Desconcierta que la vicepresidenta del Gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría, haya podido sentirse defraudada por el vicepresident de la Generalitat, Oriol Junqueras. Desde Cataluña algunos nunca comprendimos qué tipo de esperanza se podía haber depositado en el líder de ERC para reconducir la situación de declarada rebeldía de las instituciones del autogobierno. Pero lo cierto es que durante algunos meses ganó fuerza la idea, entre los corrillos de expertos, de que el único propósito del hombre fuerte del Govern era alcanzar pronto la presidencia de la Generalitat y, por tanto, quedaba descartado que fuera a hacer nada que pudiera comportarle una inhabilitación o pena de prisión. Algunos lo hicieron pasar por “el más listo de todos”, decían, como si estuvieran en el secreto del factor que iba a hacer descarrilar el proceso separatista; “el nuevo Pujol”, exclamaban otros.
Otra prueba de que esos mismos que depositaron tantas esperanzas en Junqueras siguen sin entender gran cosa es que califiquen de “moderados” a los consellers que han abandonado el Govern únicamente porque no han querido poner en riesgo su patrimonio. Pueden ser muchas cosas (oportunistas, cínicos o cobardes) menos moderados. No olvidemos que aceptaron participar en un Ejecutivo cuyo mandato parlamentario consistía en alcanzar la secesión en 18 meses. A priori, lo de montar después un referéndum ilegal es casi una rebaja.
Desconcierta tanta sorpresa entre los que desde el lado contrario nunca se tomaron en serio que en Cataluña se estaba montando una insurrección desde el poder y con dinero público
Puigdemont y Junqueras no es que ahora sean más radicales que antes, sino que actúan en consecuencia con lo que habían venido propagando hasta ahora. Eso hay que reconocérselo. Coherentes en su fanatismo, claro está. Solo hace falta escuchar a los dos gerifaltes del Govern referirse con extremo patetismo a la terrible represión que va a desencadenar el Estado español contra todos aquellos que quieran votar el 1-O. El discurso circular, pose lastimera y lagrimeo del líder de ERC anteayer en RAC1, metiendo a sus hijos de por medio, es para recordarlo.
Coherencia en su fanatismo, esa es la clave para entender la fase en la que estamos. Por eso desconcierta tanta sorpresa entre los que desde el lado contrario nunca se tomaron en serio que en Cataluña se estaba montando una insurrección desde el poder y con dinero público. ¡Bienvenidos a la realidad! Estaba dicho mil veces que los separatistas tras años de jaculatorias no iban a dejar de intentarlo llegado el momento. Ni ellos ni los suyos se lo perdonarían jamás. Otra cosa es que esa rebeldía esté condenada al fracaso en sus objetivos políticos inmediatos. Pero no olvidemos que su triunfo consiste en causar un estropicio social general que permita acumular nuevas fuerzas para la siguiente fase. Son inmunes al desaliento. De eso va el fanatismo, de alimentar constantemente el cuanto peor, mejor, hasta el desgarro final.