Es imposible determinar cuándo y de qué forma se acabará esta fase agónica del proceso que los medios separatistas califican de "recta final" para mantener animada a su entusiasta parroquia. Lo único seguro es que volveremos a las urnas más pronto que tarde para elegir otro Parlamento autonómico. El cacareado referéndum que Carles Puigdemont se comprometió a celebrar en 2017 no tendrá lugar. De entrada porque no se puede descartar un final abrupto de la legislatura. La CUP no ha garantizado a Oriol Junqueras su apoyo a los presupuestos. "La única certeza es que eso lo decidirá la militancia", revelaba la semana pasada Anna Gabriel en una entrevista que pasó desapercibida. "Hemos perdido la confianza", remataba la dirigente cupera, que se quejaba amargamente del chantaje al que les someten tanto desde el PDECat como desde ERC para apoyar unos presupuestos que no les gustan a cambio de una partida difusa que igualmente será recurrida por el Estado para celebrar un incierto referéndum. Desde la lógica cupera, es el timo de la estampita. En septiembre pasado, el apoyo a la moción de confianza de Puigdemont no fue sometido al voto de la asamblea porque la dirección de la CUP entendió que no se debía consultar a las bases. Que ahora la decisión sobre los presupuestos vuelva a recaer en su asamblea promete suspense hasta el final. Entre tanto, las desavenencias con JxSí y el Govern no hacen más que aumentar. El lunes pidieron la dimisión del conseller de Interior, Jordi Jané, por las últimas detenciones de los Mossos. La crisis irá en aumento, como se vio ayer, y puede acabar por precipitar el final de la legislatura porque hay una incompatibilidad manifiesta de estrategias entre las desobediencias continuas y crecientes que propugnan los anticapitalistas y la hipótesis de desobedecer solo una vez de Puigdemont y Junqueras.
Aunque los presupuestos para 2017 llegaran a aprobarse, el referéndum no se materializará
Aunque los presupuestos para 2017 llegaran a aprobarse, el referéndum no se materializará. Lo repitió anteayer de forma categórica la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría: "Hay instrumentos de todo tipo para impedirlo". Está claro que, si en 2014 no se impidió la celebración de la pseudoconsulta, no fue tanto por la astucia de Artur Mas en el control de los tiempos como por las muchas dudas que arrastró hasta el final el Gobierno español. Pero esta vez no habrá otro 9-N. Sería consentir una política de hechos consumados muy peligrosa, tal como señalaba recientemente la catedrática en derecho internacional público Araceli Mangas. La celebración del referéndum equivaldría a decir que el Estado español ha perdido el control del territorio, de la soberanía efectiva, en Cataluña. Los separatistas jugarán a la ficción de encadenar la aprobación de la llamada ley de transitoriedad jurídica con la convocatoria del referéndum, pero saben que si cruzan el Rubicón de la rebeldía institucional provocarán la aplicación de medidas coercitivas. Los apoyos sociales a un escenario de desobediencia, con el que solo la CUP sueña, son minoritarios y, por tanto, el único desenlace lógico es el de nuevas elecciones.
En ningún caso habrá renuncia al objetivo del referéndum, pero sí a realizarlo unilateralmente si no se dan las condiciones
El problema es que tras cambiar en septiembre la hoja de ruta de la independencia por la del referéndum, que no figuraba en el programa electoral de JxSí, efectuar una nueva rectificación va a resultarles muy complicado. Mucho más a Puigdemont, cuya biografía política se agota parece ser con su consulta, que a Junqueras, que más bien desearía acelerar los tiempos para ir cuanto antes a elecciones. En ningún caso habrá renuncia al objetivo del referéndum, pero sí a realizarlo unilateralmente si no se dan las condiciones. Este es el giro que puede ir efectuándose, sobre todo si con la CUP se agudiza la crisis. Lo dejaba entrever muy tímidamente el líder republicano en una entrevista en El Punt Avui hace 15 días escurriendo el bulto como suele hacer siempre ante las preguntas más comprometidas. La cuestión no es referéndum "ahora o nunca" sino "ahora y siempre", matizaba Junqueras. El "siempre" habría que entenderlo, me parece, como "cuando pueda ser". Lógico. Es el único discurso que el independentismo puede gestionar sin darse de bruces con la realidad. Y la sola forma de entrar a competir electoralmente con los comunes, que de forma mucho más inteligente no han puesto fecha al derecho a decidir. Tras cinco años de proceso, al final entenderán que el único referéndum posible es el enunciado de una aspiración política que requiere de unas mayorías que no se dan en Cataluña y que pasaría previamente por una reforma constitucional. En definitiva, el único referéndum posible es bastante improbable.