Las chicas de la CUP --incluyo al autobusero Garganté y al hacendado Salellas, pese a sus barbas-- no tienen miedo al perverso Estado español. Lo dijo hace unos días una de ellas, Mireia Vehí, mientras rompía una foto del Rey bajo la atenta mirada de La Niña de El Exorcista, la inefable Eulàlia Reguant. La performance era una muestra de desinhibida solidaridad con cinco miembros de la banda detenidos no por quemar fotos de Felipe VI, como han insistido machaconamente los medios del régimen, sino por no presentarse a una cita con el juez para comentar el asunto. La CUP --y otras agrupaciones hermanadas-- está que se sale desde las citadas detenciones: pintadas amenazantes contra miembros destacados de lo que queda de Convergència, conatos de asedio al cuartel de la Guardia Civil en Manresa, acoso a los simpatizantes de SCC en la Autónoma a cargo de los matones del SEPC (Sindicat d'Estudiants dels Països Catalans), pandilla de fascistas que encima tiene el descaro de autodefinirse como antifascista... La ley no va con ellas, pues obedecen a un poder superior, que es la independencia de Cataluña, y si hay que exigir la dimisión del conseller de Interior porque los Mossos cumplen con su obligación, se exige y al carajo con la revolución de las sonrisas, que es cosa de pusilánimes y autonomistas.
Tal vez le tocaría ahora al Estado infundir el temor en las mentes dañadas por el fanatismo y la estupidez de la señora Vehí y su cuadrilla
Todo resulta absolutamente coherente con los postulados de la CUP, pero tal vez le tocaría ahora al Estado exhibir la misma coherencia e infundir el temor en las mentes dañadas por el fanatismo y la estupidez de la señora Vehí y su cuadrilla. Algo debemos haber hecho mal cuando la CUP no tiene miedo al Estado. Yo creo que debería tenerlo y que hay que hacer todo lo posible para que lo experimente. Armas no le faltan al estado para hacer cumplir la ley: juicios, multas y, si la desinhibición y el coraje sobrepasan ciertos límites, cárcel, que es el hábitat natural de la CUP desde que abandonó los bares churrosos en los que se reunían sus militantes para chupar birras, fumar canutos y dar vivas a Hugo Chávez. Si no hacemos nada, el fascismo que se considera de izquierdas irá avanzando bajo la mirada tolerante del honorable Cocomocho y la comprensión de los comunes, nuevos tontos útiles del nacionalismo obligatorio.
Urge que la CUP tenga miedo a las consecuencias de sus actos, pues la alternativa es que el miedo lo tengamos los demás. Puede que Cocomocho y los suyos encuentren un goce masoquista en ser chuleados por una pandilla de taradas, pero el resto de la población no comparte sus gustos y agradecería que se las pusiera en su sitio. Ya que no podemos obligarlas a que se duchen, consigamos por lo menos que respeten la ley, les pongan un bozal a sus matones y traten de hacer política como las personas normales.