El pasado 8 de junio, a los cinco meses de haber sido elegido president, Carles Puigdemont tuvo que anunciar una moción de confianza para ganar tiempo ante la crisis abierta por el rechazo de la CUP al proyecto de presupuestos para 2016. Tras tres meses y medio de espera, dicha moción empieza hoy a debatirse sin que ese tiempo muerto haya sido censurado en una Cataluña mediáticamente ensimismada con los saltos y vericuetos del proceso. El largo paréntesis, abierto antes del verano y que se resolverá cuando ya ha empezado el otoño, refleja la precariedad en la que está instalada la política catalana desde hace años. Sin embargo, desde el mundo separatista las críticas y burlas se centran en exclusiva en subrayar la parálisis que sufre España desde hace nueve meses, mientras se llega a calificar de “jugada maestra” la decisión de Puigdemont.
La unilateralidad tiene mala prensa en Europa y se trata de hacer creer que quien se comporta de forma arbitraria es ese Estado “demofóbico” llamado España que no deja votar a los catalanes
El resultado de la moción de confianza es conocido de antemano porque la formación anticapitalista anunció semanas atrás su voto favorable. “No hay líneas rojas ni imposiciones”, declaró Anna Gabriel tras reunirse con Puigdemont el 2 de septiembre. Ahora bien, es indudable que la hoja de ruta de los famosos 18 meses de Junts pel Sí va a ser nuevamente modificada o, mejor dicho, “enriquecida”, si adoptamos la neolengua que utilizará el president en su intervención de esta tarde. La exigencia de celebrar un referéndum acordado volverá a ponerse encima de la mesa como argumento de cara a la comunidad internacional y como excusa para anunciar que, en los presupuestos de 2017, se habilitará una partida para ello. Eso facilitará el apoyo de la CUP a las nuevas cuentas que todavía tienen que discutirse. Pero la novedad principal será la amenaza de celebrar el referéndum de forma unilateral (RUI), que en la jerga separatista se denomina ahora “vinculante”, si Madrid no se aviene a negociar. La unilateralidad tiene mala prensa en Europa y se trata de hacer creer que quien se comporta de forma arbitraria es ese Estado “demofóbico” llamado España que no deja votar a los catalanes.
Ahora bien, está por ver cuál puede ser el alcance real de ese anuncio, que todavía no está maduro dentro de las filas del partido sin nombre, la antigua Convergència. Aunque los partidarios de hacer un RUI antes de las llamadas elecciones “constituyentes” han logrado muchísimos apoyos en este tiempo, el debate sobre sus pros y contras no está cerrado. La disyuntiva a la que se enfrenta el separatismo es la siguiente. A la hoja de ruta inicial le falta pólvora para socializar el desafío con el Estado y lograr que, en 2017, se produzca un choque irreversible. El referéndum, confían sus defensores, puede ser la espoleta para enquistar estructuralmente el conflicto y poner a buena parte de la sociedad catalana en situación de desobediencia. De lo contrario, las anunciadas elecciones autonómicas del año próximo serán una repetición de lo ya vivido con las “plebiscitarias” de 2015 con la diferencia, según las encuestas, de que las fuerzas independentistas no sumarían esta vez mayoría absoluta ante el auge de los comunes de Ada Colau. El proceso está a un paso de decaer porque no se puede aguantar la tensión durante tanto tiempo, advierte la intelligentsia soberanista. Es imposible hacer creer indefinidamente que se tiene una mayoría social inexistente mediante la agitación en la calle y la propaganda.
El proceso está a un paso de decaer porque no se puede aguantar la tensión durante tanto tiempo, advierte la intelligentsia soberanista
La disyuntiva sobre la hoja de ruta está bien resumida en este intercambio de tuits entre el periodista e influyente comunicador Toni Soler y Germà Bel, diputado de Junts pel Sí y profesor de economía. “Quien no sea capaz de montar un referéndum vinculante, todavía menos será capaz de construir un Estado independiente. ¿No es obvio?”, afirmaba Soler el día después de la Diada. A lo que Bel, partidario de entrada de no introducir cambios en la hoja de ruta, contestaba: “Pensándolo bien... ¿y si fuera justo al revés? Quien no está en condiciones de hacer un Estado independiente no puede hacer un RUI. Orden de factores”. El periodista cerraba la conversación replicando: “Sí, pero es relevante el orden. Asumiendo que habrá conflicto, que sea para defender el voto. Y que nadie pueda escaquearse”. El dilema para Puigdemont, que no tiene la ambición de perpetuarse en el cargo, es determinar si hay un orden de factores que pueda dar un empuje irreversible al proceso independentista y, como mínimo, obligar al Estado a aceptar un referéndum. Como la respuesta no está nada clara, lo más probable es que, en lo concreto, vuelva a ganar tiempo.