Miquel Iceta desafía el mercado editorial con un libro titulado La tecera Via. Ponts per a l’acord, una defensa de la reforma constitucional para avanzar hacia un Estado federal, en la línea marcada por la Declaración de Granada aprobada por el PSOE en 2013. No va a ser el libro más vendido en Sant Jordi. Algunas gentes de este país no están hoy por hoy para matices ni para imaginar largos caminos necesitados de consenso. Quieren vencer o perder cuanto antes, siguiendo su propia vía. Y lo van a lograr. Para eso no hace falta leer, es suficiente con atender a las consignas del nosotros lo haremos o ellos no lo harán.
Mientras el maniqueísmo campe a sus anchas, no habrá lugar para terceras vías. La culpa será de los promotores de las dos vías enfrentadas, la del todo y la de la nada; pero, también los partidarios de la opción federal tendrán alguna responsabilidad en el escaso éxito comercial (político y editorial) de su propuesta. En primer lugar, su incapacidad para salvar el prestigio del concepto de la unión, arrasado por los independentistas al equipararlo a la España única y tapado por los unitaristas al fomentar la confusión entre ambas ideas, tan alejadas la una de la otra como el plural y el singular.
El unionismo ha perdido la batalla del marketing político, al menos en este primer encontronazo entre la santa unidad y el secesionismo maravilloso
El unionismo ha perdido la batalla del marketing político, al menos en este primer encontronazo entre la santa unidad y el secesionismo maravilloso. El valor de la pluralidad de los pueblos de España no ha encontrado líder político ni una propuesta atractiva para la calle de la reforma constitucional para construir un Estado federal. El temor a utilizar la terminología potente del federalismo --Federación, Estados federados, lealtad federal-- por no romper ningún plato ni dar pie a ningún atisbo de ruptura con los artículos 1 y 2 de la Constitución ha propiciado, habitualmente, la continuidad del lenguaje inventado por el Estado autonómico. La expresión más perjudicial para la venta del producto federal con mayúsculas es la del desarrollo federalizante del Estado de las autonomías, una perspectiva que echa para atrás al más ferviente federalista.
Modelos federales hay muchos y las palabras no condicionan el sentido del estado resultante, suelen decir los defensores de la Declaración de Granada. Y tienen razón, sin embargo, resulta innegable que ante la fuerza política y el imaginario histórico y sentimental utilizado (o manipulado) por los inmovilistas y los independentistas, la idea de unas autonomías mejoradas tiene un atractivo muy limitado.
El valor de la pluralidad de los pueblos de España no ha encontrado líder político ni una propuesta atractiva para la calle de la reforma constitucional para construir un Estado federal
Iceta y el PSC son tan unionistas como lo son buena parte de los seguidores no independentistas de los comuns. El lastre para los socialistas catalanes es que algunos o muchos de ellos tienen dificultades para aceptar la definición de Cataluña como sujeto político, como nación con capacidad para decidir que quiere permanecer en la Unión Federal Española. Si hay que construir una autentica unión de partes diferentes, lo más lógico parecería que cada una de las partes aceptara integrarse en ella. Este instante de ejercicio de soberanía se ha convertido en un problema monumental para el PSC. Tal vez haya que dar con alguna fórmula creativa para dejar expresar a los catalanes su voluntad de convertirse en Estado federado, en unionistas auténticos. De momento, el unionismo sigue pegado y confundido con el unitarismo. Por eso, las perspectivas políticas y editoriales de la tercera vía son tan poco alentadoras.