De nuevo un presidente de la Generalitat con apellido castellano puede marcar un antes y un después en la corta vida de esta institución en períodos democráticos. Primero fue José Montilla con su (in)comprensible defensa del nuevo Estatuto ante el cepillo parlamentario y las tachaduras del Tribunal Constitucional, actitud que ni siquiera ha sido premiada con una merecida beatificación. Muy dolido debe estar.
Ahora otro ilustre apellido castellano apunta a lo más alto, aunque para relajación de la Madre Superiora éste sí ha nacido en Cataluña. Para él se quede que no se llame Jonqueres, sino Junqueras. Mucho debe haber sido su empeño para evitar el oprobio sonoro de la jota castellana que ha conseguido que sea pronunciada como una jota catalana, incluso en Madrid. Primer éxito en la fabricación de este líder.
"Enseguida se ve que la majestad es efecto de la peluca, los zapatos de tacón alto y el manto... Así hacen los barberos y los zapateros los dioses que veneramos". Ese fue el comentario de William Thackeray a una caricatura sobre cómo se había construido la imagen de Luis XIV. Los tiempos han cambiado pero no el proceso de elaboración de la representación de un líder. Si antes se afanaban en este trabajo numerosos artistas e historiadores, ahora sobresalen empresas de comunicación y periodistas a sueldo.
En el caso de Junqueras casi todo está construido. Su mayor virtud ha sido esperar con paciencia el error de su hermano de parroquia o de su amigo de filas, del más cercano en cada momento. Él no se ha postulado como sucesor de nadie sino como el Elegido, el líder que va a dirigir al pueblo en el tramo final. ¿Quién se acuerda de aquel producto televisivo, de aquel Doctor de El favorit?
El discurso de Junqueras en la reunión del Círculo de Economía le ha situado en la lanzadera de la solución al problema, hasta para los que rechazan el procés
El pasado fin semana hemos asistido --recordando a Erving Goffman-- a una excelente lección sobre el arte de la "administración de la impresión". El discurso de Junqueras en la reunión del Círculo de Economía le ha situado en la lanzadera de la solución al problema, hasta para los que rechazan el procés. Para las elites económicas fue la estrella, ejerció de jefe del Ejecutivo sin corbata, se comprometió con una sociedad catalana, abierta, inclusiva y plural y respondió algunas preguntas en castellano (sic). O sea que lo que debía ser normal y cotidiano se percibió como un don excepcional. Es la gracia del poderoso, es la entrega gratuita de un favor para ponernos en el camino de la salvación.
Ni la chapucera Operación Cataluña ha podido con él. Libre está del pecado de la corrupción, lo ha repetido hasta la saciedad y, quizás, no falte a la verdad. No es que sea honrado u honesto, es que no necesita acumular bienes materiales. Parece vivir y hablar según la regla de San Francisco, con su vida austera y simple, sin estilismos en el vestir, con respuestas metafísicas, cortas y vagas. Aunque su oronda figura contradice esa observancia propia del modelo de fraile mendicante. Además, en lo cultural recuerda a un benedictino montserratino, amante de libros antiguos y guardián de papeles patrióticos.
Junqueras está destinado a ostentar el poder temporal porque ya posee el poder espiritual. Sus fieles veneran al próximo presidente 4.0 como figura medieval, más cercana a los reyes taumaturgos franceses e ingleses que a un líder político occidental. Tiene el don del tacto real, es capaz de conseguir milagros curativos con solo rozar las llagas de sus fieles, de ese pueblo sufridor, de ese país de ciegos donde el rey tiene un ojo místico. Es la cima del ilusionismo. Maestro, doctor y apóstol de la Cataluña nacional y quizás en su retiro alcance ser hasta Abad de Montserrat. La canonización para más tarde, todo llegará.