Acertó de pleno la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. El procés iba a despeñar el Gobierno catalán. Y así ha sido. Claro que Sáenz de Santamaría debía tener información privilegiada, por lo que su acierto no tiene mucho mérito. Después de dividir al PSC, de fracturar la federación de CiU, de matar a CDC para resucitar en un partido casi irrelevante como el PDeCAT, de clausurar a Unió, de crear tensiones en ICV, de convertir a una formación antinacionalista catalana como Ciutadans en el principal grupo de la oposición y de jubilar a varios líderes políticos, entre ellos Artur Mas, el proceso soberanista ha sido la espoleta que ha hecho estallar el Gobierno de la Generalitat.
Nada menos que dos crisis en menos de 15 días. Primero fue el cese del conseller de Empresa, Jordi Baiget, por sus dudas sobre el referéndum y por su temor a perder el patrimonio. Y ahora el president Carles Puigdemont cede a todas las exigencias del vicepresidente Oriol Junqueras y le confecciona un gobierno a su medida, en el que los consellers de ERC salen indemnes y son sustituidos tres miembros del PDeCAT y el secretario general del Govern. Los relevos no pueden ser más significativos: el de Interior, Jordi Jané, jefe de los Mossos; la de Ensenyament, Meritxell Ruiz, encargada de abrir los colegios en el referéndum ilegal, y la titular de Presidencia y portavoz, Neus Munté, responsable de transmitir a la opinión pública la acción del Govern.
El caso de Munté es especialmente sangrante porque se había empeñado realmente a fondo en trasladar las posverdades del procés, con una dedicación digna de mejor causa. Pero, a la vista del cese, hay que plantearse dos posibilidades: o Munté no creía nada de lo que decía o la exigencia de fidelidad y de coraje para la nueva etapa ha subido muchos enteros. Porque nadie hubiera dicho, al verla actuar, que Munté era una floja.
Está claro, sin embargo, pese a las palabras de Puigdemont en la rueda de prensa del viernes, que los relevados se colocan en la misma línea que Baiget: o dudan del éxito del referéndum o no quieren arriesgar su carrera y su patrimonio o las dos cosas a la vez. Incluso la insistencia del president en que no quería cesar a nadie y en que los salientes han dado "un paso al lado" abona esta tesis.
Junqueras ha conseguido todo lo que pretendía para hacerse cargo de la organización del referéndum y asumir las competencias de los procesos electorales: el relevo de los consellers tibios y la colegiación de todas las decisiones que afecten al referéndum
Junqueras ha conseguido todo lo que pretendía para hacerse cargo de la organización del referéndum y asumir las competencias de los procesos electorales: el relevo de los consellers tibios y la colegiación de todas las decisiones que afecten al referéndum, aunque esta condición es, en el fondo, solo política porque jurídicamente los responsables serán quienes tengan las competencias.
Los tibios del PDeCAT son sustituidos por independentistas militantes, y en algunos casos solo por eso porque sus cualidades están por demostrar. El nuevo conseller de Presidencia y portavoz, Jordi Turull, fue descabalgado para dirigir el partido, y el nuevo responsable de Interior, Joaquim Forn, no tenía asegurada ni la sucesión de Xavier Trias en la candidatura posconvergente al Ayuntamiento de Barcelona. La llegada a Ensenyament de la economista Clara Ponsatí parece una concesión a la ANC, de cuyo secretariado forma parte.
Además de la victoria de Junqueras, en la rueda de prensa conjunta del vicepresidente con Puigdemont nos enteramos de dos novedades: la primera es que no puede haber pugna entre consellers ni entre partidos porque el Govern es de Junts pel Sí. Ingenuos de nosotros, que creíamos que era de dos partidos, el PDeCAT y ERC, que no han parado de pelearse desde que se formó en enero de 2016. La segunda es que se ha formado un órgano de coordinación, integrado por el president, el vicepresidente, el secretario del Govern y el secretario de la Vicepresidencia, una especie de sanedrín que se ocupará de todo lo relacionado con el referéndum.
Puigdemont se valió de este organismo para desmentir que existiera un sanedrín exterior que tomara decisiones sin conocimiento de los consellers, como denunció Baiget. Lástima que el mismo día apareciera en Twitter una foto de la noche anterior en la que se podía ver a integrantes del otro sanedrín --David Madí, Jordi Turull y Xavier Vendrell-- reunidos en un hotel de Barcelona.
Aunque los relevados pasarán ahora a integrar la galería de los cobardes, su actitud es perfectamente comprensible. Se comprende que no quisieran secundar a Puigdemont en esta huida hacia adelante y en un esfuerzo con grandes riesgos que al final puede quedar en nada. Porque, aunque el referéndum se celebre en condiciones precarias, lo que es harto dudoso, no servirá para nada porque ningún organismo internacional va a reconocer el resultado.