El corazón de un niño espera lo que desea, dice un proverbio ruso que es extrapolable a esta situación del cuatrienio del Día de la Marmota en que vive la política catalana congelada como si no pasara nada más importante en el ágora. A veces siento hastío de esta salmodia que me recuerda a la fragua de Vulcano en la que el martillo golpea al yunque, impasible y doliente. Sí, en Cataluña la política se infantilizado y no por culpa de la CUP porque ellos son, como expliqué en mi anterior escrito, eternos adolescentes. Hijos de padres consentidores.

La pasada semana volvimos al déjà vu de la procesionaria de cargos electos, acompañados de pensionistas, yendo en peregrinación en el paseo Lluís Companys camino del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), disfrazados con el oropel de nueve letras: D-E-M-O-C-R-A-C-I-A. Como si el antiguo inquilino de El Pardo aún mandara en el reino de Mordor. Me aburre tener que dar tanto la matraca. ¡No hay Señor Anillo que valga esta condena!

El actual Govern de la Generalitat engaña a quienes esperan lo que desean, aunque ya tengan una edad provecta. Digo que engañan porque saben perfectamente que la democracia es el imperio de la ley. Sólo en las dictaduras se hacen las cosas por cojones, pero la democracia es el sometimiento a las leyes que ha aprobado la soberanía nacional.

Sólo en las dictaduras se hacen las cosas por cojones, pero la democracia es el sometimiento a las leyes que ha aprobado la soberanía nacional

¿Que la ley se puede modificar? ¡Naturalmente! La ley no es una camisa de fuerza, pero el trámite para cambiarla es el aprobado por el pueblo soberano. Me aburre esta obviedad que conoce hasta el más lelo de los estudiantes de primer curso de derecho y, por supuesto, lo saben los políticos de toda ralea. Por eso he citado el proverbio ruso.

La procesionaria acompañaba a Carme Forcadell, la madre nodriza del procés arrancado en 2012 por la ANC. El argumento falaz de la presidenta del Parlament, y que repiten los que mienten y quienes se tragan sus mentiras, por esa mentalidad infantil de esperar lo que se desea, es que el poder de la Generalitat no nace de la Constitución sino que es anterior a ella.

Empero, el Estatut es hijo de esa Constitución de 1978, y para cambiarlo sin seguir el procedimiento establecido, sería dar lo que técnicamente se calificaría como un golpe de Estado bajo el eufemismo de la "revolución de las sonrisas" que inventó un columnista de JxSí. Sí, un golpe de Estado al principio consustancial de la democracia. El imperio de la ley.

Creer que la política es anterior a la ley es no entender nada. La ley puede cambiar a través de la política, pero no al revés. Los políticos deben cambiarla a través de la ley, no saltársela. No entender estos principios elementales de la convivencia democrática es como confundir la gimnasia con la magnesia, suenan parecido pero es confundir el culo con las témporas, hay que ser sordos de sesera para no entenderlo.

Como explica mi paisana Teresa Freixes, catedrática de Derecho Constitucional de la UAB y catedrática Jean Monnet de la UE, quien incumple la ley delinque. No es delito pensar una cosa contraria a la ley, pero sí ejecutarla. Y el castigo no es arbitrario, sino el que marca el código penal aprobado en las Cortes Generales. No hace falta ser catedrático para entenderlo, pero el infantilismo separata me obliga explicarlo a la pata llana.