A menos de dos meses del 1 de octubre, la incertidumbre y el desasosiego campan a sus anchas, sobre todo entre los catalanes no nacionalistas. La opinión más común es que esto pinta feo, y que sólo puede acabar mal o fatal, vista la arrogancia que esgrimen y la enajenación que obnubila a los políticos independentistas, ajenos a la prudencia y al diálogo, en absoluto conscientes, cabalgando como cabalgan a lomos de falacias y posverdades, de que su estúpido órdago a la grande bien pudiera desencadenar una serie de catastróficas desdichas que pagaremos todos muy caro.
El muy poco honorable Puigdemont y el escurridizo Junqueras están jugando esta peligrosísima partida como quien juega a la ruleta rusa, con una bala en la recámara, retando al Estado de derecho, a la ley, a los tribunales, a la democracia y al Gobierno de España; parapetados tras una masa dúctil, permeable, que se mueve como legión de sonámbulos al dictado de consignas que otros, los paniaguados de las entidades civiles nacionalistas, se encargan de amplificar de forma efectiva. No deja de resultar asombroso que todos ellos actúen sin querer ver la espada de Damocles que pende sobre sus cabezas, sostenida por un frágil cabello. Ahí siguen y seguirán, prietas las filas e impasible el ademán: Esto será tan fácil como bufar i fer ampolles —dicen—; les damos miedo y mucho más que les daremos; el 2 de octubre capitularán y negociarán en nuestros términos y condiciones; marxem, marxem y mucho bla, bla, bla...
Es cierto que, en muchos momentos, los constitucionalistas, libres de la dicotomía que a ellos les impide sentirse catalanes y españoles, ironizamos y nos reímos de lo lindo —¡faltaría más!— ante las sandeces que siembra a voleo esta pandilla de comedores de alfalfa. Hay que ponerse clavos en la mandíbula a fin de no perderla en el acceso cuando nos enteramos de que la ONU le aconseja al Diplocat que se busque un buen psiquiatra y que se observe a sí mismo; cuando Josep Maria Terricabras se muestra dispuesto a iniciar una huelga de hambre; cuando Puigdemont afirma estar dispuesto a ir a la cárcel; cuando Joan Tardà amenaza con que los diputados sediciosos se refugiarán y declararán la República —en el supuesto de que el Gobierno adopte medidas extraordinarias— en las alturas de Montserrat, como hicieron los zelotes judíos en Massada. Y eso, claro está, obliga a imaginarse a Mariano Rajoy con casco, penacho y coraza, espada en mano, en el papel del gobernador romano Lucio Flavio Silva, ordenando a la Legio X Fretensis —cuyo estandarte, por cierto, era un toro tan chulo como el de Osborne— construir una colosal rampa para tomar el monasterio al asalto y desalojar a guantazos a esa caterva de sectarios.
El muy poco honorable Puigdemont y el escurridizo Junqueras están jugando esta peligrosísima partida como quien juega a la ruleta rusa, con una bala en la recámara, retando al Estado de derecho, a la ley, a los tribunales, a la democracia y al Gobierno de España
Hilarante es también el vaudeville de las urnas. Las apuestas se cruzan en las redes sociales. Hay muchas cenas y copas en juego entre los que afirman que han sido almacenadas en la embajada de Lituania, en la pastelería familiar del president o en casa de Pilar Rahola, en Cadaqués, donde con toda probabilidad volverá a reunirse este verano lo mejor de cada casa, para la paellita y el vídeo de rigor. Puigdemont ya ensaya para la ocasión una versión kumbayá del I Want To Break Free de Queen.
Pero a la carcajada liberadora le sucede la preocupación y la inquietud ante lo que todos vemos e intuimos. Nada bueno auguran las palabras de Pere Soler, el director de los Mossos, cuando deja constancia de su nulo reparo a desbordar el marco legal, poniendo en un peligroso brete al cuerpo armado catalán: “El ordenamiento jurídico no se acaba en la Constitución”, asegura tan campante. Triste es, también, leer la infame comparación de Empar Moliner estableciendo equivalencias entre la condición de los gais en Marruecos y los catalanes en España.
Deprime, del mismo modo, comprobar que el goteo de empresas que abandonan Cataluña es incesante; Naturhouse, la firma de dietética implantada en 31 países, es la última de ellas. Su presidente, Félix Revuelta, lo tiene muy claro: "Igual que decimos ETA no, vascos sí, debemos decir separatistas no, catalanes sí". Produce desazón ver cómo toda la política catalana se ha instalado en un desafío constante a la democracia, la convivencia y las leyes: la negativa a obedecer la resolución que obliga a devolver las obras patrimonio de Sijena es vergonzosa... ¿Alguien recuerda lo de los papeles de Salamanca? Y es de sonrojo, en otro orden de cosas, saber que Standard & Poor’s (S&P) considera a Cataluña la región de España que peor administra el dinero público y que nuestra fiabilidad crediticia sigue estando cuatro escalones por debajo del bono basura.
Como pueden observar, todo es muy normal. Si a la desmedida ambición de poder de la corrupta y acorralada oligarquía burguesa catalana, representada por los que siguen siendo CDC —mal que les pese y por mucho que apeste la marca electoral—, le sumamos el carlismo pueblerino de una ERC sumamente inculta y la radicalidad y chulería abertzale de la CUP, que exige ruptura absoluta con el Reino de España, con la UE y con el Universo, el cóctel es explosivo. Pura kale borroka. Nitroglicerina inmanejable.
Hay muchas cenas y copas en juego entre los que afirman que las urnas han sido almacenadas en la embajada de Lituania, en la pastelería familiar del 'president' o en casa de Pilar Rahola
Nadie sabe a ciencia cierta lo que ocurrirá el 1 de octubre. El Gobierno deberá actuar con moderación y de modo proporcional ante lo que pueda suceder, pero no puede temblar lo más mínimo si las cosas se salen de madre. Cualquier chispa podría provocar un efecto dominó capaz de generar en cuestión de horas graves incidentes, altercados, manifestaciones y violencia. Eso les encanta, es lo que desean y sueñan. Pero si hay que ir, se va. Mucho cuidado. Muchísimo. Porque habrá detenciones, tribunales y cárcel.
Los no nacionalistas no iremos a votar si es que se vota. No será abstención, será rechazo activo, absoluto repudio. El independentismo no debe perder el tiempo intentando convencernos, adoptando falsas identidades en las redes sociales. No votaremos. Jamás. De ningún modo. Sería legitimar una ignominia, una perversión totalitaria impropia de los tiempos en que vivimos.
Esto se lo comerán ellos solitos...
Y las catastróficas desdichas que puedan generarse, también.