La explosión populista conduce a la redención, a la utopía social. En cambio, la implosión populista (su reverso) conduce a la nación y a su corolario movilizador: el nacionalismo. Y este último, el movimiento retráctil de la tribu, es la causa de las guerras más salvajes que ha conocido la humanidad. Podemos decirlo hoy con la mirada fija en Srebrenica, el cáncer de los Balcanes. En la ruta del Neretva, en el puente de Mostar o en el asedio a Sarajevo, el ser humano se asalvajó a causa del maridaje entre la nación y su ingrediente religioso, sea Bizancio o la mezquita.
Saltar a las filas de los suyos, como hizo Pep Guardiola el pasado domingo, es ir de la explosión a la implosión. A los ojos de muchos, el entusiasmo nativista del genial entrenador resultó tierno, aunque llevara implícito el mensaje excluyente del nacionalista políglota, porque hablar varios idiomas no le convierte a uno en cosmopolita. Guardiola perdió para siempre la oportunidad de decir aquello de I would prefer not to y convertirse en estatua de sal. Se hubiese evitado el discursito de Montjuïc contra el “Estado autoritario”, que lo es, pero no porque no quiera pactar un referéndum anticonstitucional sino por razones más profundas, que no vienen al caso y que él probablemente desconoce.
Cuando las emociones sustituyen a las leyes, el mundo se oscurece. No hay sociedad por muy avanzada que se crea que no sucumba a la construcción de un mito. Conviene no olvidar que el aislacionismo genera mentiras que muchos acaban idolatrando. Con el “America first”, el ogro de la Casa Blanca capturó el 54% del voto femenino, a pesar de que en su campaña se había comportado como un despiadado misógino. Es un dato-catapulta bastante inadvertido y utilizado por Álvaro Vargas Llosa, coordinador de El estallido del populismo (Planeta), un libro en el que han participado Enrique Krauze, Carlos Alberto Montaner, Sergio Ramírez y Plinio Apuleyo Mendoza, entre otros, coronado por un prólogo del Nobel Mario Vargas Llosa.
Donde más duro golpea el populismo es precisamente donde abundan los cruces entre utopía social y liberación nacional; el pasado lunes, tuvimos una buena instantánea de ello en las puertas del TSJC, en el momento del abrazo entre Artur Mas y Joan Josep Nuet
Mientras unos hablamos y otros gimotean, un individuo de tez blanca, tocado por la heliofobia, la frontera entre el color de la piel y la clase social, nos contempla desde su Tower de la Quinta Avenida. Él trata de rehuir su responsabilidad, de recluirse en su rizoma de marfil y oro como lo quieren hacer los dirigentes del soberanismo catalán que se han repartido el pastel de nuestra república antes de crearla. La extensión planetaria del populismo demuestra que es una epidemia incapaz de respetar especificidades, como le ha ocurrido al Brasil desnortado de Dilma Rousseff, a la Argentina de los Kirchner o la Inglaterra xenófoba de Boris Johnson y Nigel Farage, dos mentirosos filibusteros.
La acracia que nos proponen sus promotores conjuga con la extrema izquierda allí donde la necesidades son más urgentes (Latinoamérica es un ejemplo) y se convierte en extrema derecha xenófoba en las latitudes de la UE. El diablo que corroe la Venezuela chavista del vociferante de Maduro y la lamentable Catalunya Nord de Marine Le Pen (con permiso de Mélenchon, el marsellés) es el mismo, aunque muestre dos caras distintas. Donde más duro golpea el populismo es precisamente donde abundan los cruces entre utopía social y liberación nacional; el pasado lunes, tuvimos una buena instantánea de ello en las puertas del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, en el momento del abrazo entre Artur Mas y Joan Josep Nuet (ex secretario del residual Partit dels Comunistes de Catalunya). Ellos dramatizaron el momento, pero para muchos aquello no pasó de ser una vis cómica del dichoso marketing con causa.
Desde la generosidad y el despiste, las palabras de Guardiola van en la dirección de salirse de la Europa de los Estados. Debilitan la mejor versión de la comunidad que culminó Jacques Delors, el padre de la UE, el proyecto político más ambicioso de nuestro tiempo. Mantener en alto las cesiones de soberanía al proyecto común es más importante si cabe después de la victoria de Trump, un tahúr del Mississippi que ha abierto la ventana a Vladimir Putin, cuya ilegalidad en la península de Crimea retrotrae a los tiempos de Miguel Strogoff, aquel proteico correo del Zar en tecnicolor. La defensa india (buscan las tablas) de Trump y Putin sobre el tablero europeo expresa un deseo de Moscú de suplantar a la OTAN frente a una Europa militarmente atormentada y débil.
Desde la generosidad y el despiste, las palabras de Guardiola van en la dirección de salirse de la Europa de los Estados
Los redentores no cambian, escribe Enrique Krauze. El biógrafo de Octavio Paz cita el corrido (Hay en el sureste / un hombre de acción / que a todas luces trajo redención) para entrar en la figura ascendente de López Obrador, el controvertido jefe de Gobierno del Distrito Federal, incubado en Tabasco, cuna de los olmecas y puerta de entrada española, donde Cortés conoció a la Malinche. Obrador, jefe de la fracción canina del proyecto enfáticamente llamado Por el bien de todos (manda narices), creció exponencialmente en intención de voto cuando Trump dijo que el muro era innegociable y que prohibía la entrada de inmigrantes por Río Grande.
Así funciona el nacional-populismo. Una de sus tangentes menos corrosivas (de momento), la versión española de la izquierda neomarxista, tiró millas desde el 15M en adelante. Pero tuvo que detenerse en su entronización parlamentaria, cuando Pablo Iglesias le paró los pies a Íñigo Errejón. Y menos mal porque el Niño nunca fue lo que parece; Errejón es el peronismo en estado puro, aquella parte de Podemos que avanza tácticamente a través de pactos inocentes, pero escondiendo su discurso transformador para cuando alcance el poder en las instituciones. Por su parte, Iglesias no es precisamente el “alfeñique bolchevique” proclamado por Intereconomía, el medio azul.
El amago es el peor enemigo de la democracia. Puigdemont, Mas y Junqueras pinchan en hueso con Rajoy, que se muestra impasible el ademán mientras ellos mienten como bellacos. Nadie puede confiar en quien no lo pone todo sobre el tapete desde el primer momento. Por eso le debemos a Guardiola la simpática disculpa del que está siendo utilizado. Por su parte, Varga Llosa Asociados (padre e hijo) descerrajan con su citado libro un tiro de gracia a los dos populismos, el explosivo y el implosivo, con especial estigma sobre el segundo. Leviatán se amamanta de la nación y duerme siempre en su regazo.