El llamado procés independentista acumula déficits democráticos más que suficientes para cuestionar no ya su carácter legal sino su esencia democrática. El afán totalitario del movimiento se pone de relieve diariamente con un Govern y un Parlament que han desistido de ejercer sus funciones para convertirse exclusivamente en instrumentos partidistas. Se saltan no sólo la legalidad constitucional sino el propìo Estatut y las bases más elementales del sentido común jurídico-político que exige mayorías reforzadas y máxima transparencia en la toma de decisiones que no son de administración ordinaria de un país sino que afectan a elementos esenciales de la convivencia democrática, y ninguna más trascendente que un proceso de secesión.
Esta baja calidad democrática de nuestras instituciones tiene otras manifestaciones tanto o más llamativas y preocupantes. La última, la estigmación de los disidentes que sufren escraches sin reacción institucional en la universidad y sobre todo que son descalificados por figuras del régimen, como recientemente han hecho Romeva y Rufián al acusar de falangistas o ultraderechistas a los miles de asistentes a la manifestación Aturem el cop de la semana pasada. Por mucho menos, los secesionistas ya habrían montado una de sus campañas denunciando incitación al odio o banalización del fascismo.
Por si todo eso fuera poco, asistimos los últimos días a un recrudecimiento de las amenazas de la ANC y de los dirigentes secesionistas de ocupar la calle, de crear una situación "revolucionaria" que haga triunfar el golpe por medio de la fuerza.
Todo ello adobado con el tradicional victimismo que produce situaciones tan curiosas como que una administración que no hace otra cosa que agitprop, tanto en Cataluña como en el exterior, se queje con lágrimas de cocodrilo de que el Estado actúe para combatir la secesión, cuando la realidad es que su actuación puede considerarse muy moderada y, para algunos, incluso podría calificarse de entreguista.
El secesionismo se ha beneficiado de la circunstancia de que no ha habido respuesta suficiente a sus quimeras, a sus mentiras, a sus ensoñaciones
Por último, y pasando de la forma al fondo, el secesionismo se ha beneficiado de la circunstancia de que no ha habido respuesta suficiente a sus quimeras, a sus mentiras, a sus ensoñaciones. Se dirá que no se ha querido responder para no entrar en la campaña del no, que representaría una aceptación implícita de que la secesión es posible. Pero no creo en el argumento. No se puede permitir que la sociedad catalana lleve años bombardeada desde la escuela a la televisión sobre los supuestos beneficios de la secesión. Revertir los marcos mentales creados será cuestión de años. Pero no olvidemos que la mejor manera de acabar con el secesionismo es convenciendo a los ciudadanos de que nos haría más pobres, socavaría la ya muy debilitada UE y sería un elemento de inestabilidad que podría ser la antesala de conflictos armados.
Ahora que los secesionistas están decididos a apretar el acelerador, conviene explicar con convicción los riesgos que comporta el procés para el bienestar de los catalanes con el convencimiento de defender la democracia, la convivencia y la paz. Que la pretensión secesionista de que bajemos los brazos victimas del síndrome de Estocolmo que pretenden inocularnos no consiga sus objetivos. En los próximos meses los secesionistas jugarán sus bazas. Debemos estar preparados y con la moral alta, convencidos de tener la razón, de ser los auténticos defensores de los derechos y libertades de los ciudadanos de Cataluña y de estar del lado correcto de la historia.