El gigante inmobiliario Metrovacesa vuelve al primer plano de la actualidad. Lo hace, además, por la puerta grande. Ha recuperado el liderazgo de su sector en España, bajo el mando del extremeño Ismael Clemente, flamante rey celtibérico de la hormigonera y el ladrillo.
La compañía se escindió en tres bloques a finales del año pasado. Uno se integró en Merlin, capitaneada por Clemente. Otro parte fue a parar a Testa Residencial, que tiene a Merlin entre sus principales socios.
El tercero se apiñó en Metrovacesa Promoción y Arrendamiento, sociedad fundada y controlada al 100% por Banco Santander, BBVA y Popular.
Estas tres entidades financieras acaparaban hasta ahora el capital de la vieja Metrovacesa. Una vez integrados los activos de ésta en Merlin y Testa, la troika bancaria deviene accionista de control de ambas sociedades.
Metrovacesa ha recuperado el liderazgo de su sector en España, bajo el mando del extremeño Ismael Clemente, flamante rey celtibérico de la hormigonera y el ladrillo.
Merlin luce unos activos brutos próximos a los 10.000 millones, unos ingresos de 450 millones anuales en concepto de rentas por alquileres y una capitalización bursátil superior a la de cualquiera de sus colegas.
La empresa desplegó una carrera frenética de incorporaciones. En apenas tres años, adquirió una batería de sucursales a BBVA por 740 millones, compró Testa a Sacyr por 1.800 millones y se hizo con los activos segregados de Metrovacesa. Entre tanto, dio el salto a la Bolsa, transformada en socimi.
Ismael Clemente, natural de Valencia de Mombuey (Badajoz), es el hombre del momento en el mundo del ladrillo. Hace poco, la Asociación Española de Directivos le concedió el galardón anual por sus logros profesionales, y en particular, por la gestación, a velocidad supersónica, de la mayor promotora de España.
La flamante Metrovacesa Promoción y Arrendamiento ha recibido en fechas recientes una aportación de terrenos de Santander, BBVA y Popular por valor de 1.100 millones. De esta forma, su cartera se eleva hasta los seis millones de metros cuadrados, susceptibles de transformarse en 40.000 viviendas.
Durante el presente ejercicio pondrá en el mercado 2.000 pisos. A partir de 2018 planea acelerar la marcha y aumentar la producción a 4.000 habitáculos anuales.
La actual Metrovacesa tiene poco que ver con la que una década atrás acaparó durante largo tiempo los titulares periodísticos. Ello se debía a la guerra de opas desatada entre su entonces presidente, el andaluz Joaquín Rivero, y el magnate catalán Román Sanahuja.
Su cartera se eleva hasta los seis millones de metros cuadrados, susceptibles de transformarse en 40.000 viviendas
Ambos se enzarzaron en una lucha sin cuartel por el control del gigante, que a la sazón era la segunda promotora de Europa. La banca llegó a otorgar a Sanahuja, para sus opas, créditos por importe de 5.000 millones. La pugna quedó en tablas. No hubo forma humana de poner de acuerdo a los dos personajes. Finalmente, decidieron repartirse el botín. Sanahuja se quedó con Metrovacesa; Rivero, con la opulenta filial francesa Gecina.
Al poco, sobrevino el pinchazo de la burbuja. Uno y otro andamiaje empresarial se desmoronaron como un castillo de naipes. Sanahuja fue incapaz de devolver los préstamos y la banca decomisó sus acciones de Metrovacesa.
Peor suerte aún corrió Rivero con Gecina. Un tribunal de París condenó al gaditano a cuatro años de cárcel por irregularidades perpetradas en su gestión al frente de Gecina. En 2016, Rivero falleció, a la edad de 72 años.
Sanahuja dilapidó el grueso de su ingente patrimonio en la aventura de Metrovacesa. Hoy, casi octogenario, todavía conserva algunos activos y sigue vivo y coleando. Ahora habrá de asistir impávido, desde la barrera, al resurgimiento de la gran empresa que un día fue suya.