Si falla la complicidad, la democracia palidece. Vivimos un tiempo en el que el imperio de la izquierda mantiene su hegemonía simbólica, pero sus logros de desvanecen por momentos. Esta misma semana, la alcaldesa de Barcelona ha vuelto a imponer una sanción a la plataforma Barcelona con la selección por ver en la plaza Catalunya aquel España-Italia que dio que hablar. La selección de Lopetegui no es precisamente la alegría de la huerta, pero su persecución por anatema es la peor bobada que hemos inventado, después de silbar el himno de España ("yo silbar el himno, ¿te crees que estoy loco?", decía Cruyff cada vez que se le preguntaba).
Las ideologías puritanas mueren en brazos del espacio público. El teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, se ocupa del nomenclátor entusiasmado con la idea de desborbonizar Barcelona, la ciudad de los Güell y los Andreu, que donaron permutas, parques y hasta palacios a la Corona. El número dos --Gerardo, qué lejos estás de Gramsci, chico, y qué cerca de Juan Domingo, el coronel-- también es el adalid de la municipalizacion mortuoria, porque los entierros son demasiado caros, que lo son, pero escondiendo la razón de fondo: el flujo dinerario directo que supondrá la operación para el consistorio y su cartapacio. Lo de los entierros públicos es una cacicada peronista de la que nos arrepentiremos muy pronto. Pan para hoy y hambre para mañana, en la misma proporción que la nacionalización del agua de boca, solo que en el caso de la funeraria no le vendemos el servicio a un tercero sino que nos lo quedamos los ciudadanos, paganos del IBI, las basuras, las tasas, etc.
De momento y ante el fracaso de la igualdad, Ada Colau está dispuesta a reforzar el derecho al deceso justo de sus conciudadanos. Se diría que la alcaldesa quiere municipalizar los funerales para suprimir por decreto el negocio de la muerte. Pero el concejal de Presidencia y Energía, Eloi Badia, matiza que la empresa Serveis Funeraris de Barcelona (SFB), participado por el grupo Mémora, es "un servicio de alta calidad", pero "mejorable en el precio". Badia añade que el ayuntamiento no comprará el 100% porque costaría mucho crear una empresa pública y no salimos a perder dinero. Es decir, embolsamos sin solución de continuidad. Tocamos contante para arreglar el presupuesto. Remunicipalizamos, siguiendo el fracaso de la venta-obsequio de Ter Llobregat por parte de los gobiernos de Artur Mas a los intereses de los Entrecanales, los dueños de Acciona. Retomamos el camino de aquella venta-bochorno que le dio un balón de oxígeno al entonces consejero Andreu Mas-Colell para el pago de los salarios antes de la irrupción del FLA. Y poco más, aparte del descrédito.
Colau tiene un discurso errático: la economía planificada moteada por destellos de alegría en la gestión. Lo ha demostrado con el Tram Baix, el tranvía que no nos devolverá la estampa lisboeta de los altos junto al mar ni el sabor metropolitano de Budapest o Viena. En manos del ingeniero de caminos Pere Macias, las aceras con atril se comerán para siempre la imagen de la Barcelona de color de gos com fuig, glosada por Hughes. Caprichos de alcaldesa: recuperar a Macias, aquel exalcalde de Olot que desenterró el Eixample Malagrida y el único convergente que no ha metido la mano en el cazo (que sepamos). El ingeniero, dicen, diseña pegado al arte y sin perder de vista la ciudad símbolo de Luis Bagaría, el "dibujante festivo", en palabras de Rusiñol, que se metió la Rosa de Foc en el bolsillo entes de marcharse a Madrid para hacerse socialista de Indalecio Prieto y meterse en la tertulia del café de Fornos, en una esquina de Alcalá.
Acunados en auspicios poco estimulantes, Colau y los suyos están en plena celebración de la confluencia de izquierdas bajo el paraguas de Un país en comú al que están invitados a participar Barcelona en Comú, Iniciativa, Podem, Esquerra Unida y Equo; todo muy participativo, pero dejando la arquitectura orgánica para 2019, antes de los próximas municipales. Pero, ¿qué presentará Colau en 2019? El abandono de 22@ y del frente marítimo, el miedo a gobernar Fira Barcelona, el bochinche de los pisos turísticos y de un plan de hoteles restrictivo, que ha puesto pies en polvorosa a las grandes cadenas internacionales. Es decir, el fin del modelo socialdemócrata que hizo de Barcelona una ciudad envidiable y su recambio por una llamada entusiasta a la izquierda vocinglera donde los neopopulismos asamblearios pueden más que la razón.
Colau encarna el fin del modelo socialdemócrata que hizo de Barcelona una ciudad envidiable y su recambio por una llamada entusiasta a la izquierda vocinglera donde los neopopulismos asamblearios pueden más que la razón
Cuando Colau salte de la municipalidad a la nación, el aire de las acacias lo cubrirá todo. Si para entonces el mundo de la Cataluña-ciudad se ha caído, todo será irremediable. Si un día renegamos de Prat de la Riba para ahondar en la aventura sin amarres de Mas y Piugdemont, se habrá terminado el mundo de la bohemia en el que germinan las ideas. Los cicateros harán de mandarines y hasta lo que diga la valiente alcaldesa --hoy contaminada por el mundo binario y gregario de los plebiscitos refrendarios-- nos parecerá poca cosa. Serán los días de Oriol Junqueras. Un emblema de la autenticidad con la boca sellada para no caer en un renuncia. Junqueras está en el camino sembrado de los clásicos, como Palau i Fabre o como Francesc Vicens, aquel comunista del PSUC que se pasó a Esquerra para no tener que justificar su ideología y sentirse amado en los brazos tristes de la patria.
Desde que ganó la alcaldía, Ada han sido dos: la Colau y la del ardor, en un Jardín del Eden parecido al de Nabokov, pero sin incesto. La Colau ruge por las callejuelas de Ciutat Vella, mientras que la del ardor se ha prendado de la Barcelona verde de Forestier que conjuga con las piedras imposibles del art decó. La primera da y la segunda recibe, como le ocurrió a Maragall cuando alternaba planes urbanísticos en Nou Barris con el vaivén de los callaos en madrugadas de luna llena.
Llevada en volandas por los indepes, la alcaldesa pierde el sello que la vio crecer. Por la vía refrendaria embarranca en un ayuntamiento que requiere más que invención, justicia social o cambio de nomenclátor. No volveremos a ser la Rosa de Foc, ni ganas, pero desde luego, perder el tren de la tecnología, la belleza, la industria y la estética no es la mejor apuesta.