La posverdad secesionista tiene diversas formas de expresión. La primera es que se anuncia la secesión inminente, la ANC incluso anuncia movilizaciones para hacer efectivo el control del territorio, o sea, desplazar a la Policía Nacional, la Guardia Civil y el ejército de lugares clave como las fronteras, los aeropuertos, etc., a la par que continúan las reivindicaciones a medio o largo plazo como por ejemplo la corredor mediterráneo. No es muy coherente pedir unas inversiones que después exigirían a las mercancías valencianas o andaluzas pasar una frontera para llegar a Europa. En la misma línea se solicita la instalación en Barcelona de la Agencia Europea del Medicamento, petición inalcanzable mientras exista la más mínima duda de la continuidad de Cataluña en España y, en consecuencia, en la Unión Europea. Si se puede elegir entre un lugar seguro, como Amsterdam, y otro con grandes incertidumbres, como Barcelona, la decisión carece de dudas y así se comenta en Bruselas para quien quiera oírlo.
Una segunda característica es la de exagerar los posibles efectos positivos de la independencia y negar cualquier efecto adverso. Por ejemplo, en materia económica. Pensar que con la independencia no van a caer los ingresos fiscales y no va a aumentar el gasto público es otra posverdad de manual. ¿Acaso muchas empresas --como La Caixa, Banco Sabadell, FCC o Gas Natural, por poner algunos ejemplos de empresas con más negocio en el resto de España que en Cataluña-- no van a, por lo menos, trasladar la sede de sus negocios en España fuera de Cataluña? Evidentemente. Por tanto, la recaudación fiscal caería en caso de secesión, aún sin tener en cuenta otros elementos como la puesta en marcha de una nueva agencia tributaria u otras consecuencias derivadas de las incertidumbres y conflictos de la creación del nuevo Estado.
Es llamativa la capacidad de los dirigentes nacionalistas para tomar decisiones que no les compete, como si solo dependieran de ellos
La tercera característica llamativa es la capacidad de los dirigentes nacionalistas para tomar decisiones que no les compete, como si solo dependieran de ellos. Estos días Puigdemont ha vuelto a repetir que los clubes catalanes podrán elegir la liga que quieran y que le parece perfecto que jueguen en la Liga española. Será si la Liga española quiere, y no parece muy lógico que tras una independencia unilateral y conflictiva sea posible que continúen en ella. O que jueguen en cualquier otra, cuando los Estados europeos no van a recibir a Cataluña con los brazos abiertos. El caso del Mónaco no tiene nada que ver con el escenario político que surgiría en caso de declaración unilateral de independencia. Pero los secesionistas no asumen nunca las consecuencias derivadas de sus actos que no son de su agrado. Lo mismo ha ocurrido con la pretensión de seguir en la UE como si nada cambiase con la secesión, y otros muchos ejemplos.
Ya sé que en su fuero interno la mayoría de dirigentes secesionistas piensa que la independencia no va a producirse y, por tanto, se puede mentir impunemente. Que lo que esta en juego es la lucha del secesionismo por mantenerse en el poder y por ver quién es el partido dominante en Cataluña durante la próxima década. Pero el abuso de las posverdad debería poner sobre aviso a aquellos que se han creído que la secesión es una especie de ungüento mágico que todo lo cura. El secesionismo perjudica gravemente a Cataluña aunque la secesión no se produzca. Retrasa la solución de problemas reales, inhibe inversiones y, en el caso de la Agencia Europea del Medicamento, hace más que improbable conseguir su sede. Una sede que, sin duda, tendría un efecto muy favorable para el tejido empresarial catalán.