Debo ser de los pocos que se ha leído, no sin vergüenza ajena, la declaración solemne de este viernes de Carles Puigdemont. Todo aquel que, previa ingesta de algún líquido con ciertos grados, también desee hacerlo la tiene a su disposición aquí.
Sin ser ofensivo, recuerda la redacción aquella de principios de curso de la EGB donde explicabas tus viajes de verano. O peor, son el rododendro de las conversaciones con los papis a la vuelta del cole donde contabas tus peleas infantiles, y donde ponías nombre y apellido a aquellos niños malos que no te hacían caso. Ya ven, la redacción de un adolescente que aún necesita años para madurar. Para neófitos, desde hoy podríamos decir que madurar es llegar a ser la antítesis de un Puigdemont cualquiera.
Denota además ciertas carencias emocionales bastante significativas. Por un lado estamos los catalanes, por otro el Gobierno español. Ya ven esa manía de algunos de creer --pero sobre todo querer, aunque sea a la fuerza-- que todos los catalanes pensamos igual. No, Carles Puigdemont, esto no es así. Madurar en la vida es saber elegir las palabras al escribir y al hablar. Debería haber contrapuesto Gobierno catalán a Gobierno español. Tan simple como eso.
La declaración solemne de Puigdemont recuerda la redacción aquella de principios de curso de la EGB donde explicabas tus viajes de verano
La falta de criterio geográfico del personaje se demuestra en la enumeración sin orden ni concierto de las ciudades citadas: "Lo hemos explicado en todo el mundo, en Londres, Bruselas, París, Boston, Washington, Nueva York, Madrid". Reducir todo el mundo a siete localidades es ridículo. Mezclar capitales con ciudades sin orden es simplemente querer decir que ha estado allí. Además, el subconsciente le traiciona. Si el orden es importante, la mezquindad de poner Madrid al final de la cola es tanta como poner Boston delante de Washington.
Aunque la palma se la lleva la confusión de la propia escritura. Está claro que Puigdemont requiere un editor con urgencia. Usar el término Catalunya pero no Nova York, cuando ambos son topónimos. Usar la palabra conselleras como una bastarda del lenguaje. O peor, palabras inexistentes en castellano, sólo hacía falta pasear por el diccionario de la RAE, como "acordable". Toda una simpleza sin corrección propia de una mala noche de verano.
Uno en la vida se puede equivocar. Uno en la vida puede escribir mejor o peor. Uno al final puede hacer lo que le apetezca con su tiempo. Ojo, con una excepción: si cobras dinero público, debes ser ejemplar. Y Puigdemont ya no es sólo un mal ejemplo político, siempre dispuesto a captar una subvención como forma de vida, sino que incluso confirma con textos inmaduros que su trato a la lengua tiene la misma aspereza que el trato que otorga a las personas. Obviamente, a la lengua que le importa un huevo, el castellano; y obviamente, a las personas que le importan un huevo, los catalanes a los que no nos gusta la independencia. Para decir eso, no busque un editor, busque simplemente alguien que sepa escribir.