El diablo a veces se disfraza de hombre de paz. Lo escribió Dylan décadas antes del Nobel. La frase tiene un hermoso aire bíblico, casi profético. Es exacta. Sobre todo si vamos a hablar del populismo. Los dos grandes partidos que heredaron el espíritu de la Santa Transición --el bipartidismo ha mutado últimamente en un partido único bipolar, con dos cabezas-- llevan meses arrojando el término, con toda su carga semántica, en su acepción más despectiva, contra los jacobinos de Podemos, en quienes aprecian los males de la demagogia posmoderna. No les falta razón, pero en nuestros particulares pagos patrióticos el populismo es una costumbre antigua. Como mínimo, la sufrimos desde el siglo XIX, cuya convulsa historia explica, con las lógicas variantes de tiempo y espacio, muchos acontecimientos actuales.
El Gobierno de Rajoy alberga en su seno a populistas tamaño XL que van a dar grandes tardes de gloria incluso donde están prohibidos los toros
Uno diría que en nuestra vida pública, desde los tiempos de los casinos decimonónicos de provincias a la era de las redes virtuales, el populismo es un fenómeno casi ecuménico. Nunca conseguimos librarnos de él. El Gobierno de Rajoy, sin ir más lejos, alberga en su seno a populistas tamaño XL que van a dar grandes tardes de gloria incluso donde están prohibidos los toros. Es el caso del ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, que durante su carrera política ha cultivado sin rubor la costumbre capital de todos los populistas: negar la sincera profesión de cualquier tipo de filiación ideológica. "No soy de derechas ni de izquierdas. Soy de Sevilla", respondió una vez. Las risas fueron infinitas. No pasa nada por reconocerse de derechas. Peor es ser un peronista chusco, un gestor ineficaz o un orador maniqueo. Zoido reúne todas estas ilustres virtudes. Es obvio que su perfil no es el de un miembro nato del politburó. Hablamos de un católico militante que en lugar de confinar sus sentimientos religiosos al ámbito privado los considera méritos ejemplares.
Bien mirado, recurrir a la religión como catecismo político es otra forma de populismo (místico) si consideramos que los populistas son aquellos dirigentes que ofrecen a su tribu soluciones imposibles a problemas terrestres, sabiendo perfectamente que lo que hacen es estafar al personal. Zoido ha llegado a Interior por carambola. Sus heraldos, que son como los monaguillos de las antiguas misas en latín, les van a contar que es un señor campechano, cercano, simpático. Un auténtico fantasma, como decimos los indígenas del mediodía. Siempre te preguntará por tu familia --aunque no te conozca de nada-- pero, a pesar de su condición de ex juez, no es el albacea ideal para confiarle una herencia.
Zoido llega al Gobierno porque se sabe que tendremos una legislatura corta y para alejarlo de Andalucía, donde dilapidó la herencia política de Arenas, devolviendo al PP a la irrelevancia
El ministro del Interior llega al Gobierno por dos razones. Y ninguna es buena. Primero: se sabe que tendremos una legislatura corta. Segundo: la maniobra permite alejarlo de Andalucía, donde se mantenía enquistado desde la sublime gesta de perder, en sólo cuatro años, una mayoría absolutísima (20 de 33 ediles) en el Ayuntamiento de Sevilla y dilapidar, en apenas 24 meses, la herencia política de Javier Arenas, devolviendo al PP a la irrelevancia en el sur. Los tertulianos se han estudiado su hagiografía, pero aún no se han enterado de que lleva tiempo distanciado de su antiguo creador --el ministro es una criatura fabricada por Arenas--, al que sustituyó por Cospedal cuando le convino.
Zoido ha hecho su carrera pública fingiendo empatía hasta con los difuntos de los entierros, pero sólo tiene fe en sí mismo, salvo los viernes por la tarde, que son su perdición. Cuando fue alcalde con mayoría sideral algunos le comparaban con aquel Maradona del famoso gol a Inglaterra. Víctor Hugo Morales, un locutor argentino, gritó aquel día por televisión: "¡Barrilete cósmico! ¿De qué galaxia viniste?". Otros resumen su designación de otra forma. Nos parece más sincera: "Antes los únicos que sabíamos lo que es tener un alcalde moranco éramos los sevillanos. Ahora que han hecho a Zoido ministro lo va a saber todo el mundo". Sigan atentos a sus pantallas. El espectáculo promete. Ya verán.