El Fondo Monetario Internacional (FMI) es como el Vaticano: un sitio al que algunos siguen rezando día y noche a pesar de que no emite más que mensajes llenos de hermetismo, para regocijo de los intermediarios habituales, que son los encargados de descifrarnos (previo pago, por supuesto) sus crípticos enunciados. Estos días ha anunciado que España va a crecer tres décimas más de lo previsto a inicios de año. Parece una excelente noticia. Lo es sólo a medias, porque tiene una cara b: la entidad financiera internacional exige que el Gobierno introduzca en la agenda política inmediata tres nuevas inmolaciones colectivas: más IVA, una nueva ronda de fusiones bancarias y, por supuesto, otra reforma laboral.
Las tres cosas juntas, sumadas al permanente hostigamiento de Montoro, vienen a ser como una bomba atómica arrojada sobre un territorio ya arrasado. La recomendación, por supuesto, está presentada con el tono de suficiencia técnica --la careta del dogmatismo más político-- que se les exige de fábrica a todos sus directores-gerentes, que desde Strauss-Kahn a Rato ya sabemos que representan lo mejor de la selección natural del primer mundo. Váyanse ustedes agarrando la cartera --si todavía la usan-- porque se aproxima otra vuelta de tuerca del atraco sobre las clases medias y humildes que desde 2008 se ha convertido en cotidiano.
Los oráculos del capitalismo sostienen, en contra de todas las evidencias, que si pagamos más impuestos por consumir y sumamos la inflación, los bancos nos asaltan con nuevas comisiones y servicios ficticios, y ganamos menos sueldo, vamos a estar mucho mejor y la economía mejorará
Los oráculos del capitalismo sostienen, en contra de todas las evidencias, que si pagamos más impuestos por consumir y sumamos la inflación, los bancos nos asaltan con nuevas comisiones y servicios ficticios, y ganamos menos sueldo, vamos a estar mucho mejor y la economía mejorará. Seguro. ¿Quién lo pone en duda? En relación a la reforma laboral, ya sabemos --por experiencia-- lo que nos espera: más pobreza, EREs y espanto. En España los sucesivos gobiernos han modificado sin cesar el marco laboral aproximadamente cada dos años. La única excepción es la última reforma del PP, que ha cumplido ya un lustro con una cosecha --luminosa-- de destrucción de empleo, abaratamiento del trabajo y precarización de la mayoría de las profesiones honradas. El equipo de Rajoy la concibió para seducir a los mercados y lograr por la vía rápida y dolorosa la devaluación interna. Consiguió hacer más pobre a todo el mundo y aniquiló la seguridad jurídica de los contratos laborales. También cambió el concepto de empleo: antes era una ocupación a tiempo completo que permitía vivir; ahora es una afición que se hace a cambio de la voluntad piadosa de los demás.
Si se fijan, todas las demandas del FMI tocan puntos que se suponían resueltos o, por lo menos, encauzados, según la propaganda oficial, tras el crack de la burbuja inmobiliaria: reforma fiscal, contención del déficit público, solvencia bancaria y flexibilidad laboral. Nueve años después, tras un sinfín de sacrificios cargados sobre las economías más frágiles, parece que seguimos sin haber avanzado en estas cuestiones. O nuestros acreedores quieren que suframos más rápido y que les devolvamos su dinero antes. Cualquiera puede preguntarse: ¿qué diablos han estado haciendo nuestros gobiernos en los últimos nueve años?
Es fácil. Miren donde miren encontrarán idéntico paisaje: cleptocracias parroquiales que en Cataluña, Madrid, Valencia, Murcia o Andalucía exigen sacrificios a los contribuyentes --profesionales, industriales, autónomos, familias-- con pretextos como el nacionalismo, la patria, el progreso o la igualdad, mientras se dedican al offshore, las comisiones, el business y la vida loca. Peter Sloterdijk, el filósofo alemán, definió al hombre contemporáneo como un sujeto en deuda permanente con su banco y su Estado. También con sus ladrones. Tenemos tantos que podemos elegir hasta cuál preferimos y, por supuesto, votarlo para que desde el Congreso o en cualquier parlamento regional nos ilustre sobre la ejemplaridad pública.