Las derrotas venideras a veces tienen el rostro sonámbulo de las victorias. Las aspiraciones cesaristas de Susana Díaz de ocupar el maltrecho trono de Ferraz se evaporaron, como la niebla del amanecer en un día de invierno, a la hora exacta en la que en el famoso comité federal de la infamia sus centuriones ajusticiaron a Sánchez (Pedro) a cuchillo, tras una rebelión interesada. Desde entonces, sospechamos que la suerte secreta de la Reina de la Marisma está echada. Mayormente porque los inspiradores del golpe de Estado, los patriarcas de la generación de Suresnes, habían trazado previamente en silencio la hoja de ruta que en los próximos meses terminará por convertirse en realidad. Todas las pistas están en las tragedias de Shakespeare: "Sólo el crimen puede consumar lo que ha iniciado el crimen".
Su Peronísima empuñó la daga que le pusieron entre las manos y selló para siempre su destino. Los vasallos, que son las bases socialistas sin nóminas públicas, quieren su cabeza, así que no es probable que si finalmente se presenta a las primarias le concedan sus votos. Y menos ahora que los patriarcas, los verdaderos dueños del negocio de la intermediación política, acaban de oficializar --por supuesto sin aparecer-- el nacimiento de la tercera vía, que es la candidatura táctica de Patxi López. Desde entonces en los pagos de la República Indígena --la Andalucía susánida-- el oro del triunfo se ha vuelto óxido.
Las aspiraciones cesaristas de Susana Díaz de ocupar el maltrecho trono de Ferraz se evaporaron en el famoso comité federal de la infamia en el que sus centuriones ajusticiaron a Sánchez (Pedro) a cuchillo, tras una rebelión interesada
Díaz tiene tres opciones: presentarse, desistir o pactar. Las tres son malas para sus aspiraciones. La primera, que implica luchar a campo abierto por la secretaría general, supone competir sin red de seguridad, algo a lo que Ella ha sido históricamente alérgica. La segunda equivaldría a reconocer su incapacidad, pero tiene la ventaja de administrar la derrota, durante un tiempo limitado, enrocándose en el Mediodía. La tercera, sugerida por ciertos lobbies, es una variante de la segunda: aceptar una hipotética candidatura electoral sin controlar la organización. Asumir el papel de marioneta que en esta guerra de poder le asignaron desde el comienzo los hombres de honor del PSOE. Por supuesto, en las próximas semanas las circunstancias pueden cambiar, pero la trama permanecerá estable aunque el horizonte se pueble de señuelos en sentido contrario, como el mitin en el que Rubalcaba va a acompañarla al cadalso, quizás para empujarla después de un beso fraternal. "Es preciso lavar nuestra honra en el río de la adulación" (Shakespeare). El Rasputín del PSOE es un maestro del teatro de la hipocresía, igual que Fouché, capaz de conspirar contra Napoleón con la misma frialdad con la que, tras ser descubierto por el emperador y amenazado con ser fusilado, admite la delación con su silencio pero proclama: "No soy de esa misma opinión, sire".
Díaz no cuenta con el apoyo de las bases socialistas ni el respaldo total de los poderes fácticos que siguen controlando el PSOE, que han evitado coronarla, como es su deseo íntimo. Su obscena demostración de dominio imponiendo una gestora --figura que ni siquiera está en los estatutos federales-- y amenazando al PSC con sacarlo del tablero es la certificación de que sus cartas son inciertas. No puede ganar si no arriesga, pero si arriesga se juega a una sola mano el patrimonio cosechado durante su carrera política. El factor Sánchez sigue siendo una incógnita: presentarse significa encabezar una rebelión de las bases contra las oligarquías del partido, que con la candidatura de López, además de restarle apoyos, buscaban que los militantes validaran la abstención en favor de Rajoy, en la que participó el exlehendakari. De nuevo, Shakesperare: "Desde que el mundo es mundo ha habido crímenes atroces. Pero antes el muerto, muerto se quedaba. Ahora las sombras vuelven y nos arrojan de nuestros sitiales".
Díaz no tiene resuelta la sucesión en Andalucía ni, en caso de catástrofe, cuenta con vía de escape: las mareas blancas --un fenómeno histórico que no se veía desde los tiempos germinales a la autonomía-- certifican el agotamiento del peronismo rociero, última etapa del dominio de los socialistas en el sur. Se trata de un desgaste a cámara lenta, es cierto, pero perceptible en todos los sondeos de opinión. Ni la corrupción ni el colapso económico son las señales que auguran un fin de ciclo. Es una cuestión sociológica: las nuevas generaciones identifican a los socialistas con un pretérito que no tiene nada de mítico, porque para ellos la propaganda de la memoria es inocua y el presente sólo es un pozo. La hora parece haberse cumplido. Sólo queda por saber cuánto tiempo tardarán las banderas de los supuestos triunfadores del comité federal en volverse blancas. "Ya no es nuestra madre, sino nuestro sepulcro", grita Ross, el personaje de Macbeth que la mañana posterior al asesinato del Rey Duncan reflejaba en su rostro toda la oscuridad del día.