En los últimos meses, he leído diversos artículos de diferentes economistas que indican que pronto vendrá otra crisis. Mi percepción es que algunos de ellos así lo creen realmente; por el contrario, otros la predicen con la finalidad de obtener notoriedad o mantener la ganada durante la última recesión. Desde hace mucho tiempo, está demostrado que casi cualquier noticia negativa genera más interés que una positiva. Un aspecto especialmente evidente entre los ciudadanos de nuestro país si aquella hace referencia a la economía o a España, debido a la larga y profunda crisis que la mayoría recientemente padeció y de la que muchos aún no se han recuperado plenamente.
Según sean las características profesionales del economista, la próxima crisis será mundial, europea, española, bursátil o inmobiliaria. A corto plazo, parece que no nos libraremos de ninguna. En el presente artículo, me referiré a las posibilidades de aparición de alguna de las tres primeras en un futuro cercano; en el de la próxima semana, a las dos últimas. Es indudable que los distintos países y mercados de activos volverán a estar en crisis en algún momento, pues éstas son una consecuencia inevitable del capitalismo. A pesar de ello, no veo ningún motivo trascendente que me lleve a pensar que alguna de las anteriores afectará de forma significativa a la economía mundial o a la española durante los dos próximos años.
No veo ningún motivo trascendente que me lleve a pensar que alguna crisis afectará de forma significativa a la economía mundial o a la española durante los dos próximos años
La mayoría de los economistas catastrofistas opinan que el detonante de la próxima crisis mundial será el elevado ratio deuda pública / PIB que acumulan un gran número de países. Algunos de los que destacan son Japón, Italia, Estados Unidos o España, con porcentajes de dicho ratio superiores o cercanos en el 2015 al 100%. En concreto, 249,1%, 132,3%, 105,2% y 99,8%, respectivamente. El motivo de la misma será su incapacidad para hacer frente en un próximo futuro a los intereses y vencimiento de la indicada deuda.
Es sorprendente que ninguno de ellos diga lo mismo acerca de la privada, cuyo importe en la mayoría de las naciones es notablemente superior a la de la pública. Además, para que esta última sea impagada debe observarse a la vez una combinación diabólica: decrecimiento del PIB, deflación y la negativa del correspondiente banco central a financiarla de manera directa o indirecta. En 2017 y 2018, me parece muy difícil que las dos primeras causas afecten a cualquiera de los países señalados y, tal y como la experiencia reciente ha demostrado, estimo imposible que se den las tres a la vez.
En base a este último aspecto, creo que es importante recordar que la reciente crisis económica europea empezó a remitir cuando Mario Draghi, el 26 de julio de 2012, dijo la siguiente frase: "durante nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que haga falta para preservar el euro". Unas palabras que todos los analistas interpretaron como que el BCE evitaría que ningún país importante de la zona euro declarará el impago de su deuda pública.
Para los anteriores economistas, la crisis europea vendría supuestamente por las negativas repercusiones que el Brexit causaría en sus antiguos socios. La salida del Reino Unido de la Unión Europea supondría para ellos una reducción de sus exportaciones, de la inversión extranjera británica y una mayor contribución a su presupuesto al abandonarla un gran contribuidor neto. Coincido con ellos en las consecuencias, pero discrepo notablemente de la magnitud de las mismas.
El Brexit será muy dañino para el Reino Unido, pero para el resto de las naciones de la UE será un constipado que puede ser fácilmente aliviado con medicina monetaria y fiscal
Mi impresión es que el Brexit será muy dañino para el Reino Unido y hará que dicho país caiga en recesión y tenga que devaluar, con la finalidad de evitar una más intensa y prolongada crisis, un mínimo del 25% la libra. No obstante, para el resto de las naciones de la UE será un constipado que puede ser fácilmente aliviado con medicina monetaria y fiscal. En el caso concreto la zona euro, por un lado, con el alargamiento del período de compras de deuda pública por parte del BCE y de un tipo de interés de referencia nulo; por el otro, con el relajamiento de la reducción del déficit público de los diferentes países.
Por lo que respecta a España, no hay ningún indicio de la llegada de una nueva crisis ni a corto ni a medio plazo. Dos factores esenciales la ahuyentan y predicen un largo ciclo expansivo, si no cambia radicalmente el contexto de la economía mundial: la nación vive por debajo de sus posibilidades y sus productos y servicios tienen una elevada competitividad internacional.
El primer factor queda demostrado con la consecución del mayor superávit del país desde la llegada de la democracia (un 2% del PIB). En 2016, el ahorro nacional superó a la inversión porque el superávit conseguido por el sector privado (un 6,3%) fue mayor que el déficit incurrido por el público (4,3%). El segundo tiene como principal exponente el récord de exportaciones de bienes alcanzado. En el pasado año, España exportó mercancías por valor de 254.530 millones de euros, un 37.6% y un 1,7% más que en 2007 y 2015, respectivamente. El incremento del último año fue superior a la variación obtenida por Alemania (1,2%), Estados Unidos (-3,2%), China (-6,4%) o Japón (- 7,4%).
En definitiva, los tiempos han cambiado. La denominada Gran Recesión ya es un recuerdo del pasado y no debe influir negativamente en el futuro. Mi recomendación es que no hagan caso de los economistas catastrofistas y conduzcan mirando por el cristal delantero. Si hacen como ellos y lo hacen observando el tráfico sólo por el retrovisor, se la pegarán o desaprovecharán las oportunidades que el nuevo ciclo les ofrece. Ustedes mismos.