"Los hombres --escribe Josep Pla-- comienzan a volverse sensatos cuando lo tienen todo perdido. En política, ante un cúmulo de imponderables, no hay resistencia posible". Si aplicamos esta máxima a la economía social, que no es la que se refiere a las cooperativas, sino la que rige nuestra vida cotidiana, llegaremos a la misma conclusión: no hay nada que hacer. Casi todo está perdido o perdiéndose. A la tristeza melancólica que produce observar las estadísticas salariales, menguantes para los más y ascendentes para los menos, se suma ahora el bucle infinito de las hipotéticas pensiones, la religión laica de nuestros últimos días en la Tierra. Cada cierto tiempo los políticos nos repiten los mismos mensajes apocalípticos: no hay suficiente dinero para todos, los derechos sociales del Estado del bienestar son excesivos, conviene pensar en invertir en planes privados de jubilación (sin rentabilidad real y sujetos a los mercados especulativos) y el rosario habitual de advertencias bíblicas.
Acto seguido, uno analiza los hechos: Rajoy ha vaciado la hucha histórica de las pensiones y se aproxima el inminente retiro de la famosa generación del baby-boom. Conclusión realista: vivir dignamente a partir de los 67 será un milagro para aquellos que todavía están en activo. Para los parados con más de 45 años será directamente imposible. Ésta es la tragedia ética y estética del porvenir que nos espera. Ética porque se trata de un destino injusto. Y estética porque nuestra quinta ni siquiera puede ya morir joven y dejando un hermoso cadáver. Hasta para eso es tarde. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, encargada por Bruselas de velar por la salud de las cuentas públicas, auguró la pasada semana que las jubilaciones ordinarias subirán un máximo del 0,25%, muy por debajo de la inflación (1,5%), lo que en términos reales supone un descenso. Y dice algo aún peor: durante el próximo lustro la pensión media, fijada en menos de 1.000 euros, caerá hasta un 7%. Si no se aplicase el mínimo legal de revalorización, algo nada descartable dado el estado de las cuentas públicas, el recorte de las jubilaciones superaría el 10% en sólo cinco años. Es una situación suficientemente crítica como para que se atisbe a corto plazo otra reforma integral del sistema y la imposición manu militari de vías de ingresos alternativas.
A los problemas sociales derivados de la crisis y la devaluación interna --vía salarios y costes laborales-- se sumará más pronto que tarde la quiebra financiera del sistema de protección social tal y como lo hemos conocido hasta ahora
De estos datos se infiere que el sustento de nuestros pensionistas, y de muchas familias que dependen indirectamente del dinero de las jubilaciones, especialmente en territorios como Andalucía, es una absoluta incógnita. Aire. Humo. La Seguridad Social acumulará en 2020 un déficit de 11.000 millones de euros. Resulta evidente: a los problemas sociales derivados de la crisis y la devaluación interna --vía salarios y costes laborales-- se sumará más pronto que tarde la quiebra financiera del sistema de protección social tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Si vivimos más que nuestros padres y abuelos, cobraremos menos. Si es que llegamos a cobrar algo. Nuestros diputados --alertan los expertos-- deben buscar urgentemente soluciones. Todas dependen de vaciar de nuevo nuestras carteras.
Las opciones no son muchas. No caben más que tres posibilidades: subir impuestos, reducir el gasto en jubilaciones --que es una inversión social con un evidente impacto en el consumo-- o una combinación de ambas medidas. ¿Tienen alguna duda de cuál será la opción ganadora? Yo no. Y ustedes, si lo piensan fríamente, tampoco. Así que, cuando oigan a los padres de la patria lamentarse por los quebrantos del inevitable recorte de las jubilaciones, "una medida dolorosa pero absolutamente necesaria para mantener el sistema de protección", acuérdense de que hasta 2011 nuestros próceres sólo necesitaban pasar dos legislaturas como parlamentarios para cobrar --sin problemas-- la pensión máxima. O que, como ha ocurrido esta semana en Andalucía, los diputados del PSOE, el PP y C's se han puesto de acuerdo --sin conflicto-- para subirse el sueldo un 1%, sin contar dietas y otros complementos retributivos.
A este paso, para cobrar una pensión digna la única solución será hacerse diputado. No es fácil. Se trata de una labor ingrata que exige una mezcla de templanza y cinismo, aunque soportable si pensamos que por arruinarle la vida al personal, tras décadas de esforzada cotización, calculada día a día, tú podrás seguir cobrando casi seis mil euros (entre salario base y complementos) al mes. La patria necesita hombres con estas capacidades. Como decía Pla, "en un país de funcionarios (y asimilados) la bandera del sueldo es la que cuenta con mayor aceptación". Quienes acuñaron el concepto de élites políticas extractivas --los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson, autores del ensayo ¿Por qué fracasan las naciones?-- se quedaron cortos. Muy cortos. Tanto como el magro futuro de los pensionistas.