Dicen que en el vestíbulo de la planta noble del BCE resonó un ¿qué c... quiere este señor de JP Morgan? Aunque no lo parezca, el pensamiento neoclásico y los modelos matemáticos compaginan con el exabrupto. El analista de riesgos que se sienta en el pedestal del euro no entiende que el presidente del Banco Popular, Emilio Saracho, pida flexibilidad para evitar el embudo en el que se ha metido la entidad. En caída libre, el banco de los Valls Taberner se encuentra ya en el sótano de los mercados, donde reinan el barrizal y las arenas movedizas. Saracho tiene las suelas pegadas al subsuelo resbaladizo, como las tuvo, salvando las distancias, Mario Conde cuando en los 90 se fundió Banesto, el banco de los blasones y los cotos de caza. Entonces intervino JP Morgan prometiendo una ampliación de capital, diseñada por Violy de Harper y Roberto Mendoza, que nunca llegó. Ahora, en el caso del Popular, JP Morgan solo es la sombra que proyecta teoría, pero está por ver quién patrocina los 3.000 millones que necesita el banco español.
En el Grossmarkthalle, el mercado mayorista de Frankfurt que acoge hoy la imponente sede del BCE, los tejemanejes contables sientan mal. Solo se acepta el rigor del ratio Basilea (beneficio sobre activos totales medios). Y ahí, el Popular cojea. La gente de Mario Draghi dará el plácet de la salvación del Popular, si entra dinero fresco. Dinero nuevo de verdad; no dinero nuevo sobre dinero viejo; no refinanciaciones que limpian el balance pero destrozan la cuenta de resultados.
Saracho fue presidente de JP Morgan en España antes de convertirse en banquero de verdad, es decir antes de saltar desde la banca de inversión a la banca comercial, el retail, donde reinan el crédito al consumo y la hipoteca; y su triste corolario: la morosidad. Y ahí, la verdad del mercado al contado ha desnortado la banca al por mayor, que abre y cierra pantallas de Reuters o Bloomberg en miles de millones, que se neutralizan y que nunca llegan a realizarse. Se ha ido a la porra el equipo engominado de Saracho, los Escrig, Pepe Cerezo o Larena (ex Deutsche Bank), todos muy anglo, muy City, pero escasamente eficaces a la hora de reflotar como Dios manda.
La eclosión de la banca cínica se precipitaba sobre el Popular (los spin off campaban a sus anchas junto a las externalizaciones). Pero llegado el momento, una vocecita de arriba ha señalado el camino: han fichado como consejero delegado a Ignacio Sánchez-Asiaín, el hijo del profesor Ángel Sanchez-Asiaín que presidio el Bilbao e inventó la banca moderna, la de Pedro de Toledo, Isidro Fainé, Rojo, Aristóbulo de Juan, Joan Oliu (padre) o Emilio Botín, entre otros.
Asiaín liderará al Popular mientras Saracho discursea; será el encuentro de un ignaciano puro con un pensador, al encuentro del bien supremo; la lucha soterrada entre la casuística y el poder; entre la eficacia y el dogma; entre los que van camino de Loyola y los que peregrinan a Torreciudad pare rendir culto de Sanjosémaría
A partir de ahora miraremos al Popular con otros ojos. Asiaín Jr (54 años) se formó en la Comercial de Deusto, se inició en el BBVA, después de los 100 días que estremecieron al mundo (la fusión Bilbao-Vizcaya) en el corazón de Neguri; luego pasó por Kutxabank y heredó Abanca, el negocio bancario de Novacaixagalicia. Asiaín liderará al Popular mientras Saracho (ex Santander de Negocios, ex Goldman Sachs y ex Morgan) discursea; será el encuentro de un ignaciano puro con un pensador, al encuentro del bien supremo; la lucha soterrada entre la casuística y el poder; entre la eficacia y el dogma; entre los que van camino de Loyola y los que peregrinan a Torreciudad pare rendir culto de Sanjosémaría.
Hace ya mucho que las reliquias dejaron de influir en el margen o en la cartera de un activo saneado. El Popular no volverá a la vida si no es con el esfuerzo de sus gestores, dispuestos a adelgazar sus dispendios. Sepultada la Escuela de Salamanca y sentenciado el Homo economicus, nadie espera la salvación del horóscopo o la fetua de un teólogo. A partir de hoy, el futuro está en manos de Asiaín Jr, un ejecutivo de Wharton School de Pensilvania, que heredó de su padre el buen hacer y la paciencia de Job.
El llorado Ángel Sánchez-Asiaín atravesó los peores años de ETA, cuando la banda secuestró y asesinó a Oriol y Urquijo y el Bilbao pagaba religiosamente el impuesto revolucionario para evitar males mayores. Su hijo es hoy un profesional ex novo, que no vivió el fin del statu quo de la banca ni las guerras de familia en el mundo del hierro y las finanzas, los embates de Echevarría Churruca o los Delclaux, en los momentos en que la burguesía vasca se quedó en tierra de nadie, entre el españolismo rancio, el vasquismo tocado por el crimen y el nacionalismo refugiado en Deusto.
El joven Asiaín nació en aquel magma sin ser el hijo del dueño. La meritocracia le contempla; mientras que su presidente, Saracho (la pieza de recambio del obsoleto Ángel Ron), resulta condenable por su pasado reciente y vive dispuesto a pescar en el río revuelto de la historia.