció a jóvenes de todo el mundo. Londres es tan cosmopolita como Nueva York. Su mejor amiga fue una sevillana de esa tierra salerosa que huele a azahar.
La Constitución no fue producto del olvido, sino de la memoria de un pasado que no se quería repetir, y que fue aplaudido por todo el mundo como la vía a seguir para pasar pacíficamente de una dictadura a la democracia
Al saber que era catalán, una tarde, en Piccadilly Circus, le dijo que mientras hubiera en Cataluña un 20% de catalanes que se sintiera español, España no iba a permitir que viviera en su país como extranjero. Vale que es un comentario de una joven de 22 años, pero esa percepción es común en toda España; y no somos un 20% los que tenemos este sentimiento…
Como desgraciadamente la historia se ha convertido en una maría del sistema educativo, pocos la conocen. Por eso circula el discurso de Iglesias con una impunidad que me pone los pelos de punta, y eso que no es indepe. No siéndolo, su discurso es el caballo de Troya que, según la leyenda épica de Homero, destruyó la ciudad-Estado del valeroso Héctor; la Transición que empezó Adolfo Suárez en el verano de 1976 y acabó en el referéndum del 6D de 1978, en el que los españoles decidieron pasar página y empezar un nuevo capítulo de la historia de España.
Esa Constitución no fue producto del olvido, sino de la memoria de un pasado que no se quería repetir, y que fue aplaudido por todo el mundo como la vía a seguir para pasar pacíficamente de una dictadura a la democracia. El tránsito no fue tan pacífico como se cree desde fuera porque la zarpa terrorista acabó con casi mil españoles, pero la simiente de la sangre derramada ha fortalecido a España. Nuestra generación ha aprendido a llorar a cada uno de nuestros muertos.
La crisis y la corrupción explican la irrupción de dos nuevas fuerzas políticas (Podemos y Ciudadanos), y la separatitis que nos aqueja. Ni una cosa ni la otra son nuevas. La crisis y la corrupción ya hicieron célebre al duque de Lerma, válido del rey Felipe IV, como el primer especulador inmobiliario.
Es cierto que Cataluña, por la cultura y la economía, 'is different'
La crisis catalana, como la vasca, empezó en 1898, cuando se perdieron las colonias de ultramar y los industriales barceloneses, el mercado exclusivo textil que tenían en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Una generación después, Ortega y Gasset, en las Cortes Generales de la II República durante el debate del Estatut de Cataluña, dijo que la solución al problema era la conllevancia. En ese discurso, en defensa del Estatut, el filósofo advirtió a los nacionalistas de que si intentaran romper España lo único que conseguirían es acabar con la República.
La sangre da fuerza a España… No lo entienden los Puigdemont.
Es cierto que Cataluña, por la cultura y la economía, is different. Todas las comunidades lo son pero, por ejemplo, la economía marca la diferencia entre Galicia y Cataluña. Los dos tienen una cultura propia, pero Galicia no tiene una base industrial para que prenda la independencia. La interpretación materialista de la historia no es falsa: la economía dirige el mundo. La teoría es marxista, pero hasta los liberales la aceptan.
Si conociéramos más la historia, tendríamos menos discusiones nacionales…