Tal y como están las posturas encontradas entre PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, parece que cualquier pacto de investidura pasa por el apoyo de alguno o algunos partidos nacionalistas para que Rajoy o Sánchez sea presidente del Gobierno.
Desde luego, sería más estable, y por tanto mejor, un pacto a tres, ya fuera de PP, C's y PSOE, o entre estos dos últimos partidos y Podemos. Hablo desde el punto de vista del interés general, no de las preferencias personales por una u otra opción. A día de hoy, ambas soluciones parecen imposibles de alcanzar. Por tanto, si se quiere evitar unas terceras elecciones, que además no garantizan que se desbloquee la situación --como ha pasado con las segundas--, el papel de bisagra de los nacionalistas vuelve a estar al alza.
Soy absolutamente contrario a un pacto basado en apoyar la celebración de un referéndum secesionista que no pase por la reforma constitucional con todos sus requisitos
Hemos visto que tanto PP como PSOE coquetean con la posibilidad de pacto no sólo con el PNV, opción generalmente aceptada dada la apuesta inequívoca de este partido por encuadrar sus reivindicaciones en el marco de la legalidad, sino con las formaciones nacionalistas catalanas que mantienen un discurso de confrontación directa con la legalidad constitucional.
No soy partidario de demonizar cualquier pacto. Eso sí, soy absolutamente contrario a que dicho pacto se base en apoyar la celebración de un referéndum secesionista que no pase por la reforma constitucional con todos sus requisitos. Pero no sólo eso. Tampoco es de recibo un pacto basado, como en el pasado ha sido habitual, en dejar a los nacionalistas actuar en Cataluña al margen de la legalidad vigente y del cumplimiento de las sentencias de los tribunales. Un pacto basado en mirar para otro lado mientras los catalanes no secesionistas somos discriminados y tratados como ciudadanos de segunda por las instituciones autonómicas. Un pacto basado en concesiones unilaterales a beneficio de inventario.
Un acuerdo que no sea una dejación de responsabilidades es posible porque hay indicios evidentes de que la vía unilateral no es ni mucho menos unánime entre los nacionalistas. En este sentido, es ilustrativo el artículo de Pilar Rahola en La Vanguardia titulado "Herejía", en el que apuesta por hacer política, es decir, pactar en base a cuestiones que están en el programa de la mayoría de partidos como el corredor mediterraneo o la financiación autonómica. Pero, insisto, eso sólo debería ser posible si el Gobierno catalán acepta que nuestra comunidad no actuará al margen de la legalidad. Ni unilateralidad, ni incumplimiento de las sentencias.
Si los vascos están siendo capaces de superar un pasado muy reciente de confrontación interna y con el resto de España, los catalanes deberíamos aprender la lección
Un pacto de este tipo, difícil por los recelos de ambas partes, tendría la virtualidad de romper el frentismo y permitir que la sociedad catalana, enfrentada por el secesionismo, se relaje y aborde cuestiones esenciales que están siendo soslayadas porque el monotema de la independencia lo ocupa todo.
Dicho de otra manera. Un pacto sería deseable si desde el secesionismo se acepta que no representan a todos los catalanes, englobados en el concepto de "pueblo", de indudables connotaciones totalitarias.
Desde luego, no es algo sencillo. Lo sé. Pero, si hay alguna opción, debería explorarse. Si los vascos están siendo capaces de superar un pasado muy reciente de confrontación interna y con el resto de España, los catalanes deberíamos aprender la lección y evitar que la confrontación interna y externa cruce el Rubicón para instalarse en la confrontación violenta que algunos preconizan. Los costes del procés son ya muy elevados. Reconducir la situación merece un esfuerzo.