Les gustaba Ségolène Royal porque era una mujer, y eso la diferenciaba de los hombres. Les gustaban los inicios del MoDem porque era naranja, que era un cambio respecto a rojos y de azules. Les gustaba Emmanuel Macron porque nunca quiso presentarse a unas elecciones, ni tan siquiera a unas primarias, y eso lo diferenciaba de los políticos... hablo de los fans. No confundir con los militantes que se rebajan a debatir sobre programas antes de tomar partido: los fans no son ni de izquierdas, ni de derechas, ni de centro. Lo esencial no es la dirección, sino estar en marcha, moverse por alguien. Emmanuel Macron les gustaba antes de que tuviera un programa. Porque es atractivo, porque no les pide que escojan, y sobre todo... porque es "novedoso".
Tanto da que lo supuestamente "novedoso" sea en realidad una vieja escenificación que ya estaba en el repertorio de trucos de los viejos políticos, manoseada hasta el aburrimiento desde la época de Giscard d'Estaing. Todo lo que es novedoso se supone que es también fresco.
En Canadá, los fans pueden votar por Trudeau, como en un episodio de Nouvelle star. En Estados Unidos, pueden escoger a Trump, como en un programa de telerrealidad. En Francia no nos podemos quejar; la tendencia "fan" se decanta más bien por Emmanuel Macron. Un candidato que ha encargado a una consultora de comunicación y a un grupo de militantes que busquen las ideas "novedosas" que él va a proponer. Y, ¿saben qué? A la gente le gusta. La cosa marcha. Mejor aún, está en marcha.
Los fans prefieren con frecuencia los candidatos seductores a los candidatos convincentes
Los fans prefieren con frecuencia los candidatos seductores a los candidatos convincentes. Emmanuel Macron es un seductor. El pasado 10 de diciembre sedujo a unas 10.000 personas, los brazos en cruz, en ofrenda, casi místico. Una verdadera exhibición de fuerza y de amor. Al salir del mitin, aún sin respiración, el candidato respondió "yo también le quiero" a un periodista del diario Quotidien que le preguntaba si intentaba hacer estallar el Partido Socialista. Lo principal es quererse.
Atención, no toda la gente que acudió a ese mitin eran electores-fans a los que el amor habría vuelto ciegos. No. La señora de amarillo que estaba detrás de él resoplaba cuando su candidato empezó a vociferar para decir banalidades. Esa mujer no aplaudía por aplaudir, sólo porque hubiera mucha gente y el orador levantara la voz.
Otros asistieron por simple curiosidad. Muchos se fueron antes de que terminara, antes de el espectáculo llegara a su fin. Es raro en un mitin. Quizá sea un signo.
A ciertos macronistas con experiencia les guían razones e intereses. A los emprendedores, por ejemplo. Una entiende perfectamente por qué apoyan a Macron, cuyo programa, por fin desvelado, consiste esencialmente en reducir sus cargas empresariales. ¿Cómo? Destruyendo el principio del seguro de desempleo [assurance-chômage], compensando la bajada en las cotizaciones salariales con un aumento de la CSG [Cotización Social Generalizada, impuesto sobre el conjunto de ingresos de todos los residentes en Francia], que pagamos todos, jubilados incluidos (los más modestos serán protegidos por el momento, mientras Macron esté al mando, después...). Al menos, tiene la virtud de ser claro.
Pero, aunque esté espolvoreado de buenas ideas de izquierda, como el desdoblamiento de clases en los barrios populares, el restablecimiento de la policía de proximidad o una cierta valentía para hacer aplaudir Europa en sus mítines, su programa no constituye una revolución. Ni en el fondo, ni en la forma. Emmanuel Macron propone esencialmente una reforma del código de trabajo [homólogo al Estatuto de los Trabajadores español] que no ha sabido ni defender ni implementar, ni como secretario general del Elíseo, ni como ministro de Economía.
Macron es un golpe de marketing financiado por donantes muy ricos y orientado a hacer una suerte de lobbying ante el pueblo, a la manera de una pantalla publicitaria
Todo esto no lo descalifica a priori como candidato presidencial. Pero entonces, ¿por qué se nos vende ahora que esos mimbres son los de una "revolución" del pueblo contra el "sistema"? Es exactamente lo contrario: un golpe de marketing financiado por donantes muy ricos y orientado a hacer una suerte de lobbying ante el pueblo, a la manera de una pantalla publicitaria.
Si Emmanuel Macron ha gastado una fortuna en reunir a tanta gente en una sala, en un momento tan temprano de la campaña, es para que se le deje de comparar a una burbuja. Pero las burbujas pueden crecer y arrastrar a mucha gente. La cuestión es ver cuándo estallará, y sobre todo, cuando lo haga, a beneficio de quién.
Esta candidatura tendría sentido, e incluso una cierta altura, si Emmanuel Macron hubiera tenido el coraje de defender este discurso en el interior de la Belle Alliance Populaire [la estructura de partidos progresistas, liderados por el PS, que participan en las primarias de la izquierda], para influir en el debate y cambiar las cosas. A partir del momento en que decidió ir por libre, su candidatura se convirtió en una aventura personal, en una ceremonia de la confusión, que amenaza sobre todo con hacer ganar a la derecha ultraliberal o a la extrema derecha. A eso no se le llama hacer una revolución... se le llama más bien hacer una OPA.
[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización]