La política democrática vive también de los minúsculos puentes que no figuran en los mapas pero que permiten no perder casi nunca el contacto entre las dos orillas por muy enfrentados que estén públicamente sus habitantes. Es una lección de primero de ciencias políticas cuya vigencia se sostiene incluso entre países beligerantes. Lo preocupante no es la existencia de una política secreta, lo alarmante sería que no la hubiera y los conflictos debieran solventarse a través de las declaraciones públicas, casi siempre dirigidas a contentar las parroquias de fieles. Lo grave sería que los acuerdos y desacuerdos de estos contactos no pasaran luego por el control democrático de los parlamentos.
Por eso, lo más prudente para un político en el cargo, cuando es interrogado por una reunión secreta cuya existencia desconoce, es limitarse a decir una banalidad, nunca negarla, porque podría haberse celebrado. Mentir es un vicio letal para un gobernante democrático. A veces la teoría se olvida porque el runrún del día a día es agotador y la confrontación siempre muy tentadora. Esto es lo que ha sucedido con los contactos secretos entre gentes del Gobierno central y de la Generalitat, anunciados por el delegado del Gobierno en Cataluña y desmentidos por la mayoría de los consultados de la parte catalana, incluido el máximo responsable del PP catalán. La guinda del pastel de tanto despropósito ha sido el conocimiento de una entrevista privada entre Rajoy y Puigdemont celebrada hace más de un mes.
Las conversaciones no habrán servido para acercar un milímetro las posiciones, pero su divulgación sí va a tener sus consecuencias entre los socios del Gobierno de la Generalitat y sus apoyos parlamentarios
El hecho de que los encuentros sean secretos no garantiza que sean eficaces y vayan a culminar en acuerdos; simplemente son una demostración de sentido común y de capacidad de decirse las cosas por su nombre y cara a cara para que cada uno saque sus consecuencias y sepa a qué atenerse, sin interpretaciones de terceros e intermediarios interesados. La gente no se entiende simplemente hablando, pero hablar es el primer paso indispensable para comprender la situación. Dada la inflexibilidad exhibida por unos y otros en nuestro conflicto territorial, poco más habrán podido hacer quienes se hayan citado para escucharse.
Las conversaciones tal vez no habrán servido para acercar un milímetro las posiciones, sin embargo, su divulgación sí que se intuye va a tener sus consecuencias entre los socios del Gobierno de la Generalitat y sus apoyos parlamentarios. Demasiada gente ha quedado retratada estando en la luna de Valencia --desde los dirigentes de JxSí en el Parlament a la mayoría de los consellers, pasando por los dirigentes de los partidos y los portavoces oficiales y oficiosos del movimiento independentista-- como para que la desconfianza habitual entre ellos no se agrande tras este episodio. No van sobrados de confianza en JxSí, precisamente; hay una historia de rivalidad que les precede y una perspectiva de enfrentamiento electoral que les mantiene ocupados. La larga y sonriente sombra de Artur Mas no ayudará a recuperar la normalidad sino a acrecentar todas las sospechas sobre la intencionalidad de su agenda particular.