María Dolores Dancausa, consejera delegada de Bankinter, se ha quejado amargamente de la penosa imagen que las entidades crediticias tienen en España: “Los banqueros no somos como aquellos de Mary Poppins, que sacaban dinero a los niños. Somos financiadores de los sueños de la gente y un elemento esencial del sistema económico, que nos ha llevado a los mayores índices de prosperidad de nuestra historia”.

La distinguida ejecutiva no debía de tener en mente el bochornoso ejemplo que su colega Ángel Ron acaba de brindar urbi et orbi. Este caballero cesó el pasado lunes como timonel del Popular, tras doce años y medio de mandato.

En ese periodo, la institución se ha pegado un batacazo devastador. Y las agencias de medición de riesgos han relegado su solvencia al deleznable nivel del bono basura. El desplome no puede ser más aplastante. Es de recordar que el Popular permaneció antaño, durante largo tiempo, en el podio de los bancos más eficientes y sólidos de Europa.

Cuando Ron ascendió a su cumbre, las acciones se cotizaban a 21,4 euros. El día de su dimisión yacían postradas al paupérrimo nivel de 0,839 euros. Dicho con otras palabras, la nada feliz gestión del señor Ron ha acarreado a los accionistas la pérdida del 96% de los fondos invertidos.

Cuando Ron ascendió a la cumbre del Popular, las acciones se cotizaban a 21,4 euros. El día de su dimisión yacían postradas al paupérrimo nivel de 0,839 euros, un 96% menos

Pocas veces la actuación del gran preboste de una sociedad del Ibex surtió consecuencias tan funestas para los intereses de su cuerpo de propietarios.

Llama poderosamente la atención que pese a tan rotundo fracaso, el Popular haya recompensado los servicios prestados por Ron con una espléndida generosidad y con una jubilación de auténtico marajá. En efecto, Ron se marcha a casa con una pensión de 8,5 millones, más un chollo adicional de 1,1 millones anuales. Para cubrir dicho devengo, el Popular aportó días atrás 15,6 millones al plan personal de previsión del mandamás cesante.

El resumen de semejantes trasiegos significa en román paladino que este espabilado profesional se lleva al zurrón la bagatela de 24 millones. Depredación desmedida de las arcas sociales se llama esta figura.

Los depauperados accionistas, al enterarse de las prebendas transcritas, montaron en cólera. El pasado lunes, exhibieron su indignación con motivo de la junta extraordinaria convocada para aprobar el nombramiento de Emilio Saracho como nuevo presidente. Aprovecharon la oportunidad para dar rienda suelta a sus diatribas contra el estado mayor de la casa y para poner a sus miembros como chupa de dómine.

Saracho se creyó en la obligación de defender a capa y espada a Ron. “No ha cometido ningún fraude”, aseveró a su encrespado auditorio. Sin embargo, es difícil convencer al pueblo llano de que el desvalijamiento de los bienes de la compañía por el expeditivo sistema de dotarse de una pensión blindada, no constituye un fraude como la copa de un pino.

Para la inmensa mayoría de los accionistas arruinados, que Ron arramble con semejantes mamandurrias entraña una tomadura de pelo, un abuso flagrante y un saqueo descarado de la entidad

Para la inmensa mayoría de los accionistas arruinados, que Ron arramble con semejantes mamandurrias entraña una tomadura de pelo, un abuso flagrante y un saqueo descarado de la entidad.

Los gerifaltes del Banco de España, en particular su presidente Luis María Linde, acostumbran cada dos por tres a dar lecciones sobre los asuntos más variopintos, totalmente ajenos a su competencia. En cambio, sobre el latrocinio perpetrado en el Popular no han dicho ni pío. Ni se espera que lo hagan. Huelga añadir que tampoco ha abierto la boca el presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, Sebastián Albella.

En el Popular parece que no han aprendido la lección. Bien al contrario. Ocurre que Saracho se incorpora a la jefatura de la casa previa firma de un contrato blindado, más el cobro de una sustanciosa prima de fichaje, más un conspicuo fondo de pensiones, más otras gabelas complementarias. Tengo dicho que en este país, de enero a enero gana dinero el banquero, ya lluevan chuzos de punta o luzca un sol resplandeciente.

Pero una cosa es obtener un lucro en buena lid, tras una administración eficaz, y otra muy distinta el pitorreo sangrante que ha demostrado esta institución con sus accionistas, que no lo olvidemos, son sus verdaderos dueños.

El sistema financiero en general, y el Popular en particular, parecen vivir en otra galaxia. Y aún viene la jefa de Bankinter y se pregunta asombrada por qué los banqueros y los bancos tienen tan mala imagen.