Este artículo no me ha costado ni cinco minutos escribirlo, sólo el tiempo de encontrarlo en el archivo de mi ordenador. Lo escribí hace cuatro años, en septiembre de 2012, y lo refresqué en Crónica Global hace un año. Nunca he repetido un mismo artículo pero, como estamos instalados en el Día de la Marmota, hago la excepción, y advierto de que, si Dios dispone, y el director me lo permite, el año que viene volveré a escribirlo el día después del referéndum que se ha sacado de la manga Carles Puigdemont porque qui dia pasa, any empeny, para que le aplaudan con las orejas los socios más indeseables del circo indepe, los que quieren que desaparezca la estatua de Colón.
Hace cuatro años acababa mi artículo después de que Josep-Lluís Carod-Rovira hizo de gitana adivinadora y vio en su bola de cristal que la independencia de Cataluña llegaría en septiembre de 2014, como colofón al tricentenario de lo que en cada minuto 17,14 jalea una parte de la grada culé. Esto escribí entonces: "El día siguiente, el 12 de septiembre de 2014, se bajará de nuevo el telón, y al otro día habrá una nueva función de Esperando a Godot".
Esta obra de teatro de Samuel Beckett está considerada la obra cumbre del teatro del absurdo, cuyo más alto representante en España es Enrique Jardiel Poncela con Los ladrones somos gente honrada.
Hace dos años pronostiqué que 'el día siguiente del 11S, el 12 de septiembre de 2014, se bajará de nuevo el telón, y al otro día habrá una nueva función de Esperando a Godot'
Los ladrones de la ANC no sé si son gente honrada; sí, ladrones, porque nos quieren arrebatar España a los catalanes que nos sentimos españoles, pero ahora quiero trazar el paralelismo con Esperando a Godot de Beckett.
Voy a hacer un spoiler para quien no conozca la historia de la obra del dramaturgo irlandés: dos personas (Vladimir, alias Didi, y Estragón, alias Gogo; pueden llamarlos Puigdemont & Junqueras) se encuentran en un paisaje desolado esperando, esperando y esperando a un desconocido Godot. En esa eterna espera conversan y a veces discuten. Se repiten una y otra vez. Van dando vueltas a lo mismo. Nunca pasa nada. Se aburren y aburren: “Hoy no vendrá, mañana de seguro, sin falta, lo hará”. Es la frase que define la situación. Ese bucle melancólico es una tragicomedia de la nada. Hay una frase definitiva: "¡Nada ocurre, nadie viene, nadie va, es terrible!".
El órdago separatista es un monumento a la política declarativa del absurdo del que nuestro país es maestro: Enrique Jardiel Poncela estrenó su obra once años antes de que Samuel Beckett estrenara la suya.
El espejismo de unos desesperados que vagan por el desierto es una condena que, tal vez, merezcamos porque como un día leí a alguien que "España ha sido una mala madre para los españoles." No recuerdo a quién, pero tiene razón porque, si no, no nos pasaría esta fantasmal pesadilla a la que estamos condenados de por vida...
En el fondo, los separatas son Vladimir y Estragón, protagonistas de una obra absurda. Acabo con esta escena final paradigmática:
Estragón: No hay nada que hacer
Vladimir: Entonces ¿nos vamos?
Estragón: Sí, Vámonos.
(No se mueven)