Esta semana, tanto El País como eldiario.es han publicado encuestas electorales en las que lo más llamativo vuelve a ser la mala salud de hierro del PSOE. En octubre del año pasado, en el momento más duro de la crisis socialista, su intención de voto cayó al 17%, según el CIS, el peor dato de su historia reciente, lo que le colocaba a cinco puntos por debajo de Unidos Podemos y situaba al PP al doble de distancia. Con todo, ese suelo electoral estaba lejos de ser el derrumbe que algunos le vaticinaban como consecuencia del gravísimo cisma sufrido en aquel aciago comité federal que se saldó con la dimisión de Pedro Sánchez.

Ahora, sin embargo, dos meses después del fin del bloqueo parlamentario, lejos de seguir hundiéndose ante la falta de liderazgo y la provisionalidad de su dirección política, los socialistas empiezan ligeramente a recuperar posiciones, llegando incluso a superar a la formación de Pablo Iglesias, según Celeste-Tel, empresa que hace el sondeo para eldiario.es, un medio poco sospechoso de favorecer al PSOE. La encuesta de Metroscopia es más moderada, pero en ella también los socialistas se benefician de los logros obtenidos en su tarea de oposición en el Congreso, reduciendo significativamente la distancia que les separa de Unidos Podemos, que sufre también las consecuencias de la pugna entre pablistas y errejonistas.

Las encuestas son solo eso y contienen márgenes de error apreciables, pero todos los datos subrayan la relativa fortaleza del espacio socialdemócrata en España, cuyos electores pueden sentirse profundamente desorientados o enojados en un momento determinado, recalando un porcentaje significativo de ellos en la abstención, mientras muy pocos corren a refugiarse en otros partidos. Llama la atención que, incluso en el peor momento de la crisis socialista, solo un 6% de sus votantes dijera que ahora lo haría por Unidos Podemos, según el CIS. Una primera reflexión es que, contrariamente a no pocos vaticinios en el sentido de que el PSOE iba a conocer la misma suerte que el Pasok griego, la realidad es que conserva un suelo electoral nada despreciable en medio de un escenario multipartidista con feroces competidores a derecha e izquierda.

Al final, viendo las encuestas, los electores del PSOE han acabado siendo más maduros que los barones territoriales, y entendiendo que la identidad del PSOE va más allá del legítimo deseo de expulsar a la derecha del poder

El comité federal del pasado sábado puso fecha a las primarias para la elección de nuevo secretario general, a finales de mayo, y al tan aplazado congreso, en junio. En política cuatro meses es mucho tiempo para anticipar qué puede ocurrir, sobre todo mientras no sepamos si, además de la candidatura ya anunciada de Patxi López, habrá otros nombres. La principal incógnita es si Pedro Sánchez va finalmente a presentarse o no, mientras su gran antagonista, Susana Díaz, parece bastante decidida y solo espera el momento más adecuado para hacerlo público.

Pero lo esencial de todo este proceso es si el PSOE logrará sanar la herida interna que sufre por haber hecho posible la investidura de Mariano Rajoy. A ello se refirió Javier Fernández, el presidente de la comisión gestora, cuya tarea está siendo bastante satisfactoria, en una intervención de mucho calado en la que reconoció que, tras las elecciones del 26J, "la inmensa mayoría de los dirigentes sabíamos lo que había que hacer, pero lo que no sabíamos era cómo ganar el congreso después de hacerlo". Es la primera vez que se acepta en público ese dilema con tanta sinceridad ("porque callar sería insultar a la verdad", apostilló Fernández).

Al hilo de estas palabras, la segunda reflexión es que, en política, las crisis internas están siempre motivadas por luchas de poder, y casi nunca por cuestiones estratégicas. Solo eso explica el encastillamiento de Sánchez en el "no es no" y la cobardía de casi todos los barones territoriales en no decir en público lo que opinaban en privada. Al final, viendo las encuestas, sus electores han acabado siendo más maduros que ellos, y entendiendo que la identidad del PSOE va más allá del legítimo deseo de expulsar a la derecha del poder. Porque en política, como también apuntó Fernández, hay siempre que explorar los límites entre la razón y la emoción.