Hace unos días, la Fundación Diario Madrid acogía un debate que enfrentaba al que fuera consejero de Economía y Conocimiento de la Generalitat Andreu Mas-Colell y a Joaquín Almunia, excomisario europeo de Economía y de la Competencia y por dos veces ministro de los gobiernos de Felipe Gonzalez.
El encuentro se anunciaba sugestivo por cuanto permitiría conocer dos puntos de vista altamente profesionalizados y rigurosos ya que, mientras al catalán le acredita su paso por la Universidad de Minnesota, por Harvard y por el propio Gobierno catalán, al vasco le sobra su amplia trayectoria política y su paso por la Universidad de Deusto, que no es cualquier cosa.
El debate, ignorado olímpicamente por los medios de comunicación, muy bien podía retrotraer a la audiencia al celebrado en junio del pasado año ante las cámaras de 8TV entre el vicepresidente catalán y responsable de Economía, Oriol Junqueras, y el que fuera ministro socialista y catalán de La Pobla de Segur Josep Borrell y que se saldó, a decir de la audiencia, con una corrida en pelo infligida por el de Lleida, que se desembarazó de su contrincante sin despeinarse siquiera.
Los dirigentes soberanistas se consideran diferentes e incluso mejores que el resto de los españoles, más europeos que nadie, no soportan la existencia de Madrid
En el último cara a cara entre el minnesoto y el de Deusto, vino a ocurrir más de lo mismo y Mas-Colell tuvo difícil contrarrestar el discurso riguroso de su oponente, viniendo a demostrar, una vez más, que el debate Cataluña-España no es económico --Mas-Colell vino a decir que él no compartía el eslogan de "Espanya ens roba"-- ni siquiera histórico o, lo que es lo mismo, que la rauxa se ha terminado por imponer, definitivamente, al seny.
Quien haya asistido a ambas mesas redondas habrá podido comprobar que entre Cataluña y el resto de España no está en juego un intercambio de argumentos ni de ideas de carácter histórico y económico, sino la firme y clara voluntad de una clase dirigente catalana de montar en el siglo XXI un Estado propio, dándole igual si a sus integrantes les respalda la fuerza de la razón y de los hechos.
Esta constatación de una realidad tan desasosegante como cansina alimenta, cada vez con más fuerza, la idea de que los dirigentes soberanistas se consideran diferentes e incluso mejores que el resto de los españoles, más europeos que nadie, no soportan la existencia de Madrid, ni que los vascos tengan un trato fiscal diferente, por no decir que los andaluces y extremeños, entre otros, se hayan anclado, en su opinión, en un secular atraso del que no son capaces de salir.
En definitiva: que se quieren cambiar de bloque --sí o sí-- aunque quieren mantenerse en el mismo piso. Y de eso no se apean por muchos debates que se celebren.