Tengo un libro en las manos, es El vuelo mágico (Siruela) y entre sus páginas hallo un elogio del ridículo. Su autor nació hace más de un siglo y fue especialista en mitología e historia de las religiones, me refiero a Mircea Eliade. Este escritor rumano daba la vuelta al significado natural de ridículo y forzaba una paradoja.
El sentido mayoritario de esta voz califica algo de insignificante valor, de absurdo e incluso risible. Mircea Eliade optó, en cambio, por un juego de palabras equivalente a ensalzar el ser tonto por no aprovechar las ocasiones de lograr un suculento beneficio. Así, para muchos sería ridículo renunciar al dinero de una mordida del tres por ciento de una obra pública, o no cargar unos gastos particulares al erario público, o no vaciar una tarjeta black de complemento salarial; sería tonto tener escrúpulos de conciencia y rechazar un comportamiento depredador e indecente. De este modo, el maestro rumano entendía que la vida no se puede vivir de veras sin ser ridículo, o, más bien, "ser tomado por ridículo"; también por no aceptar supersticiones o por cuestionar dogmas. Afirma que "cuanto más personales somos, más nos identificamos con nuestras intenciones, más coinciden nuestros actos con nuestras ideas y más ridículos somos". Esto resulta un elogio del trabajo por hacerse una personalidad razonable y honrada, que no se deja achantar por las represalias que de ello se puedan derivar.
¿Cómo aceptar el ridículo que, en nombre de Cataluña, hacen Puigdemont y Romeva en el exterior? Muchos catalanes sentimos vergüenza de que alguien nos confunda con esa gente por el mero hecho de ser catalanes
Ahora bien, hay un ridículo evidente y natural que bien poco tiene de personal. Pensemos en el ridículo repetido de los últimos viajes de autoridades de la Generalitat para recabar apoyos hacia su proyecto separatista, como el efectuado a Estados Unidos para visitar al expresidente Jimmy Carter (probablemente, pagando a su Fundación): una recepción sin foto y reacia a la secesión catalana. Nadie los atiende en las cancillerías europeas y han tenido que suspender su visita a Marruecos para no hacer patente nuevos portazos. Sí, un ridículo de escopeta nacional; con decorados que abarcan desde la tontera vanidosa y manifiesta del exministro pepero Margallo hasta el cinismo inefable del clan Saza-Pujol. ¿Cómo aceptar el ridículo que, en nombre de Cataluña, hacen Puigdemont y Romeva en el exterior? Muchos catalanes sentimos vergüenza de que alguien nos confunda con esa gente por el mero hecho de ser catalanes.
La frase tan repetida, y poco asumida, de Josep Tarradellas de que en política se puede hacer cualquier cosa menos el ridículo --esto es, que hacer el ridículo en política no tiene perdón-- es aplicable a los directores del procés. Chapuzas que no son inofensivas y que cuestan un dinero público desaprovechado que ellos toman como propio en contra del interés general. Creo que aunque sea tarde, algún día los afectados pasarán cuentas resentidas de esta propaganda, falta mayor calma y ecuanimidad y que amaine la mediocridad que nos anega. Los ciudadanos de Cataluña se darán por enterados de los dineros que les han sustraído para dirigirlos al objetivo de la causa separatista. Como resultado de este obsesivo procés se tiene ya una división social que empequeñece grandemente la realidad de la Cataluña personal. Este es el éxito del derecho a dividir, un gran fracaso catalán.