Entender el mundo de los comuns no es fácil porque es un espacio en gestación extraordinariamente heterogéneo, con líderes que provienen de culturas políticas y organizativas diferentes. En abril, si todo va bien, se celebrará una asamblea constituyente que será la fusión de Barcelona en Comú, Podemos, ICV, EUiA y Equo. Es una operación muy delicada que pretende crear un "nuevo sujeto político" que sea más que la suma de las partes. Probablemente estamos ante el proceso más ambicioso que registra la izquierda catalana desde la unidad socialista de 1978 que dio lugar al nacimiento del PSC (PSC-PSOE). El encargado de llevarlo a buen puerto es el diputado en el Congreso Xavier Domènech, un historiador con un discurso medianamente solvente que tiene claro su propósito: construir una alternativa para las clases populares catalanas que alcance la hegemonía política y cultural. Para no enredarse en disputas estériles sobre si comunismo, socialismo o anarquismo, el eje articulador será la invocación al logro de una auténtica "democracia radical" (también social y económica) como común denominador de ese nuevo espacio que hará suyas también muchas de las recetas socialdemócratas clásicas. Su ideario será necesariamente ambiguo para aunar tantas sensibilidades y tradiciones.
La previsible inconcreción de su propuesta socioeconómica reflejará la orfandad en la que sigue inmersa el conjunto de la izquierda europea, incluida la netamente socialdemócrata, tras el colapso del keynesianismo en la década de los setenta en el marco de unas economías ya fuertemente externalizadas. Pero eso no importa demasiado porque es improbable que ese déficit de alternativa económica creíble le suponga a la nueva formación un hándicap electoral a corto plazo. Por desgracia, el debate político en España está muy lejos de abordar cuestiones tan esenciales como, por ejemplo, cuáles deberían ser las prioridades del gasto público, de qué forma revertir la crisis de fiscalidad que socava nuestro Estado del bienestar o cómo lograr que buena parte de las inversiones en bienes y servicios públicos genere un aumento de la productividad. Nuestros debates económicos son mucho más pedestres y remiten a viejas confrontaciones ideológicas que a menudo poco tienen que ver con la realidad.
Para el futuro de los comuns será decisivo qué tipo de estrategia adoptan ante el tobogán de la desobediencia y la unilateralidad por el que previsiblemente se deslizará el separatismo
Lo que determinará el éxito o fracaso de los comuns y su mayor o menor cohesión interna, será el resultado de la gestión municipal en 2019, principalmente si Ada Colau logra revalidar la alcaldía en el Ayuntamiento de Barcelona, así como la sempiterna cuestión del modelo de Estado. Más a corto plazo, será decisivo qué tipo de estrategia adoptan ante el tobogán de la desobediencia y la unilateralidad por el que previsiblemente se deslizará el separatismo. Hay un dato que los dirigentes de la nueva formación no deberían descuidar. Políticamente su electorado se siente próximo a la identidad española. Allá donde ganó C's el 27S de 2015, tres meses más tarde lo hizo En Comú Podem. El último estudio del CEO, de diciembre pasado, señala que sus votantes son abrumadoramente federalistas, el 63,4%. Su electorado independentista se reduce al 16,5%, una cifra no mucho más alta de los que ya les parece bien el actual modelo autonómico, el 14,3%.
Sin embargo, más allá de cargar contra las políticas privatizadoras y neoliberales de Convergència, casi nadie en el conglomerado de los comuns ha hecho nada hasta ahora por refutar el relato político, histórico, cultural y económico independentista. En todos estos años, los cuadros y dirigentes de esas diversas formaciones llamadas a confluir ahora en un nuevo partido han comulgado con mucha de esa mercancía intelectualmente defectuosa. Xavier Domènech parece bastante consciente de esta debilidad en una larga entrevista en forma de libro, Camins per l’hegemonia (2016), de recomendable lectura para evaluar su fondo de armario político. Por eso, ante la maniobra envolvente de referéndum unilateral que se cruza ahora en su camino y que amenaza con llevarles al límite de sus contradicciones internas, el líder de En Comú Podem ha decidido cortar por la sano rechazando categóricamente adherirse a un nuevo 9-N que carecería de efectividad y se ha lanzado, como hizo ayer, a exigir ya unas nuevas elecciones en Cataluña. Es un golpe inteligente para evitar verse arrastrado en una dinámica de confrontación política e identitaria contraria a sus intereses. Ahora bien, más allá de este gesto intuitivo, si verdaderamente los comuns se proponen disputar la hegemonía al separatismo, el reto que tienen por delante de deconstrucción del relato nacionalista es enorme.