Esta historia pasó en Barcelona la noche de Halloween. No me gusta llamar así a la noche de la castañada, pero es que fue una pesadilla para Carlos Marco, un joven ingeniero medioambiental, metafóricamente ahijado mío, ya que lo conozco desde el día que nació.
En el próximo pleno municipal de Barcelona el regidor Josep Garganté (CUP) le preguntará al responsable de la Guardia Urbana qué hizo la pareja que la noche de autos estaba de servicio en la puerta principal de la comisaría de la Estació del Nord. Asuntos Internos, la UDAI, lo está investigando.
Esa noche Marco bajó en su coche a Poble Nou, fue al taller de un pintor de su generación que tiene un estudio donde da clases de pintura. Ahí a Carlos Marco le pintaron de payaso y con esa pinta cogió el metro para el Paralelo.
Había quedado con unos amigos en el Poble Sec. Iba a su encuentro cuando en una calle trasversal a la avenida de los teatros aparecieron dos individuos que se le acercaron por detrás hasta rozarle por ambos lados y salieron en estampida. La reacción de Marco fue ponerse el mano en el bolsillo donde llevaba la cartera y descubrió que no la tenía. Así que su automatismo fue el de perseguir a los ladronzuelos, pero en el primer impulso de la carrera se le cayó al suelo el móvil que había asomado en el bolsillo derecho cuando el ladrón del izquierdo salió como alma que se lleva el diablo.
El guardia urbano, fuera de la cámara de vigilancia, sacó la porra y sin que le diera tiempo a protegerse le rompió dos dientes, y al caer al suelo le remató con otro golpe de porra en el antebrazo
El joven robado se frenó al oír el chasquido del móvil en la acera, que se rompió y abrió. Y claro, perdió de vista a los ladrones. Sin dinero y sin móvil no podía entrar en la disco donde estaba su gente. Así que a las doce de la noche decidió que la fiesta había acabado. En el bolsillo tenía las llaves del coche aparcado cerca de las torres del Port Olímpic.
Llevaba una hora andando cuando tropezó con una comisaria de los urbanos. Así que el joven le dijo al guardia de la puerta --veterano de 62 años, de 1,80 de altura y cuerpo de armario, acompañado por otro guardia de paisano-- que hacía una hora había sido robado, y quería poner una denuncia.
El guardia le contestó que tenía que ir a la comisaria de los Mossos de Les Corts. El joven, que estaba reventado, le preguntó si podían llevarlo porque era de una urbanización de Santa Eulàlia y no sabía cómo llegar a esa comisaria. Que le dejaran llamar a sus amigos o bien que le acercaran a su destino. El guardia, que debía estar cabreado por esa noche festiva de trabajo, le contestó que no tenían otra cosa que hacer de taxista para el señorito...
Quedó aturdido. Del miedo literalmente se cagó, y fue llevado a urgencias para que le suturaran con tres puntos la herida que sangraba
El tono molestó al joven que le respondió que "por los cuarenta temas que había estudiado para llevar el uniforme no tenía derecho a burlarse". El comentario cabreó a los guardias que lo llevaron, contra su voluntad, a una plaza semi oscura, a quince metros de la puerta principal.
El uniformado, fuera de la cámara de vigilancia, sacó la porra y sin que le diera tiempo a protegerse le rompió dos dientes, y al caer al suelo le remató con otro golpe de porra en el antebrazo y en el muslo que le han tenido de baja médica 14 días. Quedó aturdido. Del miedo literalmente se cagó, y fue llevado a urgencias para que le suturaran con tres puntos la herida que sangraba.
Pasó unas horas retenido en esa comisaria y al alba lo llevaron a la de los Mossos de Les Corts, donde se le fichó y estuvo hasta las ocho de la noche, cuando su madre lo fue a buscar (está preparando unas oposiciones para la Generalitat, pero al estar fichado lo tendrá crudo).
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Dos: en la comisaría de los Mossos lo pusieron entre rejas con un finlandés que estaba detenido porque unos marroquíes le habían quitado la cartera. El vikingo era fuerte como un atleta. Alcanzó a los moros, recuperó la cartera y le dio tiempo de practicar kung fu con tan mala suerte que apareció la patrulla de los Mossos y sólo vieron a un guiri atizando la badana a tres moritos. Fue en vano que el finlandés intentara explicar a los mossos que los moros eran rateros, porque en aquella comisaria ningún mosso entendía el inglés. Carlos Marco perfectamente, pero había aprendido la lección de esa noche: en boca callada no entran moscas.
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Tres: el miércoles, ya libre, después de haber puesto una denuncia contra los urbanos en el juzgado de guardia de la Ciudad de la Justicia, aconsejado por los mossos amigos de Granollers, acudió a la policía local de Santa Eulàlia de Ronçana para que le hicieran un parte policial, al margen del médico, para la baja en la empresa de Madrid donde trabaja. Los locales de Santa Eulàlia le dijeron que no podían porque el protocolo oficial es que sólo pueden escribir en catalán. El ingeniero tiene el máximo nivel de catalán: el D. No lo pedía por él sino por su empresa.
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El regidor Garganté preguntará en el pleno municipal de BCN al jefe político sobre los antecedentes de la placa 16.309. El matón ha pisado mierda. Espero que Ada le de un correctivo disciplinario porque los tres puntos de sutura y las magulladuras se la lleva el ayuntamiento de Colau...