El euro tuvo un doble nacimiento: el 1 de enero de 1999 y el de 2002. El primero fue escritural. En forma de apunte contable, empezó a negociarse en los mercados de divisas y en los de renta fija y variable. El segundo supuso su introducción física y la eliminación, seis meses después, de las monedas nacionales de los países que integraban la Unión Monetaria Europea (UME).
Para facilitar el apoyo de la población a la creación de la moneda única, los políticos nos prometieron una serie de ventajas de las que hemos disfrutado, tales como la supresión de los riesgos cambiarios en la eurozona, la eliminación de los costes de conversión de divisas, unos tipos de interés más reducidos, una mayor inversión extranjera, unas importaciones más baratas, etc. Sin duda, éste ha sido el lado positivo del euro.
En cambio, casi ningún inconveniente ni económico ni político. Entre los primeros, cabe destacar la escasa importancia que otorgaron a la imposibilidad de depreciar la moneda nacional, cuando el país afronta una grave recesión. Una situación que generalmente obliga a poner en práctica la tan dura y temida devaluación interna, realizada por España entre 2010 y 2014. En otras palabras, reducción de salarios, márgenes unitarios de beneficios y precios.
Entre los segundos, obviaron totalmente que, votaran lo que votaran los ciudadanos en sus respectivos países, sus gobernantes aplicarían políticas económicas neoliberales. Aunque nos dijeron que las autoridades nacionales perderían poder económico, nadie advirtió a los ciudadanos de que todos los países de la UME se convertirían en una colonia alemana. Así, en España, desde su llegada al poder en Alemania, las elecciones las gana siempre alguien que no se presenta: Angela Merkel.
Nadie advirtió a los ciudadanos de que, con la llegada del euro, todos los países de la UME se convertirían en una colonia alemana
Entre las ventajas prometidas, algunas aún no las hemos visto, siendo la invisible más importante la obtención de una mayor estabilidad económica. En concreto, menos períodos de recesión y contracciones más suaves. En realidad, ha sucedido todo lo contrario. No ha sido culpa de la existencia del euro, sino de la gestión realizada por dos de las principales instituciones de la UME: el BCE y el Eurogrupo.
El primero, a través de la fijación de tipos de interés que favorecían a Alemania en lugar de al conjunto de la zona euro, ha contribuido decisivamente a generar importantes desequilibrios macroeconómicos en determinados países miembros. Entre dichos desequilibrios destacaban en 2007 el elevado endeudamiento de familias y empresas en numerosas naciones, la formación de una burbuja inmobiliaria en España e Irlanda y el gran déficit exterior de los denominados en inglés PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España).
Probablemente, si España hubiera dispuesto de una política monetaria propia, no habría existido burbuja inmobiliaria. El precio de la vivienda también hubiera aumentado, pero en una menor proporción. Entre 2002 y 2006, el tipo de interés de referencia del Banco de España hubiera sido sustancialmente superior al establecido por el BCE, al no necesitar nuestro país un reducido tipo de interés real para generar crecimiento adicional. Indudablemente, el bajo nivel del euríbor a un año, al abaratar el endeudamiento, estimuló a las familias a incrementar su deuda y fomentó la especulación inmobiliaria.
El segundo, mediante la priorización de los objetivos financieros (reducción de déficit y deuda pública) a los macroeconómicos (incremento del PIB y reducción del paro) y los sociales (mejor distribución de la renta y disminución de la pobreza), ha contribuido decisivamente a la actual combinación de crisis social e inestabilidad política que existe en la eurozona. Un ejemplo de dichas prioridades es lo sucedido con las entidades financieras. Ellas han sido mucho más culpables que los ciudadanos de la gran crisis recientemente vivida. La instrucción indirecta del Eurogrupo: los segundos deben rescatar a los primeros.
En términos potenciales, el euro presenta muchas más ventajas que problemas, pero existen serias dudas de que durante los últimos 15 años las primeras hayan superado a los segundos
En definitiva, el euro ha sido y es una magnífica idea. En términos potenciales, presenta muchas más ventajas que problemas. No obstante, existen serias dudas de que durante los últimos 15 años las primeras hayan superado a los segundos, al menos en países como Grecia, Portugal e incluso Italia y España.
En los próximos tiempos, para disipar cualquier posible duda sobre las bondades de la moneda única creo necesario: evitar la extrema dependencia alemana, reformar los estatutos del BCE (debe cuidarse de estimular el crecimiento económico y no sólo de controlar la inflación), establecer una distinta priorización de los objetivos financieros, económicos y sociales, y mejorar la gestión de las principales instituciones de la eurozona. Si así sucede, la UME, además de una gran idea, será una brillante realidad.