Esta columna está dedicada a uno de los personajes más fascinantes de los últimos tiempos, Oriol Junqueras, el nuevo Duran i Lleida de la política catalana, paradigma del trilerismo ideológico, capaz de presentarse en Madrid como la solución al embrollo independentista mientras en Cataluña apela a la unilateralidad.
Junqueras, a quien no le pasa factura la corrupción de sus socios de CDC ni la derechización de las políticas sociales del Govern. Que las hay, aunque la CUP parece no percatarse. Guarderías sin financiación pública frente a colegios del Opus que segregan por sexo regados de millones, o un modelo fiscal conservador donde el impuesto de la coca-cola o el de los activos no productivos de las empresas suponen una victoria pírrica de aquellos que se dicen de izquierdas.
Junqueras, a quien poco o nada parece importarle que, el mismo día en que se llegaba a un acuerdo con las entidades sociales sobre la renta mínima garantizada, el foco del Govern estuviera en el TSJC
Junqueras, a quien poco o nada parece importarle el hecho de que, el mismo día en que se llegaba a un acuerdo con las entidades sociales sobre la renta mínima garantizada, el foco del Govern estuviera en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña apoyando a los miembros de la Mesa del Parlament investigados por tramitar resoluciones independentistas. Defender la inviolabilidad de los parlamentarios suena a casta, pero ahí estaba la plana mayor de ERC, posando entre carteles que instan a la desobediencia. Esfuerzo madrugador y mediático que contrastaba con los 140 caracteres con que la consejera de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia, Dolors Bassa --sindicalista republicana--, resolvió en Twitter el acuerdo sobre la renta garantizada.
Junqueras quien, en esa línea de contraprogramar actos sociales con ceremoniales independentistas, celebró a lo grande la firma de un simulacro de convocatoria de referéndum junto al resto de miembros del Consell Executiu, mientras se reunía casi clandestinamente la mesa de seguimiento de los acuerdos aprobados en el Parlamento catalán en el pleno sobre pobreza.
Junqueras, quien, a su manera, se ha convertido en el nuevo Duran de la política catalana, diciéndole a los empresarios y dirigentes madrileños lo que quieren oír: que en Cataluña “no pasa nada” y que “el 27S avaló la construcción de la independencia, no la declaración de independencia”. Oye, que si para ello hay que comer en restaurantes de lujo con periodistas de la "caverna”, pues se come.
Definitivamente, el cielo de la república catalana puede esperar; el deseo de Junqueras de ser el próximo presidente autonómico, no.