Una de las justificaciones que los independentistas invocan para la pretendida secesión de Cataluña es que "España es irreformable". Lo ha dicho, por ejemplo, Oriol Junqueras. ¿Qué entenderán por irreformable? ¿A qué período de la historia de España se refieren --esa historia cuya interpretación tanto les gusta tergiversar--?
Si su gratuita afirmación fuera cierta, viviríamos hoy bajo una continuación en la forma que fuere del franquismo, por referirnos solo al período contemporáneo inmediato. En ese supuesto, que la realidad del país desmiente rotundamente, para empezar, el independentismo --el que existiese-- estaría recluido en las catacumbas y sus ideólogos no podrían decir y publicar las bobadas políticas que repiten incesantemente al amparo de uno de sus lemas preferidos: libertad de expresión.
El salto reformador que ha dado España en los últimos cuarenta años ha sido extraordinario, hasta para tiempos de aceleración histórica como los actuales. Se ha pasado de una dictadura fascistoide a una democracia plena; del aislamiento vergonzoso a formar parte de la UE, el mejor club internacional; de una renta per cápita cercana al subdesarrollo a una renta per cápita en 2016 de 36.650 dólares (34.440 euros), superando por primera vez a Italia (36.430 dólares); de una sociedad anquilosada a una sociedad dinámica con leyes sociales que están entre las más avanzadas de Europa. El proceso de desarrollo y de modernización de España ha sido espectacular, con claroscuros y parones --con retrocesos también--, por supuesto, como en todo proceso de esa naturaleza.
Propugnar ahora la secesión es una forma de negación de la participación de Cataluña en la transformación positiva de España y un rechazo frontal del catalanismo político reformador
Cataluña ha participado en el impulso y en el logro de tales progresos de manera destacada o determinante, tanto en el terreno político como en el económico y en el social. Y lo ha hecho incluso por encima de su peso demográfico. Propugnar ahora la secesión es una forma de negación de la participación de Cataluña en la transformación positiva de España y un rechazo frontal del catalanismo político reformador. Se han quedado solos instalados en su radicalismo maniqueo sin que puedan apelar a ningún movimiento moderador.
No es el único negativismo que exhiben los independentistas. Por negar no quedan. Niegan desde la realidad de una Cataluña política y socialmente diversa, muy alejada del simplismo independentista -"independencia o nada", de nuevo, Oriol Junqueras--, hasta el valor del Estatuto de Autonomía de 2006 como el instrumento más útil para el autogobierno --si se sabe usar-- que jamás ha tenido Cataluña en la era moderna, mejorable pero no prescindible como lo consideran.
Con su "España es irreformable" confunden, intencionadamente o no, España en su conjunto y complejidad con su Gobierno actual. Si aplicásemos esa mirada estrábica a Cataluña, el resultado no sería menos injusto: Cataluña no se puede confundir con el Gobierno de la coalición de facto independentista de ERC, PDECat y CUP.
Cuando desde la comunidad con el Gobierno más desleal con la Constitución y con el territorio con más procesados por corrupción de España entre 2015 y 2016 se afirma que "España es irreformable" y que "España nos roba", se denota no solo una elemental falta de prudencia, sino sobre todo de honestidad intelectual.