Tomo el refrán de la versión dada por el Centro Virtual Cervantes (“No conviene confiar el manejo de los negocios a personas ineptas o de poco seso, pues seguramente no obtendrá beneficio alguno”) y lo aplico a la relación de Junts pel Sí y el presidente Carles Puigdemont con el partido Candidatura d’Unitat Popular, que con sus diez diputados en el Parlamento de Cataluña está haciendo derivar hacia peligrosos escollos la trayectoria del Gobierno catalán, ya de por si errática.
Por muy estridentes que sean sus objetivos programáticos, la CUP no es un partido revolucionario en el sentido de ser capaz de tomar el poder --ni siquiera de tener la intención de asaltarlo-- y cambiar radicalmente las estructuras económicas y sociales de una pretendida república catalana. Su inconsistencia le deja en la condición de artilugio político ful. El último partido realmente revolucionario de la era contemporánea fue el bolchevique ruso en circunstancias y condiciones materiales muy diferentes a las actuales. La CUP en su retórica y gesticulación es simplemente un partido anti, lo cual es muy distinto a revolucionario y muy fácil de proclamar y de ejercer sobre el papel. La habilidad de la CUP, su astucia --como diría Artur Mas--, consiste en hacer que ejerzan de anti desde las instituciones autonómicas quienes no lo son, ni por naturaleza de clase ni por tradición política. Y si por asomo lo fueran, su sobrevenida conversión significaría una soberana contradicción y un monumental engaño del grupo dirigente hacia los dirigidos.
La habilidad de la CUP, su astucia, consiste en hacer que ejerzan de 'anti' desde las instituciones autonómicas quienes no lo son, ni por naturaleza de clase ni por tradición política
¿Puede creer alguien seriamente que la base social de Junts pel Sí, el millón y medio largo de apoyos y electores --“la Cataluña de la burguesía”, según la diputada Anna Gabriel--, de pronto sería por arte de birlibirloque antimonárquica, antieuro, antieuropea, antiatlantista, antinorteamericana, anticonstitucional, anticapitalista y numerosos antis más en el terreno de las costumbres, las formas, los símbolos, los monumentos, los comportamientos sociales, las relaciones interpersonales...
Y, sin embargo, los de la CUP arrastran a Junts pel Sí en su alocada deriva anti, porque de la CUP depende que sigan en el gobierno, aunque no gobiernen enredados como están en proclamas grandilocuentes, desobediencias estériles, hojas de ruta inverosímiles, calendarios farol, referéndums de geometría variable... La claudicación de Junts pel Sí ante el antismo de la CUP se formalizó en aquel bodrio jurídico y político que fue la Resolución del Parlamento de Cataluña del 9 de noviembre de 2015 --declarada inconstitucional y nula-- en la que se instaba a la desobediencia a las instituciones del Estado y a la desconexión con el Estado, algo insólito en el entorno parlamentario europeo, pero es que en ningún parlamento de ese entorno dirige la batuta parlamentaria un partido anti.
Carles Puigdemont en el trámite parlamentario de la cuestión de confianza ha revalidado no la confianza, sino la sumisión a la CUP. Lo único que queda de su anodino y monocorde discurso es su cierre dialéctico atendiendo la imposición de la CUP: o referéndum (de independencia) o referéndum (de independencia). El primero se supone que pactado con el Gobierno central y el Congreso de los Diputados, sin ninguna posibilidad de serlo sin previa reforma constitucional; y el segundo, unilateral, convocado desde la ilegalidad, porque ilegal será la supuesta legalidad catalana con la que se pretenda sustentarlo, puesto que el Parlamento de Cataluña carece de competencia para legislar sobre un referéndum para una hipotética independencia de Cataluña.
Carles Puigdemont en el trámite parlamentario de la cuestión de confianza ha revalidado no la confianza, sino la sumisión a la CUP
Ese referéndum es el objetivo prioritario de la CUP, su anti preferido. Esperan que la obligada y legítima reacción del Estado, si una aplicación del artículo 150 de la Constitución resultara insuficiente para frenar la contumacia del antismo, se llegue hasta el “recurso a la fuerza bruta”, según aventura Quim Arrufat, dirigente de la CUP. Lo que ello desencadenara no sería un impulso revolucionario de la CUP, sino una prueba más de su infantilismo.
¿Qué beneficio obtendrán Junts pel Sí y Carles Puigdemont de seguir encamados con la CUP, además de continuar en el gobierno? ¿La aprobación de los presupuestos? La CUP no dará su sí sin partidas que permitan la celebración material del referéndum unilateral. Y, de figurar tales partidas en los presupuestos, se repetirán escenas conocidas: impugnación, nulidad, exacerbación del victimismo, conatos de desobediencia, más anti, en definitiva más amaneceres mojados de Junts pel Sí y Carles Puigdemont.