Mientras los independentistas, a pesar de las tensiones y contradicciones internas, mantienen una difícil unidad que volverá a ponerse a prueba con la aprobación o no de los presupuestos de la Generalitat, los contrarios a la secesión tienen diferencias a día de hoy insuperables que impiden no sólo cualquier acuerdo sino incluso el más mínimo diálogo entre ellos.
Los partidarios de la independencia son plurales, pero sus divergencias quedan circunscritas al modelo socio-económico, a la clásica distinción entre derechas e izquierdas. No sólo ha habido acuerdos entre los partidos secesionistas sino que han creado potentes plataformas conjuntas, desde la ANC hasta la AMI. Su acuerdo, aparcar las diferencias hasta la independencia, es inestable, como se ha puesto reiteradamente de manifiesto, y volverá a pasar un examen con la aprobación o no de los presupuestos por parte de la CUP. Pero sólo la no celebración del anunciado referéndum y el triunfo de las tesis de quienes piensan que el movimiento necesita un alto en el camino para ampliar su base social, acabarán definitivamente con la unidad.
Las diferencias entre los contrarios a la secesión son mucho más profundas y variadas que entre los independentistas
Entre los contrarios a la secesión --los denomino así porque su profunda diversidad impide una denominación más concreta que sea reconocible para todos sus integrantes-- las diferencias son mucho más profundas y variadas. Desde la extrema derecha, marginal en la política catalana y española hoy, hasta la extrema izquierda. Desde los partidarios de un Estado unitario hasta los defensores de un estado federal o confederal. Desde partidarios de mantener la Monarquía hasta republicanos. Desde nacionalistas españoles, hasta catalanistas no independentistas. Desde partidarios de considerar al castellano un idioma ajeno sin presencia vehicular en la escuela hasta los partidarios de una doble línea, en castellano o en catalán, de libre elección por los padres. Desde partidarios del referéndum secesionista a contrarios al mismo.
A estas profundas diferencias se une otra no menos trascendental: la batalla principal entre los partidos políticos con implantación española es el gobierno de España. La secesión, que consideran inviable, es una preocupación secundaria. La lucha contra el nacionalismo, que en el fondo muchos creen consustancial a los catalanes, siempre está supeditada a los intereses políticos a corto plazo. Esto se refleja en que ningún gobierno español ha tenido estrategias a largo plazo para contrarrestar ni la penetración en el tejido asociativo del secesionismo ni los cuarenta años de permanente agitación y propaganda nacionalista desde la escuela o los medios de comunicación. Hasta ahora, sólo cesiones, justificadas o no, que no se saben vender como políticas propias, como un proyecto español, sino como resultado de negociaciones bilaterales con el nacionalismo para tratar de aplacarlo, de hacerle desistir de un choque frontal. Pero estos acuerdos concretos no resuelven el problema, en el mejor de los casos lo aplazan. Pero si la nueva situación política nos aboca a un acuerdo, preconizado no sólo por el Gobierno español sino además por crecientes sectores del secesionismo más consciente de la limitación de sus fuerzas, no debe servir sólo para que los secesionistas se repongan y tengan más instrumentos para hacer realidad sus sueños en el futuro, por mucho que nos alegre que la tensión disminuya y apliquemos aquello de "qui dia passa, any empeny".
Estas diferencias entre los no independentistas tienen efectos nefastos para la lucha contra el secesionismo
Estas diferencias tienen efectos nefastos para la lucha contra el secesionismo. No sólo impide cualquier probabilidad de articular un gobierno de la Generalitat sin partidarios de la independencia sino cualquier diálogo, por mínimo que sea, entre plataformas no secesionistas.
Esta situación no tiene visos de cambiar. Sólo es posible empezar a revertirla desde el dialogo entre las plataformas no secesionistas cada vez más abundantes en Cataluña, lo que es un dato para el optimismo, aunque la gran mayoría, a mi entender, están demasiado vinculadas a un proyecto político determinado. Con todo el esfuerzo es imprescindible hacer llegar al conjunto de los catalanes, de derechas o izquierdas, monárquicos o republicanos, catalanistas o no, federalistas o autonomistas, partidarios del derecho a decidir o contrarios a él, que la secesión es la peor de las opciones para la convivencia, la prosperidad y la paz.