En 2016, el PIB español incrementó un 3,2%. Sin duda, una elevada cifra. No obstante, no sólo es importante lo que creció, sino cómo lo hizo. A diferencia de otras etapas expansivas, lo consiguió sin prácticamente la ayuda del gasto público, pues éste únicamente aumentó un 0,8%. Tampoco colaboró en una significativa medida el precio del petróleo, tal y como lo hizo en 2015. Así, mientras que en dicho año el barril Brent bajó un 46,12%, en 2016 el descenso únicamente fue de un 2,27%.
No obstante, la principal diferencia la encontramos en el comportamiento de la demanda exterior (exportaciones menos importaciones). Ésta no fue negativa, como tradicionalmente sucedía en los ejercicios en que la economía crecía en una elevada medida, sino positiva. Así, mientras en 2007 restó un 0,7% al PIB, en el pasado ejercicio sumó un 0,4%.
El magnífico comportamiento del sector exterior llevó a España en 2016 a vivir por debajo de sus posibilidades. En dicho año, el ahorro nacional (la suma del público y del privado) superó a la inversión en un 2%. En otras palabras, en términos netos, el país no se endeudó más durante el pasado ejercicio, sino que devolvió una parte de la deuda pendiente. Lo hizo porque el superávit conseguido por familias y empresas (6,54% del PIB) superó al déficit en que incurrió el sector público (4,54% del PIB, contando las ayudas otorgadas a la banca). Desde la llegada de la democracia, junto con 2015, fue el período donde el superávit del país alcanzó un mayor nivel.
El magnífico comportamiento del sector exterior llevó a España en 2016 a vivir por debajo de sus posibilidades
Esta situación contrasta en gran medida con la observada en 2007, último año de la anterior fase de expansión económica, así como con la advertida en los inmediatamente precedentes. En dicho ejercicio, el déficit del país fue del 9,7%, a pesar de que el sector público obtuvo un superávit del 2%. El motivo principal de dicho déficit fue el despilfarro realizado por familias y empresas. En otras palabras, la inversión en activos inmobiliarios (principalmente suelo y viviendas) muy sobrevalorados.
A pesar de ello, la economía española tenía aparentemente un magnífico aspecto, pues el crecimiento alcanzó el 3,8%. No obstante, el equivalente económico a un análisis de sangre en medicina nos habría revelado que casi todos sus principales parámetros estaban sumamente alterados. Por tanto, incluso si no hubiera existido la crisis de las hipotecas subprime, las progresivas subidas del tipo de interés de referencia del BCE hubieran llevado a España a la recesión dentro de los dos siguientes años.
En la actualidad, pasa todo lo contrario, la economía española está mejor por dentro que por fuera. Aunque su apariencia es saludable, su análisis de sangre es imponente. Un aspecto que me induce a estimar que entre 2017 y 2021 España crecerá entre el 2,5% y el 3,5% anual, siempre y cuando la coyuntura económica internacional no cambie drásticamente.
En 2017 y 2018, el principal motor económico del país serán las exportaciones de bienes y servicios. A partir de 2019, el relevo será progresivamente cogido por el gasto de las familias y la inversión de las empresas. No obstante, el papel de las ventas de mercancías al exterior no volverá a tener el carácter secundario que tradicionalmente tuvo.
Entre 2017 y 2021 España crecerá entre el 2,5% y el 3,5% anual, siempre y cuando la coyuntura económica internacional no cambie drásticamente
Los motivos principales del nuevo papel serán dos: la elevada competitividad de las empresas españolas y la progresiva recuperación de la economía europea, principal destino de nuestras exportaciones. A diferencia de hace una década, no somos sólo competitivos en servicios (principalmente turismo), sino también en la producción de bienes, siendo ésta una gran novedad.
El reto pendiente es competir en calidad, en base a prestigiar la marca made in Spain, y progresivamente dejar de hacerlo en precio. En otras palabras, evitar que la competitividad de las empresas esté estrechamente ligada al pago de bajos salarios a los trabajadores. Una elevada vinculación entre ambas variables es pan para hoy y hambre para mañana.
La nueva función de las exportaciones en la economía española queda patente en los tres siguientes datos: el incremento de su participación en el PIB, el aumento de las empresas que venden con regularidad al exterior y la mejor evolución de nuestras exportaciones en relación a las de los principales países del mundo.
A diferencia de hace una década, no somos sólo competitivos en servicios (principalmente turismo), sino también en la producción de bienes, siendo ésta una gran novedad
En 2016, la ponderación de las exportaciones de mercancías en el PIB fue del 23,34%, exactamente 6,45y 6,03 puntos más que una y dos décadas atrás, respectivamente. Entre 2012 y el pasado año, el número de exportadores regulares aumentó un 32,4%. Un magnífico crecimiento que anticipa buenos resultados futuros, pues lo más importante en los mercados exteriores no es llegar, sino consolidarse. Una vez este último aspecto se ha conseguido, una masiva desaparición de los mismos es muy infrecuente. En el último año, un ejercicio horrible para el comercio mundial, las exportaciones de bienes de España aumentaron un 1,7%, más que en cualquier otro país importante de la economía mundial. En concreto, superaron a Alemania (+1,2%), Francia (-0,9%), EE.UU (-3,2%), China (-6,4% ) y Japón (-7,4%).
En definitiva, la clave del cambio estructural de la economía española está en la elevada competitividad actual de las empresas productoras de mercancías. Un aspecto que hace del actual modelo económico más sostenible y equilibrado que el de hace una década. Una muestra de ello será el ejercicio de 2017. A pesar de los incrementos de impuestos y el estricto control del gasto público, el PIB subirá un 3,3% y volveremos a ser el país grande que más crece dentro de la Unión Europea. Una situación increíble, tan sólo cuatro años atrás.