El "colbertismo" ha impregnado durante siglos la política económica e industrial del "hexágono" francés. Jean-Baptiste Colbert ministro de finanzas bajo el reinado de Luis XIV, sentó las bases del estado moderno practicando una política económica especialmente proteccionista. Más adelante el "neocolbertismo" impregnó la economía de la Francia del siglo XX, caracterizada por el intervencionismo del Estado y la defensa de sus "campeones nacionales" a través de un programa de ayudas, subvenciones y adjudicaciones públicas que "protegieron" a los grandes grupos (industriales) vinculados a los poderes económicos tradicionales de la República. Este intervencionismo ha terminado debilitando la competitividad del tejido industrial francés al impedir lo que J. Schumpeter llamó la "destrucción creativa", es decir el nacimiento de nuevas empresas innovadoras que sustituyan a las tradicionales.
La elección de Macron como Presidente de la República y su propuesta de modernización de la economía francesa, acompañada de una inversión de 50.000 millones de euros a cinco años, centrada en la transición energética, la revolución digital, la modernización de los servicios públicos, la renovación urbana y la mejora de la capacitación profesional así como la creación de un "Fondo para la industria y la innovación" dotado de 10.000 millones de euros, significa una apuesta decidida por un nuevo modelo productivo, aligerando el peso de la excesiva burocracia y de las subvenciones redundantes que lastran la economía francesa.
Como exige la "grandeur", Francia anuncia a bombo y platillo su aspiración a liderar la transición energética y la lucha contra el cambio climático
De todas propuestas llama sobre todo la atención la puesta en marcha de la "Ley de transición energética" elaborada por la antigua ministra de medio ambiente Ségolène Royal, que supondrá un giro sustancial de la política energética francesa, al incrementarse el peso de las renovables en el mix energético en detrimento de la nuclear que pasaría del 76% al 50% en solo 10 años. Como exige la "grandeur", Francia anuncia a bombo y platillo su aspiración a liderar la transición energética y la lucha contra el cambio climático.
Por el contrario la estrategia industrial "macroniana" adolece de incertidumbre e indefinición, hasta el momento ha sido incapaz de reaccionar a las repercusiones de un posible acuerdo Siemens-Bombardier que puede suponer la creación de dos "joint-ventures", el primero centrado en la señalización ferroviaria (la movilidad inteligente) liderado por la alemana Siemens y el segundo a la fabricación y operación de material rodante ferroviario controlado por la canadiense Bombardier. Estos acuerdos ponen en peligro a la poderosa industria ferroviaria francesa y muestran la debilidad de uno de sus campeones nacionales, Alstom Transport, ya muy debilitada por la pérdida de su negocio energético en el 2016 que suponía más del 70% de su actividad. Macron tendrá que decidir si el "colbertismo" muere definitivamente y deja a Alstom correr su suerte o una vez más el instinto proteccionista le hace acudir en ayuda del gigante ferroviario.
Estos acuerdos ponen en peligro a la poderosa industria ferroviaria francesa y muestran la debilidad de uno de sus campeones nacionales, Alstom Transport
El prestigio internacional de Macron contrasta con una caída de popularidad entre los franceses como indican las últimas encuestas. Sin duda ésta sería la consecuencia de la anunciada reforma laboral muy contestada por los sindicatos, de una reforma de las cotizaciones sociales en unos términos que preocupan especialmente a los jubilados, de una bajada de impuestos y contención del gasto público que podría afectar negativamente al "estado del bienestar" en el que los franceses han vivido muchos años. Macron tendrá que demostrar que es algo más que la "modernidad liquida" que parece encarnar y que es posible modernizar la economía francesa, combatiendo la desigualdad y manteniendo al mismo tiempo los derechos sociales conquistados.
Sin duda el "colbertismo" que fue muy positivo para la creación de la "grandeur", necesita de una profunda renovación que permita a la economía francesa y sobre todo a su industria competir en un mundo globalizado de sociedades más abiertas e innovadoras.