La Fiscalía huele a chamusquina. Desde que manda Rajoy, el pastueño, hemos vivido primero la salida de Torres-Dulce, un humanista de derechas con mucha decencia intelectual, que cogió la puerta a pocos días de la admisión a trámite de la querella de TSJC contra Artur Mas. Llovía sobre mojado porque Torres-Dulce era el mismo fiscal general que había insistido en el ingreso en prisión de Bárcenas, cuando la acusación popular solo pedía prisión eludible con fianza. En Moncloa, aquello sentó a cuerno quemado y decidieron hacerle la vida imposible. Como buen cinéfilo (¿recuerdan las apariciones del fiscal en el programa de Garci?), aquel ciudadano discreto y enjuto, sobrado en el amplio sentido de la expresión, se fue a casa y punto. Le sustituyó en el cargo Consuelo Madrigal, una gran profesional presionada hasta la extenuación por el ministro Rafael Catalá, un sujeto anti-empático.
Finalmente, ha llegado el turno de José Manuel Maza, el nuevo fiscal general del Estado que, esta vez sí, hará las delicias de los conservadores. Maza coge el mazo. Ni se lo plantea: empieza corrigiendo a las fiscales de la Púnica y oponiéndose a la imputación del presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez. Luego se sienta en el Congreso ante la Comisión de Justicia y dice que, en el caso de Murcia, se ha estado “a punto de atentar contra el honor de las personas investigadas”. Cemento armado.
Maza es el guardián del Castillo en el cuento de Kafka (Ante la ley), que se interpone entre el tribunal y un campesino que pide amparo. El campesino se queda a vivir en la puerta del tribunal (el Castillo) hasta que envejece y casi moribundo le pregunta al guardián: ¿Por qué no ha venido nadie más que yo a pedir el amparo? Y el guardián le contesta: “Porque nadie más que tú podía cruzar esta puerta. Esta puerta estaba abierta solo para ti y ahora yo la cierro”. Como el guardián, Maza ha cerrado el acceso al cuerpo de élite de la Justicia. Ha aislado a los fiscales buenos y ha colocado en los altos cargos a su tribu adocenada. Conculca un derecho, (el derecho de la ciudadanía a la neutralidad del ministerio público). ¿Pero quién le tose al hombre que te puede fulminar con solo su mirada? No conviene olvidar nunca que habitamos la nación de la Brigada Aranzadi, una arquitectura jurisdiccional montada sobre el aparato del antiguo régimen.
El segundo acto del nombramiento de Maza empezó con Catalá imponiendo a Madrigal el cese de Javier Zaragoza, fiscal de la Audiencia Nacional, y el nombramiento de Manuel Moix en Anticorrupción, aquel funcionario endomingado que estuvo a punto de cargarse la instrucción de las black al oponerse a la difusión de los correos que derivaron en el caso. Como hemos sabido después, Madrigal estuvo de los nervios hasta el pasado 11 de noviembre, fecha en la que el ministro le comunicó su cese. Ella estaba decidida a marcharse, pero Catalá, que tiene más cara que espalda, se adelantó a doña Consuelo y le impuso sus horcas caudinas: “Yo te ceso”. ¡Qué falta de estilo, muchacho! ¿A qué dedica su tiempo libre este ministro?
Maza ha cerrado el acceso al cuerpo de élite de la Justicia. Ha aislado a los fiscales buenos y ha colocado en los altos cargos a su tribu adocenada
Maza fue el ponente que admitió a trámite la querella ante el Supremo que acabo condenando a Baltasar Garzón. Se ocupó de cargarse al inhabilitado y presumido Baltasar. En marzo de 2012, el voto particular del entonces juez Maza sirvió para decantar al Tribunal Supremo en contra de los crímenes de lesa humanidad que Garzón había desvelado. La vieja autocracia anidaba todavía en los corazones oscuros que la revisitan a menudo. Pero a Garzón no le fundieron en el juicio por las desapariciones sino por Gürtel, como es bien conocido; y lo hicieron con magistrales cruces de magistrados.
Las escuchas de Gürtel empezaron en la sala con jueces como Juan Saavedra, Julián Sánchez Melgar, Ibáñez, Soriano y Maza; y finalizaron con Colmenero, Sánchez Melgar, Martínez Arrieta y el mismo Maza, que acabarían condenándole e inhabilitándole durante 11 años. Fue un tribunal carente de imparcialidad en el que los jueces entraban y salían jugando a las cuatro esquinas para finalmente volver a empezar los mismos. Y manteniendo una constante: la presencia de Maza, un duro, duro de roer.
Cuando empezó el juicio contra Garzón, los que le enjuiciaban cumplían también simultáneamente funciones de control sobre la instrucción. ¡Suprema chapuza! Y resulta muy sano recordar ahora que entonces gobernaba el PSOE de Zapatero, con Rubalcaba y gente como Alberdi o Fernández de la Vega moviendo hilos, aranzadiando entre bambalinas. Aquellos días, el Supremo absolvió al malogrado Emilio Botín por las cesiones de crédito, una estafa del tamaño de las preferentes. Somos un país, a la vista está, con diferentes varas de medir.
¿Quién le tose al hombre que te puede fulminar con solo su mirada?
Maza fue portavoz de la extinta Unión Judicial Independiente, minoritaria en la judicatura y autoproclamada asociación de talante liberal, pero dotada siempre de pronunciamientos radicalmente conservadores. Su elección no ha gustado en el ala más progresista del Supremo, pero, como suele ocurrir, los compañeros coinciden en que su trayectoria acumula méritos para ocupar la Fiscalía General. Licenciado en Derecho y en Historia por la Complutense, ingresó en la carrera judicial en 1975 y en la fiscal, de la que fue número uno de su promoción, en 1978. Desde 2011 ocupa plaza en propiedad en el Tribunal Supremo.
Ya hace días que el embrollo judicial indica la deriva de la intriga política de hoy sumida de lleno en las salas de lo penal. El bipartidismo se defiende como gato panza arriba, lo mismo en las cámaras legislativas que en los tribunales de Justicia. En España, digámoslo claro, si te quieren hacer la vaca, te la hacen y listos. O tú mismo te bajas los pantalones o te los bajan ellos.
Después disimulan con grandilocuencia, como ha hecho recientemente Juan Carlos Campo, el portavoz socialista en la Comisión de Justicia del Congreso: “¡Sospecha y decepción!”, ante el trato de favor de la Fiscalía al presidente de Murcia, bla, bla, bla. “Falta de transparencia”, bla y más bla. Los sociatas se pasan también la división de poderes por el arco de triunfo, pero se rasgan las vestiduras con gran elegancia cuando es la derecha la que lo hace; son de la piel de Caifás, sepulcros blanqueados.