Diputado autonómico, consejero de Economía y Hacienda, vicepresidente de la Generalitat, presidente de ERC, Oriol Junqueras está absolutamente convencido de lo que afirma en cada una de sus facetas políticas, al menos es lo que pretende con esa muletilla tan frecuente en sus peroratas.
Pero sucede que sus convencimientos mayores no son convincentes por falta de veracidad factual. Hace justo un año del debate que Junqueras mantuvo con Josep Borrell en el programa de Josep Cuní 8 al dia y que perdió, a pesar de lo que digan sus entregados seguidores, por un apabullante KO técnico. Pocos ejemplos habrá de un político que aspire a tanto ("me veo como presidente de la Generalitat") y que se haya visto reducido a tan poco en un debate público.
Borrell desmontó algunas de las intoxicaciones preferidas de los políticos independentistas ante un Junqueras patéticamente desbordado: los 16.000 millones anuales de déficit fiscal de Cataluña, la base en la que sustentan el "España nos roba" (que se quedan en poco más de 2.400 millones, según datos de la propia Generalitat); el 4% como límite de la solidaridad interfederal en Alemania (porcentaje inexistente); la Cataluña independiente tendría el superávit público más grande del mundo occidental (sin deducir los gastos de Estado independiente, claro), etc.
Junqueras batió en esa ocasión el récord de incompetencia argumental de un alto responsable político de la economía. Resultaría higiénico que el video del debate fuera visionado de nuevo, o por primera vez, por seguidores, engañados, ignorantes e indecisos.
Algo habrá fallado en la sociedad catalana para que tanta gente tenga tantas tragaderas. Los creadores y explotadores de emociones a lo Junqueras han tenido éxito hasta ahora
Junqueras no escarmentó con la lección recibida, no introdujo prudencia ni verdad en sus afirmaciones. Ha continuado mostrándose absolutamente convencido, contra toda evidencia, en cuestiones tales como que a Cataluña le asiste el derecho a la autodeterminación, como un país colonizado cualquiera. Es igual que resoluciones de la ONU y los tratados internacionales hayan configurado la autodeterminación como un derecho solo de los pueblos colonizados, hoy prácticamente inaplicable después de la descolonización generalizada del siglo XX.
Junqueras también está absolutamente convencido de que una Cataluña independiente seguiría siendo Estado miembro de la Unión Europea. Sabe que, de no ser así, el fervor independentista se enfriaría. Dada la importancia de esta cuestión, vale la pena reproducir lo que dijo en la reunión del Círculo de Economía en Sitges el pasado 26 de mayo: "No existe ningún mecanismo legal, ningún tratado, ninguna directiva ni ningún artículo de ninguna ley que prevea la expulsión de un Estado miembro". Aparte del disparate de mezclar disposiciones de rango y origen diferentes (directiva, tratado, ley), sin quererlo, acierta en el sentido de que no habría expulsión puesto que Cataluña no es un Estado miembro de la Unión. Es una región de un Estado miembro y por ello es un territorio de la Unión; en el caso de una hipotética secesión perdería automáticamente esa condición, como tiene declarado la Comisión Europea para cualquier región que se separase de un Estado miembro.
Realmente, algo habrá fallado en la sociedad catalana para que tanta gente tenga tantas tragaderas. Los creadores y explotadores de emociones a lo Junqueras han tenido éxito hasta ahora.
Ante semejantes convencimientos en grado absoluto, Oriol Junqueras puede escoger entre ignorancia (muy grave sería en quien ambiciona próximas presidencias) o mala fe (muy grave sería en quien se postula como adalid de una virtuosa república).
En política, los absolutamente convencidos sin base alguna no dan seguridad, sino miedo. El convencimiento absoluto denota más fe que razón, más inflexibilidad que prudencia, y la inflexibilidad tiende al autoritarismo.